Jesús vuelca el sistema.

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Alguna vez tuve una curiosa discusión teológica sobre la enseñanza central de la paz con algunos otros cristianos que creían en la defensa justa. Ellos argüían a este pasaje y paralelos como un ejemplo claro donde Jesús se permitió la violencia. “Ya ves”, decían, “incluso dice en Juan que se hizo un látigo”. Es decir, “ni siquiera él pudo ser totalmente pacífico”; lo que implica que, o se equivocó al menos esa vez o la violencia es necesaria de vez en cuando. Es probable que al lector también le haya pasado lo mismo. Sostener una postura sobre la no-violencia es difícil si uno no tiene clara la totalidad del Evangelio y toda la enseñanza apostólica, por supuesto. En general, de toda la Escritura, dicho sea de paso.

No hay tiempo para explicar todos los pasajes al respecto, incluso los controversiales[1]; ni las diferentes escuelas, ni el cómo fue construido el texto bíblico a lo largo de miles de años. Pero lo que sí podemos decir, es que en Jesús queda clara cuál es la postura de Dios: milagrosa, no humana, no violenta; pero justa y rectificante, para nada romántica o ingenua. Dios no es “diosito” como dicen aquí en México. Dios es Padre, Señor y Rey.

La cuestión aquí es curiosa: no se trata tanto del asunto sobre la violencia (para justificar la defensa justa) más que de algo que sólo Dios, y el Dios hecho Carne, el Mesías, podrían hacer: la ira santa. Es decir: sólo Jesús pudo, puede y podrá desatar todo el juicio de Dios sobre la tierra, pelear con la espada que sale de su boca como dice el Apocalipsis (19:15): es decir, el Evangelio. Su voz es una voz que “destruye” para crear todo nuevo. Es decir, Cristo deconstruye la historia y el sistema humano; parte la totalidad desde lo otro creativo, santo, puro, y dese ahí transforma la humanidad. Sí, el Mesías está claramente contra el mismo sistema (mí Reino no es de este mundo. Cfr. Juan 18:36) que muchos cristianos, no sé cómo puede ser posible, defienden con vehemencia. Aunque se trate de gobiernos de derecha, hostiles, racistas, anticristianos.

Muchos de esos gobiernos se definen como “cristianos”. Sin embargo, de cristianos solo tienen el nombre. Usan la religión para obtener votos, al generar cierta empatía con ese sector de la sociedad que va a la iglesia, pero no lee ni practica la Escritura. Ese “cristianismo”, es en realidad, un discurso que usa ciertos aspectos de la religión para manipular: el asunto LGBTQ+, asuntos raciales, de prosperidad, seguridad, etc. El “enemigo” es lo que está fuera de lo “bueno, puro, elegido”. Pero, ¿quién cumple esas categorías? ¿Quién lo define? Claramente no han entendido que Jesús vino a los enfermos (Mc. 2:17), y que hizo un pueblo de los que no eran pueblo (Ef. 2.14), que ya no importan ni asuntos raciales, ni nacionales, ni de género, ni lucha de clases, ni desigualdades, porque todos somos uno en Cristo (Gal. 3:27).

Con razón Jesús sí que se enoja. Pero se enoja, siente celo, ira santa contra un sistema que ha transformado al otro, el periférico, pobre, diferente; lo ha cosificado, ha hecho de su necesidad religiosa de expiar sus pecados un negocio. Es decir, ha cambiado la fe por la religión. Son las indulgencias que había que comprar sí o sí (las palomas eran la ofrenda para los de bajos recursos; en general, los animales para el sacrificio eran un negocio redondo). Pero también es el sistema aprovechándose de las necesidades básicas para enriquecerse. El pobre, engañado, adormecido con asuntos que ya les son necesidad, le genera al gran capital la mayoría de sus riquezas. El consumo adictivo de alimentos procesados es equivalente a tanta diabetes, tanta obesidad; los medios de entrenamiento tienen propuestas estúpidas (es más fácil controlar “gente contenta”, dice un amigo); hay productos que venden un estatus desconectado de la realidad como tenis ridículamente caros, electrónicos programados para dejar de funcionar y comida de pésima calidad mientras todo lo que es de primera necesidad es cada vez más costoso; medicina innecesaria, industrias de la moda y demás. El pobre, el “clasemediero”, el trabajador, el proletario, vive de créditos impagables. Pero la religión no se enfoca en generar consciencia, sino en mantener adormecido a quien busca el cielo, pero piensa que todo lo terrenal es malo, desechable.

En este sentido, la religión es fundamental. Ha servido para justificar las desigualdades. En nuestra Latinoamérica ha habido una lucha por desaparecer ese pensamiento de ser-oprimido, “aguantador de toda situación”, por la búsqueda de la conciencia de liberación (Freire); pero aún hoy, el sistema de indulgencias está vigente. Misma iglesia cristiana usa la religión para tener personas con fe adormecida, fielmente diezmadoras. Música absurda, teológicamente simple: si no tiene “unción” no se canta. Enseñanzas simplonas donde al parecer Cristo brilla por su ausencia, porque “qué difícil resulta servir, amar, perdonar”. Conocemos iglesias donde, si no llevas el buen outfit, -ropa de marca, a la moda, cuerpos esculturales y maquillaje perfecto- no te subes al “altar” (sic)[2]. Pastores burgueses que necesitan ciertos privilegios para llevar a cabo su ministerio. Apóstoles, en realidad, manipuladores sociales. Se habla más de los héroes del Antiguo Testamento para justificar cuestiones psicologistas de éxito y valentía, que del Señor de la Gracia que le enseñó al pobre cómo, con una comunidad que comparte y ama, se puede vencer la pobreza, sin necesidad de usar las armas (Mar. 6:30-44), y sanar integralmente (metanoia), ser nueva humanidad.

Eso representan las mesas de los cambistas: la ira de Dios contra una religión que ha ocultado la verdad, esto es, un mundo, un Reino alternativo de justicia y paz, por un negocio. Las mesas representan el binomio perverso del sistema Estado-Religión, donde sólo el blanco rico y puro, tiene privilegios; ideologías donde “los elegidos” pueden exterminar pueblos enteros; o donde solo los afortunados pueden ser parte del gremio, donde el que tiene poder para acumular riqueza es el bendecido por Dios. Claro, el verdadero negocio está en la guerra y el exterminio.

Volcar las mesas es rebeldía pura, porque no solo tira el negocio (podríamos decir, está en contra del fetiche de la religión, que es la riqueza y, por tanto, del fetiche del gran capital, que es el negocio a costa de otros), el Mesías jamás aceptará que Su casa sea una casa donde existe algún tipo de desigualdad o discriminación, porque es casa para todas las naciones. Todas. Sin excepción: no caben religiones, ni ideologías: deben caber todos, es decir, Dios llama a todos a vivir en Su Reino.

Ahora bien. Volcar las mesas no es un hecho aislado. Porque deja que los niños irrumpan la gerontocracia de la religión: Dios no los extermina pese haber entrado al lugar Santo, ¿por qué hacerlo, si quien permite eso es su propio Hijo, en quién se complace? Además, sin duda que el Mesías hizo esto de muchas otras formas: al afirmar que la fe es capaz de mover todo un sistema nacionalista, que no da fruto cuando debió darlo aunque no fuera época para hacerlo (Mateo 21:18-22); con la fe práctica y dependiendo de Dios; al demostrar que no tiene porqué dar razones cuando es clarísimo que Dios camina con su pueblo: no se necesitan iluminados ni líderes, sólo el Mesías (Mateo 21:23-27); al decirles que ya no eran ellos, los judíos, quienes iban a entrar al reino, sino los que verdaderamente se arrepintieran, los “peores” de la sociedad quienes iban a ser el cambio: los publicanos y las rameras, porque Dios tiene el poder de transformarlo absolutamente todo. Muchas otras cosas, hizo el Señor, que también son volcaduras de mesas, es decir, poner patas para arriba el sistema, deconstruirlo, desecharlo, abrir las puertas a uno nuevo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, afirmó. Incluso romper el velo del templo y la maravilla de la resurrección: volcó incluso el poder de la muerte, en donde la religión tiene su control gracias al miedo que refiere en la consciencia popular, y lo hizo todo nuevo: la vida en la tierra importa muchísimo y, si seguimos sus pasos día con día, resucitaremos y seremos como él.

Seguimos hoy luchando en nuestras realidades sociales con muchos mercaderes y cambistas, aun en las iglesias. Necesitamos de vez en cuando pedirle a Cristo fortaleza para volcar una que otra mesa, aunque ello nos conduzca al martirio, así como ocurre de forma milagrosa en cada una de las realidades latinas donde el poder del diablo, a través del sistema mundano, es cambiado por el Reino. Hoy sabemos de hermanos en Estados Unidos que defienden prójimos, no solo indocumentados. Le vuelcan la mesa a Trump de muchas formas, no se suman al sistema, ni lo harán, aunque les toque cárcel.

A Dios gracias que el Mesías sigue caminando con su pueblo y, aunque muchas veces no nos demos cuenta, al final, cuando todo termine, entraremos en una casa con una mesa nueva, donde los benditos de Dios al fin verán que lo que hicieron rindió fruto.


[1] Para mayores informas, leáse Driver, Yóder, Sudderman, Schipanni, Byler y una larga, larga lista.

[2] ¿En su iglesia se sigue usando esa nomenclatura de “altar” y términos semejantes? Sugiere, este humilde escritor, que se lea la carta a los Hebreos.

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