Hay quienes pueden cerrar los ojos ante las noticias actuales: guerras fácticas y comerciales, todas a razón del control económico, las ultraderechas que promueve las guerras, el genocidio en Gaza, las burlas de Trump y su gobierno indiscutiblemente fascista contra la insipiente resistencia en aquél país… El cambio climático que está destrozando ciudades enteras y un sinfín de noticias duras que podrían hacernos perder la esperanza incluso siendo cristianos, hasta preguntarnos si realmente se puede vivir en paz.
Sin duda la tristeza y la angustia son pasto de todos los días. La vida en sí misma es frustrante: se opone a las expectativas humanas, de pronto es demasiado cruda. Dicho de otro modo, la vida es posibilidad y por eso constantemente hay frustraciones que de igual forma se van sobrellevando mediante muchas formas, una de ellas es la fe.
Pero no me refiero a experiencias por demás cotidianas sino a una angustia que va más allá, la angustia existencial, devenida de situaciones más complejas, más profundas en el sentido consciente[1] del término, como cuando uno “despierta a la realidad” sin romanticismos ni matices tipo “no sufra más”. Es despertar a la conciencia del ser ahí, diría Heidegger, un ser arrojado al mundo: la angustia de saberse en-el-mundo. Parecería que, en efecto, no es posible la esperanza.
Sin embargo, existe la irrupción en la historia del Mesías. Bajo esta verdad que sustenta la vida del hombre y la mujer de fe, se contestaría: error, sí hay siempre esperanza. Es que Cristo implica un aspecto existencial que cambia toda la experiencia humana. En este sentido “mí paz os dejo, mí paz os doy” y “en el mundo habrán de sufrir, pero no teman”, cobra mucho sentido. Hay angustia porque hay esperanza, y hay esperanza porque hay angustia, la única cosa que supera esta dialéctica es la Vida de Cristo, su cruz y resurrección operando en la historia.
Pero sabemos que este darse cuenta de la angustia en la que vivimos es un proceso doloroso, y de ahí que se sigue tanto cristianismo ligth, endulzado artificialmente, que no toca temas “difíciles”, sino que va de la mano del marketing emocional del mercado actual (o se suma por conveniencia a ideologías de derecha ultraconservadoras que poco tendrá que ver con un discernimiento con miras a la transformación integral). Vale la reflexión hoy sobre qué es el binomio angustia-esperanza. Qué significa la esperanza en la crudeza de la realidad, lejos también de un espiritualismo ajeno y místico.
Para ayudar a pensar este tipo de pesares existenciales, Dios le permitió al hermano Jürgen Moltmann, un gran teólogo alemán de post guerra, escribir acerca de la esperanza, la angustia, el amor, la meditación centrada y “mundana” en su texto Experiencias de Dios.
En este libro, el teólogo (y filósofo cristiano) nos habla de la maravilla de vivir bajo la esperanza en la Cruz, es decir, en el Resucitado desde un sentir existencial. No es un escrito demasiado académico. Aunque se escribió a partir de lecciones formales, permite una lectura fluida. Incluso su versión en español es ligera y comprensible, aunque valdría la pena echarse un clavadito a la filosofía que le es contemporánea (sobre todo a Kierkegaard, aunque honestamente y a mí parecer, Moltmann lo supera indiscutiblemente). Se trata de un diálogo profundo acerca de cuestiones que tienen que ver con un cristianismo encarnado en el mundo. Cuando decimos “existencial”, no estamos diciendo puramente racional, sino por el contrario, tan aterrizado que resulta responder a cada pregunta de la experiencia humana en su finitud.
¿Cómo valorar la vida y sobre todo, una vida centrada en la misericordia de Dios en un mundo sufriente, carente de sentido? ¿Cómo conservar la esperanza? ¿Quién soy yo, como imagen de Dios, y qué es el amor? Incluso, ¿qué significa amar, si aquello no refleja la naturaleza infinita de Dios? Son las preguntas de fondo, entre otras cuestiones ricas en reflexión filosófica, teológica y sí, existencial, pero no puramente racional, sino centradas en el misterio de Cristo, su amor y vida.
Además, el autor no llegó a conclusiones “de escritorio”. Él experimentó en carne propia, desde los campos de concentración el sinsentido de la vida, la absurdez de la existencia humana, dolor, sufrimiento, desesperanza. Pero una luz, (es decir, la luz de Cristo), fue guiando sus pensamientos junto con su poco conocimiento religioso y una profunda reflexión, hasta hacerle comprender que “esperanza” es más que una ideología carente de fundamento. Es la base de la vida. Es lo que significa ser cristiano: tener esperanza en medio del dolor, el sinsentido, la guerra. Y desde ahí, Dios restaura la vida toda, reflejando su amor a través de una existencia que basa su esperanza (alegría) en la Cruz, en la resurrección, en el amor de Dios. ¿Cuál será el fundamento de una sociedad nueva? Se pregunta en el libro después de la guerra y los estragos que se han estirado en la historia. Es la vida. La vida venida de la misericordia de Dios. La vida que acontece en la existencia humana cuyo sentido esperanzador viene directamente del Reino de Dios.
Es un libro que enriquece mucho la experiencia teológica, la reflexión sobre preguntas que no pierden actualidad. Es altamente disfrutable. No es, por cierto, teología anabautista, pero para los que lo hemos leído, creo, es fundamental tener a este autor en la biblioteca personal. No solo este libro, sino quizás toda su bibliografía que nos ayudará a pensar y repensar, al tiempo que es compatible con nuestra teología existencial y las acciones del ministerio divino de transformación en un mundo que ha perdido la esperanza. Porque incluso ahí donde el aparato de guerra se mueve, es posible ver la luz que brilla en las tinieblas.
Conseguir este libro es algo complejo, para ser sinceros, pero está disponible Ediciones Sígueme, Editoral Clíe y en Amazon, entre otras bibliotecas digitales.
[1] Consciente, con sc, a propósito: es decir, no solo el darse cuenta de algo, sino profundizar en todos los aspectos.
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