Introducción
Hace poco compartimos el “itinerario espiritual de una mujer”1. En esta segunda parte, observaremos el itinerario espiritual de un hombre. Para ambos, la experiencia espiritual del itinerario, fue iniciática. Es decir, el inicio de una apertura, una transformación, una evolución. Como el inicio de todo camino, la apertura se abre paso entre la cerrazón. La transformación emerge lentamente desde la estagnación. La evolución se despliega poco a poco, y a pesar de los impases de la involución.
Aquella mujer, la Samaritana, y aquel hombre, Natanael, iniciaron sus itinerarios y fueron cambiando, cambiando… La Samaritana al comienzo del texto no es la misma que al final del texto. Lo mismo observaremos en Natanael. Lo importante en todo itinerario no es el encuentro, por más espiritual que sea, sino la apertura de conciencia. Esto es “darse cuenta”, una y otra vez, una y otra vez. Esta apertura de conciencia, que es gradual y que necesita ser desarrollada (una y otra vez) conduce a “ver lo que Es”, un poco más, y aun, otro poco más… Como decíamos, “ser espiritual es dar un paso más”. Siempre hay más.
El itinerario es iniciático porque desvela un camino a seguir. En todos los itinerarios que narra el evangelio de Juan, hay siempre esta invitación: ved y seguid. Darse cuenta y seguir, darse cuenta y continuar. ¿Y cuando salimos del camino, cuando nos perdemos, cuando “pasamos de largo”, esto es, cuando pecamos (gr. ἁμαρτία, hámartía = pecar)? Entonces, darse cuenta, volver y seguir (una y otra vez, una y otra vez).2
En esto, coinciden las grandes tradiciones espirituales de la Humanidad. Y de modo particular, en esto también se complementan la mística cristiana y el budismo.
Podemos sentirnos en resonancia con aquella mujer o con este hombre. Sus itinerarios pueden revelarse a nosotros como una invitación. Pero corresponde a cada uno, avanzar e iniciar su propio camino iniciático. Aquellas narraciones evangélicas, y también esta reflexión, son el mapa. Pero el mapa no es el territorio. El mensaje del evangelio de Juan es claro: “venid y ved”, “venid y seguid”. Estos itinerarios no deben ser sólo comprendidos. Esto no alcanza. Se trata de vivirlos. Usted ya sabe, “se hace camino al andar…”
El Texto
El evangelio de Juan no nos lleva solamente a pensar, sino sobre todo a vivirlo, ponerlo en práctica. La lectura del evangelio desde la tradición cristiana más original, era al mismo tiempo una contemplación y una acción.
Todavía hoy tenemos este evangelio en dos versiones antiguas y originales: hebreo y griego. Desde el texto griego somos invitados a la poesía y la contemplación. Desde el texto hebreo, entramos en el diálogo y la acción. “Venid y ved” diría el texto griego. “Venid y seguid” diría el texto hebreo.
Es necesario mantener la armonía de ambas versiones, respetando el Espíritu (gr. πνευμα, Pneuma) expresado en la versión griega, y respirando el Soplo (heb. נְשָׁמָה, Neshamah) transmitido en la versión hebrea.
El evangelio de Juan no nos trasmite una suma de conceptos, sino una Presencia irradiante. No nos trasmite “algo” sino “Alguien”, “Aquel que hace la verdad venir a la luz”. Por eso, su llamado, “venid y ved”. Pero también, no es simplemente “alguien en quien creer”, cual si fuera un fetiche o un amuleto. Por el contrario, es Alguien a quien seguir (inclusive, pasar)3. Por eso, su llamado, “venid y seguid”.
Nuestro texto se encuentra en ese marco de referencia. Luego del Prólogo, sigue el llamado al itinerario y la conformación de un grupo de seguidores donde el Logos volverá a encarnarse. Sin ese compromiso a emprender la experiencia iniciática del seguimiento, este evangelio no sería entendible, ni tampoco creíble. El evangelio de Juan no es un objeto de conocimiento entregado para mi comprensión intelectual. Este evangelio quiere despertarnos de las creencias que nos adormecen en la pasividad y la ilusión y sacarnos al Camino. Y, usted ya lo sabe: “no hay camino, se hace camino al andar”. Por eso, “venid y lo veréis” (1:39).
I. Juan 1:45
Las palabras de Felipe, revelan la certeza de conocer a Aquél de quien se hablaba desde tiempos antiguos en las Escrituras. Pero no conoce sólo por oír lo que se hablaba, sino que llegó a ver y encontrar. ¿Qué vieron, qué encontraron? “A Jesús, hijo de José, de Nazaret”. Nada sobrenatural. Nada extraordinario. Por el contrario, mucho de natural y ordinario. “Hijo de José, de Nazaret.” Esta paradoja será expresada por Natanael.
II. Juan 1:46
Natanael conoce las Escrituras. Del Mesías “no se sabe de dónde viene, ni para dónde va”. Pero al menos, se esperaba de la descendencia real de la casa de David: Pero, ¿de Nazaret? ¡Ninguna profecía se refiere a esta aldea insignificante! ¿Algo bueno – como el Mesías libertador de Israel – puede salir de Nazaret?
Al igual que en el itinerario de la mujer samaritana, he aquí, al comienzo mismo de la experiencia iniciática: la duda. Natanael conocía las Escrituras. Pero ese conocimiento, se tornaba no un camino por la que seguir o una puerta para pasar, sino una pared sin pasadizo. Un obstáculo.
Natanael volvía a lo conocido. “De Nazaret nada bueno puede salir” ¡menos aún, el Mesías de quien hablaban la Thorá y los profetas!
Sucede en los itinerarios como experiencias iniciáticas. En algún momento, una palabra o una experiencia, un amor o un dolor, nos desafía a extender nuestro conocimiento y superar los límites de nuestras cómodas creencias. No pocas veces lo que conocemos es un obstáculo para conocer más. Lo que creemos se levanta como una barrera que nos impide ir más allá. En esos momentos es fácil ceder a la tentación de quedarse con lo conocido.
Pero también llega la palabra que invita a tornarse más atento, más lúcido, más espiritual. Es decir, dar un paso más: “Ven y lo verás”. Estas palabras de Felipe son un eco de las mismas palabras de Jesús (1:39). Para conocer el Camino, es necesario ponerse en camino.
Notemos que Natanael no entrega su inteligencia y razón a cualquiera que le pida creer a ciegas o de oídas. Pero también Felipe no critica a Natanael por ser escéptico y no creer. Al contrario, le invita a verificar y basarse en su experiencia: “ven y ve”.
Como en el itinerario de la mujer samaritana, las resonancias con la sabiduría budista son notorias también en este relato. Como Jesús de Nazaret, también Buddha exhortaba a sus discípulos al conocimiento que se deriva de la experiencia, cuando les decía: “Venid y mirad por vosotros mismos”.4
III. Juan 1:47
¿Qué es un verdadero hijo de Israel? ¿Un israelita? Obviamente, no podemos quedarnos con el sentido nacionalista, ni tampoco con el sentido meramente histórico, geográfico o cultural. Proponemos ir al encuentro de un sentido espiritual. El pueblo de Israel, fue llamado a ser “santo”. Esto es, “un otro diferente”.
Israel se constituyó en “un otro pueblo” inmediatamente luego que salió de Egipto. “Salir de Egipto”, significaría también salir de la esclavitud a la que nos somete la conciencia común e ilusoria. “Salir de Egipto” es dejar atrás la maldad y la falsedad. “Salir de Egipto” es, entonces, elegir un modo diferente de ser y hacer.
Natanael es un verdadero israelita, por cuanto es sin engaño, sin hipocresía, sin maldad, sin falsedad.
En algún momento del itinerario, la duda – cuando es honesta y “científica” porque se deriva de la scientĭa o conocimiento – es premiada. La duda de Natanael es aprobada y premiada con un elogio del Logos. El más bello elogio que puede ser hecho a un hombre: ser un hombre verdadero, sin falsedad, sin engaño, sin maldad, sin preocupación de agradar, sin ilusión de ser seducido o tranquilizado, sin dualidad. Como dice literalmente el texto: sin doblez.
IV. Juan 1:48
Ahora, igual que la mujer samaritana, Natanael se siente reconocido. Es una etapa más clara y comprensible en el itinerario. Jesús le habla en un lenguaje que comprende. Le habla de “la higuera”. “Estar debajo de la higuera” quería decir para los antiguos rabinos, “estar meditando las Escrituras”. “Estar debajo de la higuera” es estar con conocimiento.
Podemos encontrar una nueva resonancia con la tradición budista. De Siddharta Gautama se dice que se tornó un Buddha (iluminado) precisamente mientras meditaba debajo de una higuera.5
Mientras Natanael meditaba con los textos sagrados, conocía que el Logos, el Maestro interior, le hablaba. Esos momentos de serena meditación y memoria de las Escrituras, le tornaban más y más un hombre sin engaño, sin ilusión ni falsedad, un hombre verdadero. Ahora, haciendo la experiencia que Felipe le indicara – “ven y ve” – se encuentra con Aquél que le habla, el Maestro exterior, “Jesús, el hijo de José, de Nazaret”.
“A cada cual su higuera”. A cada cual su experiencia, su itinerario. Seguramente la “higuera” de Natanael, no es la nuestra. Y no tiene porqué serlo. El Espíritu del Soplo, sopla dónde y cómo quiere, siendo siempre un misterio de dónde viene y a dónde va. Pero también, todos hemos conocido en nuestra vida momentos de gracia y unidad, de lucidez y revelación. Estos momentos suelen ser fugaces, brevísimos pero iluminadores como relámpagos en la noche.
En esta etapa del itinerario, esta lucidez comprehensiva es fundamental. ¿Qué hacer para tornar esa lucidez en un estado más estable y apacible? “Sentarse debajo de la higuera”, responde Natanael.
El itinerario se desarrolla mejor, “sentándose debajo de la higuera”. ¿Qué quiere decir esto? La práctica constante de un camino meditativo, por el cual se adquiere experiencia en primera persona. “A cada cual su higuera”, significa que no nos es exonerada la ascesis (gr. ἄσκησις,
ejercicio, formación) de conocer por la propia experiencia. “Sentarse debajo de la higuera” es comenzar a ver la Realidad en primera persona, y no porque lo dicen los libros o la Biblia.
No dudamos en decir que esa experiencia y conocimiento en primera persona, está ausente en la gran mayoría de las iglesias occidentales. Estamos habituados a creer las creencias de otros; a adherirnos acríticamente a doctrinas y teologías transmitidas desde siglos, pero que hoy se manifiestan obsoletas; a repetir ritos y textos ya carentes de sentido y de inteligencia. Quedarse solamente con el conocimiento en tercera persona (lo que otros dicen, creen, o testimonian, lo que otros afirman, lo que otros viven…) por más sagrado que pretenda ser, empobrece nuestra propia vida espiritual.
Grandes mayorías de cristianos modernos parecen tener poca curiosidad en conocerse a sí mismos. Sin embargo, proclaman “conocer” a Dios. Lo cual – en rigor – es un disparate, e inclusive, ignorante de la propia tradición cristiana antigua.6 ¿Quién puede llegar a Dios, como quien llega a una con-clusión (= close, ¿quién puede “encerrar” a Dios?).
Pero sobre esto, es mejor callar, pues nada se puede afirmar y nada se puede negar. Ninguna palabra puede expresar lo inexpresable.7
V. Juan 1:49-51
El final del texto, no es el fin del itinerario, ¿quizá sea un nuevo comienzo? Al igual que la mujer samaritana invitada a reconocer el Yo Soy, a Natanael le llega la invitación a reconocer ya no el Maestro exterior, sino el Maestro interior, el Logos.
Los ojos de Natanael están abiertos. El ojo de la carne, cuando responde a la invitación de Felipe “ven y ve”. El ojo de la mente, mientras meditaba en las Escrituras bajo la higuera. Y ahora, el ojo del espíritu, para contemplar “los cielos abiertos”.8
Las palabras de estos versos, son mistéricas. Expresan simbólicamente una experiencia espiritual que puede suceder en cualquier momento del itinerario. Pero, repetimos: esta era la experiencia de Natanael. No necesariamente así debe ser la nuestra. La mayoría de las veces, tal arrobamiento no sucede. O bien, la experiencia espiritual puede suceder sin mistéricas maravillas. Más bien, cuando – como decía San Buenaventura – “los tres ojos del alma” están abiertos y atentos, la experiencia se transparenta en la plaza del mercado, en el mundo de los humildes, así como también, en la caída de la transgresión.9
Los “cielos abiertos” expresan la posibilidad de apertura ofrecida a la conciencia para salir de este mundo de ilusión y cerrazón, y visitar otros múltiples estados de conciencia, investigados desde hace siglos en la tradición budista, como también en las últimas décadas por la psicología profunda y transpersonal de occidente. “Cielos abiertos” simbolizan una apertura de inteligencia y espiritual, no cerrada en sí misma e incapaz de pensar diferente y temerosa de la diferencia.
El texto nos permite sugerir una fértil comparación entre Natanael y el mito de Narciso.
- Los cielos de Natanael – que ve al otro – son “cielos abiertos”.
- Los cielos de Narciso – que sólo se limita a mirarse a sí mismo – son “cielos cerrados”.
- En los ojos de Natanael, el otro existe. Los ojos de Natanael se abren a otros niveles de comprensión, a eso que Jesús llama “ángeles que suben y descienden”. Notemos que el itinerario nos llama – a veces – no sólo a subir, sino también a descender. Descender no para estañarse o fijarse allí, sino para salir liberado de la ilusión y el autoengaño. Natanael es un verdadero hijo de Israel – que también significaría “aquel que ve a Dios” – sin engaño, sin falsedad, sin maldad. Natanael es un hombre de verdad y bien.
- En los ojos de Narciso, no existe el otro ni lo otro, sólo existe el yo, el ego. En algunos hombres este descenso es doloroso. Siguiendo el impulso del ego, se refugian en lo falso, en el engaño, en una máscara de macho. Pero el macho no ve bien, “no ve a Dios”. Sólo ve una falsa imagen de sí mismo, como Narciso.
El itinerario de Natanael nos invita: “venid y ved”. Nos invita a “ver bien”, ver el Bien, ver al Bien Amado, ver a Dios. El hombre – ciertamente no el macho – sino el hombre que “ve bien”, tiene ojos angelicales, es capaz de ver ángeles y cielos abiertos. Es capaz de desarrollar una nueva conciencia, es más despierto, más lúcido. En una palabra: un Natanael, hijo de Israel, “aquel que ve a Dios”.
Un hombre así, en algún momento de su itinerario, escuchará un buen elogio. Una confirmación del Logos – que también habla por boca de mujer – “eres un hombre verdadero, auténtico, sin engaño, sin maldad…eres un hombre bueno”.
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