This article was originally published by The Mennonite

Emaús, parte 3: Quédate con nosotros, Lucas 24

Los discípulos en el camino a Emaús — los que tenían las Escrituras pero no pudieron ver a Jesús, los que conocían la ley pero no lograron reconocer al Señor resucitado — esos discípulos somos nosotros. En ellos vemos nuestras peores tendencias. Pero su historia también nos ofrece esperanza; a pesar de todas sus fallas, al final sí hacen algo bien. Ellos invitan a Jesús que se quede con ellos. Esa invitación es lo que hace posible la vida de la iglesia. Esa hospitalidad al forastero, al extraño, al extranjero, nos sirve de ejemplo para una vida de discipulado.

En el camino a Emaús, en el cruce, los dos discípulos optan a una vida con Jesús. Al llegar a ese cruce, el versículo veintinueve nos dice que “ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros.”

Los discípulos no solo extienden una invitación, pero insisten y obligan al forastero que se quede con ellos. Ellos desean comunión con el hombre desconocido, desean compartir pan con el y tenerlo a su lado.

“Quédate con nosotros.” Esta es la frase que nosotros queremos escuchar. Nosotros queremos a alguien que quiera que nos quedemos. Nosotros queremos ser deseados, aceptados, reconocidos, invitados. Queremos que alguien nos conozca y nos diga, “Quédate con nosotros.”

Esto es lo que escuché cuando entré en una iglesia menonita hace diez años – y créanme, yo era un forastero para los miembros de esa congregación. Yo crecí en la iglesia católica y luego me convertí en la iglesia Pentecostal — dos iglesias con tradiciones bastantes distintas a la iglesia menonita que visité hace diez años. Cuando los hermanos y hermanas de esta congregación angla me preguntaron de donde era, se dieron cuenta lo extraño que era. Mi mamá es tica, mi papá es colombiano, y yo nací en Los Angeles. ¿De dónde soy? Pues, no se. ¿De Colombia? ¿Costa Rica? ¿Los Angeles?

Pero a pesar de parecer extraño en esa pequeña congregación menonita, los miembros me dieron la bienvenida y me pidieron que me quedara. Y me quedé porque encontramos vida juntos, porque encontramos a Jesús juntos.

“Quédate con nosotros.” Es así como llegamos a ser iglesia. Nos quedamos juntos: tú te quedas en mi casa, y yo me quedo en la tuya. Tú alabas en mi iglesia, y yo alabo en la tuya. Nos vemos frente a frente y nos decimos, “Quédate con nosotros,” igual que los discípulos en la historia, porque deseamos comunión — comunión con Jesús. Una comunión que solo ocurre cuando comemos juntos, alabamos juntos, oramos juntos — cuando tratamos de escuchar la voz del Espíritu Santo en las palabras de nuestros hermanos y hermanas.

El apóstol Pablo confiesa al principio y al final de sus epístolas que tiene deseo de estar en comunión con sus hermanos y hermanas en Cristo: “deseo verlos,” dice al comienzo de Romanos. Y en el final de la epístola, Pablo escribe: “Deseando desde hace muchos años ir a vosotros. Os ruego que me ayudéis orando por mí a Dios, … que con gozo llegue a vosotros por la voluntad de Dios, y que sea recreado juntamente con vosotros.”

Eso es lo que significa querer comunión. Es el acto de recurrir a nuestro hermanos y hermanas, no importe lo diferente que sean, y decirles: “Quédate con nosotros.” O, como dice el apóstol Pablo en su epístola a la iglesia en Filipos: “Cómo os amo a todos vosotros con el entrañable amor de Jesucristo.”

A pesar de nuestras diferencias en la iglesia y en la denominación menonita, y a pesar de desacuerdos que tenemos con nuestros hermanos y hermanas, ¿qué pasaría si hacemos el cariño y anhelo que describe el apóstol Pablo el centro de nuestra definición de discipulado, el centro de nuestra definición de la iglesia fiel?

¿Qué si la invitación, “quédate con nosotros,” fuera el requisito previo para nuestros planes para el futuro? ¿Qué si la verdad fundamental que hace posible todo lo demás es la hospitalidad a lo extraño?

A quedarse no es fácil. Requiere bastante paciencia. Nos vamos a mal entender, una y otra vez. Van a ver veces donde no nos vamos a reconocer.  Vamos a malinterpretar lo que nos decimos los unos a los otros.  Vamos a seguir enfrentando nuestros prejuicios, nuestros estereotipos, y nuestras ideologías. Vamos a seguir confrontando las interpretaciones que hemos heredado y las tradiciones que nos han formado.

Dios nos llama a esta lucha, con el fin de reconocer a la persona frente a nosotros como una imagen de Dios, con el fin de darle la bienvenida al forastero y ser invitado a ver como Dios está obrando a nuestro alrededor.

“Quédate con nosotros.” Eso es lo que los discípulos le pidieron al forastero. Y eso es lo que nosotros le decimos a la gente que no parece pertenecer entre nosotros, si somos discípulos. “Quédate con nosotros.” Es con ellos, que podremos encontrar juntos a Jesús.

Isaac Villegas es pastor de Chapel Hill Mennonite Fellowship (N.C.) y es miembro de la Junta Ejecutiva de la Iglesia Menonita de EE. UU. Esta es una adaptación (parte 2 de 4) de sus sermones en la asamblea del la Iglesia Menonita Hispana, verano 2014.

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