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Reflexión Pastoral: Itinerario Espiritual de una Mujer (Juan 4:4-29)

 

Una vez conversando con el teólogo Leonardo Boff en Brasil me dijo: “Detrás de lo que se dice, está también lo que no se dice”.

Así es en el evangelio de Juan, siempre hay más de lo que sus palabras dicen. Siempre hay más. Este evangelio es una reserva inagotable de significados. La verdad que sus palabras nos transmiten, no son una suma de conceptos sino una Presencia. No es “un algo”, sino “Alguien”.

Siempre hay más. Siempre hay más de lo que nuestros ojos ven. Siempre hay más de lo que nuestra nariz olfatea. Siempre hay más de lo que nuestra boca saborea. Siempre hay más de lo que nuestros oídos escuchan. Siempre hay más de lo que nuestras manos tocan. Ser espiritual es dar un paso más hacia el “Siempre Mayor”. Este es el mensaje del evangelio de Juan: “Venid y ved”.

El texto

Para el texto de hoy podríamos realizar múltiples interpretaciones. Y entonces, obtener múltiples significados. Quiero respetar la letra, pero no olvidar el espíritu. Como veremos, encuentro resonancias de la sabiduría budista. Y también de las comunidades terapeutas greco-judaicas en el norte de Egipto que eran contemporáneas de Jesús de Nazaret.

Esta tradición de terapeutas del desierto todavía continúa. Mientras vivía en Brasil, pude conocer y aprender de esta tradición. Los textos sagrados son también textos de nuestra alma. Son textos que revelan nuestro estado interior, estados de nuestro psiquismo.

El texto es un verdadero “camino de iniciación”. Una iniciación revelada más allá de la religión establecida. Un camino iniciático revelado a una mujer que era discriminada por ser samaritana, discriminada por ser mujer.

Jesús reveló verdades y una oración profunda a aquella mujer. ¿Qué había en aquella mujer samaritana? Quizás sus oídos no estaban cerrados en la arrogancia de saberlo todo. Ella buscaba Verdad y Espíritu. Tenía sus dioses, sus tradiciones y sus creencias. Sin embargo, era habitada por la insatisfacción, la sed. El agua que siempre encontraba, nunca su sed calmaba.

En el diálogo, Jesús invita a la mujer a dar un paso más. Del deseo personal al deseo por lo transpersonal. Una verdad más elevada, un sentido más amplio. Un Misterio inefable que está más allá de “eso” que llamamos “dios”.

I. Juan 4:4-7

En Jesús, Dios estaba cansado. Fatigado en búsqueda de una humanidad donde reposar, donde descansar. En el inicio de una auténtica experiencia espiritual, existe ese descubrimiento: no somos nosotros que buscamos, es Dios quien nos busca, es la Vida que nos busca. Para muchas personas es difícil dejarse encontrar, dejarse amar tal cual son. Este es el primer obstáculo en el camino: dejarse encontrar, tornarse encontradizo.

“Era la hora del mediodía”. La hora de la sed, del deseo. La hora sin sombra. Momento de lucidez, sin espacio para la mentira. Estamos a la orilla del pozo. La palabra griega “pozo” indica una “naciente de agua”.

Pozo es también símbolo del corazón. Sentarse a la orilla del pozo es colocarse en posición de escucha y resonancia. Se trata de descender a esa profundidad en nosotros para descubrir allí la naciente y oír “Dame de beber”. Es una extraña paradoja – que no es una contradicción – pues es la naciente que pide ser bebida. El apelo de Dios que pide un tiempo, una atención.

Es siempre una sorpresa, una lucidez, una aceptación sentirse así: llamado, buscado, reconocido, querido, amado.

Pero de esto, surgirá el segundo obstáculo.

Juan 4: 11-14

La mujer es realista. No está soñando. Ella no espera una nueva revelación. No espera nada fuera de su entendimiento. Sabe la historia y milagro de ese pozo. Pero no espera nada más. Pero ese realismo parece ser el tercer obstáculo.

Y otra vez, Jesús le pide “un paso más”. Jesús intenta despertar en ella la sed por agua que no se agota (v.13). No se trata del agua y las satisfacciones materiales.

Aquí estamos en la sabiduría universal. Lo que apacigua el deseo durante un momento, se torna el comienzo de otro deseo. Esta ignorancia – decía Buda – es causa de sufrimiento.

Sabemos lo que pasa: cuanto más poseemos, más deseamos poseer. Quizás también alguna vez, nuestro psiquismo pensó que estaría en paz y feliz con cierto número de riqueza, cierto número de relaciones, una cierta cantidad de placer. Y luego…insatisfechos…sufrimos.

La mayor parte del tiempo somos felices por causa de nuestra salud, por causa de alguna posesión, una actividad o una relación. Si es así, parece que nuestra felicidad depende de una realidad externa y frágil. Siempre efímera, siempre impermanente. Personas cambian, fenómenos

cambian, objetos cambian. Todas las cosas y todas las personas son impermanentes, y algunas veces, desilusionantes. Cuanto más bebemos de “esta” agua, más sed tenemos.

Sin embargo, Jesús anuncia algo nuevo (v.14). Una vida, una paz, una felicidad, una naciente de agua que no depende de las circunstancias externas. Mientras no encontremos esa felicidad dentro de nosotros, no será posible encontrarla en el exterior.

La pregunta es: ¿es esto posible? ¿Es posible conocer una felicidad que no depende de los objetos de la felicidad? Realmente, no lo sé. Yo estoy todavía buscando…

Y en esa aspiración, he observado y conocido familias que lo tienen todo para ser felices. Todo. Pero no lo son. Sólo piensan en comprar un apartamento en un edificio alto, para tirarse por la ventana. He observado y conocido también familias que no tienen nada para ser felices. Cuando miraba hacia el techo había tantos agujeros que se podía ver las estrellas. Y, sin embargo, testimoniaban una paz, una armonía, una unidad…

Jesús no propone objetos o circunstancias que nos darían felicidad. Más bien, quiere llevarnos a encontrar en nosotros mismos, una “cualidad de ser felices”, sin dependencias, sin apegos. Jesús el Cristo desea que seamos uno con la propia fuente. Ser “uno con el Padre”. Recordamos aquí que las escrituras griegas de la Iglesia antigua, llamaban a Dios Padre como “la Fuente”.

I. Juan 4: 15-18

La mujer interpreta las palabras de Jesús según su deseo de no tener más necesidad, no tener más carencia. Vivir la vida como un déficit nunca satisfecho. Este es el cuarto obstáculo.

Y otra vez, Jesús pide para ir más allá, dar un paso más elevado (v.16). Literalmente le dice: “¿Con qué o con quién estás casada hoy?” “¿Dónde buscas la unidad, alegría, felicidad, paz?” “¿Cuál es la causa de tu felicidad?”

Ella responde: “No tengo marido”. Quiere decir: “en este momento, yo no conozco esa unidad. No conozco la paz de mi deseo. No estoy en estado de unión, alegría y de paz”.

Jesús revela a la mujer la falta de felicidad, la continuidad de su sed. Ella ya lo sabe. ¡Vaya si lo sabe! Tuvo cinco maridos y aun con el sexto, no conoce la unidad. Cinco veces intentó conocer el amor, la armonía, y aun la sexta vez, no ha resultado el bien ni la paz.

Las palabras de Jesús significan: “Tú eres honesta”. “Tú eres lúcida”. Es necesario notar la bella energía de esta mujer. La fuerza de su búsqueda. ¡No renuncia al amor… una, dos, tres… hasta seis veces! No desespera.

¿Qué son esos 5 o 6 maridos? ¡Es tan difícil aguantar uno…! ¡imagínense 6! Tal vez eran los 5 dioses samaritanos. Tal vez los cinco imperios que invadieron Israel y el sexto son los romanos. O tal vez son los cinco libros de la Torah hebrea (aceptados por los samaritanos). San Agustín proponía que eran los cinco sentidos físicos y el sexto, el sentido mental…

Como sea, nada ni nadie le trajo felicidad. Quizá placer, pero no felicidad. Quizá risa, pero no alegría. Quizá un poco de realismo, pero no la Realidad. “No, no tengo…” dijo la mujer.

Jesús reafirma esa lucidez, aunque sea dolorosa. Un itinerario siempre pasa por ese momento de fugaz lucidez. Hay que decir “sí” a lo que es. Reconocer la falta. Reconocer la carencia para transcenderla.

Ni la posesión material, ni el apego afectivo, ni el realismo de los sentidos (ver, tocar, oír…). Nada es permanente. Nada es para siempre. Nada resiste a la ley de la entropía. “Todo lo compuesto será descompuesto” dice el evangelio de María Magdalena.

Solamente la Realidad no-creada, no-condicionada, no-visible, no-explicable, no-comprensible…Es para esa Realidad que Jesús el Cristo quiere orientarnos. Pero lo que se busca no tiene límites. La Realidad no se puede agarrar…hay Siempre Más.

II. Juan 4:19-21

La mujer reconoce que Jesús ve claro. Se siente reconocida. Reconoce su carencia, su ausencia. Confiesa su insatisfacción. Ya nada puede esconder. Reconoce en ella un deseo más esencial, más espiritual. Ella interroga a Jesús por la verdadera adoración, el verdadero culto.

Pero este es el quinto obstáculo. Un sutil obstáculo. Una sutil idolatría: poseer la verdad. ¿Cuál es el verdadero culto a Dios? ¿Quién tiene el verdadero lugar de adoración? ¿Cuál es la verdadera religión? ¿Cuál es la manera correcta de adorar?

Un sutil obstáculo. Una sutil y peligrosa idolatría: poseer la verdad. No solo poseer materiales o afectos, ahora nuestro psiquismo, busca poseer la verdad. Quien dice poseer la verdad, – lo sabemos – es peligroso. Querer encuadrar a Dios en una forma, en un lugar, en una doctrina, en una práctica, en una iglesia, no sólo es estúpido, sino peligroso.

Y otra vez, la palabra de Jesús pide “ir más allá”. Interpreto algo así como “una espiritualidad trans-religiosa”. Ni en esta iglesia, ni esta otra. Ni en esta religión, ni en la otra.

II. Juan 4:23-24

Jesús revela a la mujer samaritana un ejercicio espiritual. A diferencia de la oración masculina, más racional o intelectual e incluso más judía (Padre nuestro). Ahora, Jesús enseña una práctica. Un ejercicio que es espiritual y abierto a toda la humanidad. Y esto es revelado a través de una mujer, discriminada, excluida. Se trata de una oración “en espíritu y en verdad”. Es interesante el sentido original en el texto griego. Veamos.

1. Orar en espíritu (= pneuma). Orar en el Soplo. Esto es, respirar. Entrar en la conciencia de nuestro Soplo. Orar no es repetir palabras. Tampoco hilvanar pensamientos y raciocinios. Orar es, respirar. Participar del Soplo divino. Y esto, lo sabían muy bien las comunidades cristianas de los primeros dos siglos. A la misma vez, las resonancias con las prácticas meditativas budistas, son obvias.

2. Orar en verdad (= aletheia). La palabra griega traducida como “verdad” significa “fuera del letargo”. Es estar vigilante, con atención, despierto. Entonces, orar “en verdad” no es recitar verdades de la fe, como recordar doctrinas, credos. La palabra “verdad” tiene el sentido de “estar consciente y atento”. La verdad no es una cosa que se tiene. Es ser/estar “despierto”.

Cuando Jesús decía “Yo Soy la verdad” podemos entender como “Soy alerta, vigilante, despierto”. Y ustedes saben, la palabra “despertar” nos recuerda al estado del Budhha (= el Despierto)

En resumen, lo que Jesús dice es: si quieres conocer la fuente de tu ser, tienes que respirar con atención al Soplo, estar consciente, vigilante. Lo importante no es esta o aquella montaña. Esta o aquella religión, esta o aquella práctica, este o aquel culto. Lo importante es ser consciente del Soplo que nos habita, orar con atención, respirar el Soplo de Dios.

Lamentablemente, en las iglesias occidentales hemos olvidado esta dimensión respiratoria de la oración. Y nos hemos quedado con las palabras, los pensamientos, las razones. Creo que esto ha empobrecido nuestra espiritualidad. Pero todavía se mantiene en la tradición ortodoxa de Medio Oriente.

I. Juan 4:25-26

En esta etapa del itinerario, la mujer samaritana es despertada en su sed de conocer “el Ungido”, el Cristo. Y la palabra llega: “Yo Soy el que habla contigo” (v.26).

Llegamos al corazón del camino iniciático. Todos los rodeos, el juego de paciencia, de preguntas, de respuestas cada vez más profundas, para llegar hasta “ver lo que Es”. Ahora la mujer samaritana conoce al “Yo Soy, Aquél que Es”.

Pero la historia no termina aquí.

II. Juan 4:28-29

Después de la experiencia iniciática, ella puede “dejar su cántaro”. Otra vez, la resonancia budista: el desapego. Todo camino iniciático conduce a dejar, renunciar, transformar.

La mujer samaritana “deja su cántaro”. Esto es, su modo habitual de obtener conocimiento. Ahora ella sabe – por la experiencia – que “la Fuente” está en ella.

Ella puede dar testimonio de su despertar “¿No será este el Cristo?”

Anabaptist World

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