Introducción
Hace algún tiempo compartimos el “itinerario espiritual de una mujer”[1]. Esta mujer era conocida como “la Samaritana”. Poco después, compartimos el “itinerario espiritual de un hombre”[2]. Este hombre era Natanael. En esta tercera parte, reflexionaremos sobre el “itinerario espiritual de una pareja”.[3] Para ambos, el itinerario espiritual, fue iniciático. ¿Qué significado damos a esta palabra? En un sentido general, “iniciático” significa “relativo o propio de una iniciación”. Más claramente pero aún muy general, es el “acto de iniciar o comenzar algo”. En un sentido más particular, algunos diccionarios apuntan definiciones como: “acto de ser introducido en una experiencia o camino espiritual más profundo, misterioso o amoroso”; “acto de dar o recibir los primeros elementos de una práctica o enseñanzas relativas a un área del saber (científica, social, religiosa, etc.)”.
Tanto el sentido general como el particular se aplican al itinerario de la Samaritana y Natanael. Lo que llama la atención, es que el encuentro y camino iniciático de ambos, ocurrió en la cotidianidad de sus vidas. Con ella, mientras iba a recoger agua en el pozo. Con él, mientras meditaba en las Escrituras sentado bajo la higuera. Quizás ambos no llevaban una vida entre los sobresaltos de la des-gracia. Probablemente seguían una vida rutinaria sin-gracia. Pero con seguridad, a ambos les tocó la gracia.
El evangelio de Juan – así como otros varios evangelios contemporáneos a este – puede ser considerado un texto iniciático. Esto es porque sus narraciones – que abundan en prodigios y discursos teológicos y simbólicos – eran consideradas fundamentales para introducir y consolidar las comunidades cristianas de los primeros siglos. Más que los otros tres evangélicos canónicos (Mateo, Marcos y Lucas), este evangelio de Juan puede leerse con una narrativa simbólica en la cual los actos y las palabras de Jesús en Cristo, deben ser considerados, antes que nada, por su alcance teológico.
Por otra parte, más claro aún es que en este evangelio no sólo se revela Ser divino, sino también en el mismo movimiento, se revela el Ser humano. Por eso nos identificamos con algunas experiencias, etapas o incluso fugaces momentos de los itinerarios, como si armonizaran con nuestro propio itinerario espiritual. ¿Acaso no nos reconocíamos en el itinerario de la Samaritana o de Natanael?
Como dijimos, el evangelio de Juan no es una suma de conceptos teológicos para creer ciegamente. Ni tampoco un conjunto de señales y prodigios para atestiguar algún poder. Es un texto que llama a hacer la experiencia del seguimiento, como ya vimos en los itinerarios de ella y de él. En otras palabras: es un texto que nos llama a transformarnos por la práctica decidida, pero también analítica (venid y ved), espiritual pero también atenta (en espíritu y en verdad).
“Y muchos seguían a Jesús el Cristo” repiten todos los evangelios. Los itinerarios personales, se encontraban y se unían en el seguimiento comunitario. Sabemos que Natanael le siguió. Podemos suponer – ¿por qué no? – que también ella, la Samaritana, le siguió. Y la Samaritana y Natanael, se relacionaron. Sus itinerarios se cruzaron.[4]
Podemos suponer – ¿por qué no? – que sus itinerarios se unieron. Ella, sobreponiéndose el lastre de las desilusiones y desamores, discriminaciones y maltratos. Pero incansable mujer luchadora del agua viva y buscadora del Amor. Él, superando sus dudas y escepticismo. Pero constante meditador, sin hipocresía, sin maldad, un hombre bueno.
Todo nos lleva a Caná de Galilea.
El texto
El texto está cargado de elementos simbólicos. Una lectura meramente literal estaría seca de la riqueza espiritual que este texto contiene, precisamente por la cantidad de elementos simbólicos. No es nuestro propósito seguir cada uno de estos detalles, aunque tampoco podemos escapar totalmente de ellos. Charles Harold Dodd, uno de los mejores especialistas en el estudio de este evangelio, llega a plantear que el presente relato sería, en su origen, una parábola que tendría como motivo central, igual que tantas otras, una fiesta nupcial. Posteriormente, el relato parabólico se habría convertido en una historia de milagro.
El evangelista sitúa el episodio en un pueblo de la montaña a unos 15 Km de Nazaret, llamado Caná (Qânâh) de Galilea. Esta región montañosa de Galilea era el lugar clásico de los rebeldes contra el régimen que imperaba en Jerusalén. Cuando ocurre el encuentro con Natanael, había Jesús tomado la decisión de ir a Galilea (1:43). Allí gozaría de más libertad que en Judea, donde se verá más perseguido (4:1-3; 7:1). Por tanto, Jesús visitaba con frecuencia esta región, y en particular, a Caná donde “le recibían bien” (4:43-46). Aquí en Caná de Galilea iniciará su labor directa con el pueblo. El historiador Josefo también menciona Caná como una pequeña localidad donde probablemente Natanael nació.
No entraremos en los detalles cronológicos que el evangelista ha especificado con una especie de cómputo de días, uno tras otro (1:29; 35;39;43; 2:1; 12). Pero sí es importante notar que esta estructura textual indicaría que el episodio de Caná es programático. Es decir, el inicio de un programa o principio de señales (“Así en Caná de Galilea, comenzó Jesús sus señales…” 2:11). La señal realizada en Caná marca el comienzo de algo nuevo: una nueva alianza. Una alianza orientada ya no en el sometimiento a la ley, sino fundada en el amor (1:14-17). La señal realizada en Caná es entonces, iniciática.
El evangelista construye su texto a partir de un hecho social cargado de un profundo sentido espiritual: una boda. Mejor dicho, una alianza. La alianza recuerda al hombre y la mujer que no están obligados a vivir juntos, sino que escogieron vivir juntos en una alianza de dos libertades. No son dos mitades que se casan, sino dos seres enteros y completos que se escogen libre y mutuamente, y por eso, se alianzan el uno al otro.
Entonces, estas nupcias simbolizan y recuerdan la alianza amorosa entre el Ser divino y el Ser humano.
Es una boda anónima. La esposa y el esposo no tienen rostro ni voz. ¿Por qué no darles un rostro? Al menos, sí eran conocidos por Jesús y sus discípulos pues “fueron invitados”. Inclusive “María la madre de Jesús estaba allí” (2:1) Precisamente todo esto nos permite suponer, imaginar o ¿jugar? – sin afectar el sentido del texto – que la Samaritana y Natanael, estarían confirmado su itinerante relación en una fiesta nupcial.
Juan 2:1-2
Jesús, su madre y sus amigos son invitados a una fiesta de casamiento. No por acaso, escoge ese momento de alegría humana y ese lugar llamado Caná, para revelar algo de su misterio. En Caná será – efectivamente – su primer milagro, su primer acto público.
Pero, ¿cuál puede ser el sentido de este texto para entender más un itinerario espiritual?
Primero, la misma etimología del local – Caná de Galilea – nos comunica un sentido, una dirección importante para todo itinerario espiritual. Segundo, algunas veces un evento social cargado de alegría – una boda – o de tristeza – un entierro – puede ser ocasión de una profunda itinerancia.
Al igual que los antiguos Padres de la Iglesia, Tomás de Aquino comenta que ese lugar – Qânâh – cabe perfectamente al misterio de esas nupcias. En hebreo, qânâh que significa “caña o junco” también tiene el sentido de “efervescencia”, “fervor”, “exaltación”, “entusiasmo”.[5] Mientras que la palabra “Galilea” proviene de una raíz hebrea más primitiva pero muy polisémica – galah – que significa “emigrar”, “ser exiliado”, “transmigrar” o simplemente “pasar”.[6]
Ambos sentidos etimológicos provocan una rica reflexión cristiana-budista. Ocurre en todos los itinerarios espirituales – y por eso son iniciáticos – que en un momento (= al tercer día) el Logos, el Cristo, ese Despertar se torna más presente. Por un lado, ocurriendo en una experiencia que es la de un fervor, una pasión, una efervescencia o una exaltación en lo más profundo de nuestro ser. Y a la misma vez, en un pasaje, una transitoriedad, una emigración, en una impermanencia.
Esa fue la exaltación de Jesús el Cristo:
En aquella misma hora Jesús se alegró en espíritu, y dijo: Te alabo, oh Padre…que escondiste estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños… (Lc 10:21)
Ese fue el entusiasmo de cierto anciano sabio del budismo chan[7]:
“¡Oh maravilla, oh milagro! He aquí que saco agua, he aquí que acarreo leña”.
Estar en el fervor y en tránsito – sin separación[8] – es un modo de ser/estar en el presente, la atención en el instante. Es el “hoy” que tanto enfatiza la tradición cristiana (“Efectivamente, el «momento preciso» es ahora. Hoy es el día de salvación”. 2 Cor 6:2). Es el “aquí y ahora” del cual nos habla la tradición budista.
En las palabras de nuestro texto: es el instante de las nupcias, el pasar del agua al vino.
Nuestras vidas están en constante fluctuación, lo cual genera numerosas dificultades. Pero si nos enfrentamos a los problemas con atención, lucidez y tranquilidad, los mismos problemas nos resultarán más fáciles de resolver. Esa atención al instante es muy útil en la vida cotidiana, pues nos proporciona tranquilidad y energía interior.
Las iglesias cristianas contemporáneas, tan llenas de planes y proyectos para el futuro como de creencias y doctrinas del pasado, no cultivan la gracia de ese “instante”. En el plano individual, el estado mental de los creyentes en general parece invadido por ansiedades, preocupaciones, afanes, ofuscación y miedos de todo tipo. En este estado, fácilmente olvidan la atención al instante, al aquí y ahora. La superficial tranquilidad provocada por el desahogo de cada domingo se evapora al comenzar el lunes. Y así, la semana se va con el piloto automático encendido, en una prisa – física y mental – frenética y sin fin.
Es posible que desean ir más despacio, ser más pacientes, vivir con más confianza, pero a menudo no son capaces de lograr estas cosas porque están encajonados en esa manera de hacer las cosas. Tienen miedo de lo que ocurriría si aflojaran el control sobre las cosas y sobre sí mismos. Pero el pasado, ya pasó; y el futuro es siempre incierto. Tejer conceptos, creencias, opiniones y aferrarse ciegamente a esto, no puede evitar que las cosas se salgan de control.
Dijo Jesús el Cristo:
No os afanéis… ¿Y quién de vosotros, por ansioso que esté, puede añadir una hora al tiempo de su vida? (Mt 6:25-27)
Dijo Buddha:
Hay cinco cosas que no puede hacer ningún monje, ni ningún Dios, ni tampoco el tentador, ni ningún ser en el mundo. Y ¿cuáles son estas cinco cosas?: que lo que está sujeto a envejecimiento, no envejezca; que lo que está sujeto a enfermedad, no enferme; que lo que está sujeto a la muerte, no muera; que lo que está sujeto al decaimiento, no decaiga; que lo que está sujeto a pasar, no pase.[9]
La boda en Caná de Galilea simboliza también las nupcias del fervor (Qânâh) y la transitoriedad (Galah). Somos invitados a hacer en nosotros esta alianza entre el fervor y la transitoriedad. El fervor, no olvida que todo pasa, que todo es transitorio. La transitoriedad, no olvida el entusiasmo de la gracia y la efervescencia del instante.
Como dice el monje budista Thich Nhat Hanh: “Camina como si estuvieras besando la tierra con los pies”.
Juan 2:3
“Ellos no tienen vino”. Esta simple frase de la madre de Jesús puede resonar en nosotros en varios niveles tanto teológicos como psicológicos. Puede ser sentido como un final o un recomienzo.
Primero, reconocer que el vino del casamiento se acabó es una constatación común en el itinerario de muchas parejas. “Ellos ya no tienen más vino”. Es una forma de decir que, luego de la embriaguez de los primeros tiempos, deja de haber aquella alegre llama de vivir juntos. Acabó el fervor, la atracción, la belleza. Ahora, sólo quedan las razones…y en el peor de los casos, el desconcierto y la inconsciencia.
Ahora bien, como vimos en los itinerarios anteriores – la Samaritana y Natanael – esa carencia puede tornarse una posibilidad, la crisis en una oportunidad, el absurdo en una gracia.[10]
“Ya no tienen vino” no tiene que vivirse como el fin del fervor o la fascinación. Puede vivirse también como una oportunidad de mayor conciencia. Puede vivirse como un instante de gracia – del que ya hablamos – por el cual madurar un poco más.
Veamos. Existen casamientos llevados por la pulsión, la ilusión, el apego al placer (¿la inconsciencia?) pero “este vino” acaba muy pronto. ¡Nada hay más disoluble en el tiempo que esto! Las emociones y los deseos son volubles y cambian, así como las personas también cambian. Aquel o aquella persona que alguna vez nos dijo “te amo”, también nos puede decir “te detesto”. Algunas veces, no son dos libertades que se unen, sino dos inconsciencias. No hay allí unión de dos libertades, sino una fusión dependiente. Por supuesto, en el itinerario espiritual de una pareja siempre hay lugar y tiempo para la pulsión y el placer. Pero hay más, siempre hay más.
Existen casamientos en que, a la pulsión y el deseo, le agregan la razón y la inteligencia. En estos, tal vez el vino dura un poco más. Hay verdades, ideas, conciencia y proyectos comunes que se comparten. En estos casamientos se unen no sólo dos cuerpos o dos corazones, sino dos inteligencias. Esta es la razón por la cual estos relacionamientos pueden durar un tiempo más prolongado, pero quizá no mucho más… El vino de la inteligencia, también se puede acabar. Esa persona que nos parecía tan inteligente y vibrante, de repente, se revela tonta, limitada y retraída. Por supuesto, en el itinerario espiritual de una pareja siempre hay lugar y tiempo para compartir verdades y construirlas juntos. Pero hay más, siempre hay más.
El agotamiento del “vino” de deseo o del “vino” la razón y la inteligencia, puede ocurrir. ¡Y ciertamente ocurre! Una característica de la vida es que todo es pasajero, todo es transitorio, todo es disoluble. También el casamiento. Aquello que se unió, también tendrá que separarse. Todo lo que es compuesto, será descompuesto, dice el evangelio de María Magdalena. Pero justamente ahí, en la misma constatación de “ya no queda más vino”, se abre un otro momento en el itinerario espiritual.
Segundo, reconocer que el vino ya se acabó es también una oración necesaria. “Ya no queda más vino” es también una plegaria, una intercesión. Pasar a este momento más profundo, puede sacar a la pareja del desconcierto, e inclusive, llevarla – esta vez – a llenar las tinajas con un mejor vino.
En la tradición judeo-cristiana, el vino es símbolo de la gracia o presencia de Dios en el corazón humano. Sin la presencia de ese Tercero – como decía la tradición cristiana antigua – bien de prisa estará faltando la gracia en el corazón humano. Si el Cristo no es invitado a la boda, bien deprisa estará faltando el vino en la relación. Es necesario invitar al Cristo, sea en el intercambio de la pulsión y el deseo, o en la inteligencia y construcción de proyectos e ideales. Es necesario transformar el casamiento en una alianza. ¿Qué es, entonces, lo indisoluble en un casamiento? Para la tradición cristiana, lo que es indisoluble en el casamiento, la amistad o el amor: es Dios.
Más allá de esta confesión de fe cristiana, sabemos también que lo que se unió, ha de separarse definitivamente. Así es. Pero, una vez aceptada esta realidad, pasamos a vivir más intensamente el instante y – si es posible – quizás podemos prolongarlo saboreando un mejor vino y confesando con el Cristo: “todavía no ha llegado mi hora”.
Juan 2:4-5
Volviendo al sentido literal del texto, a la palabra de María, Jesús responde: “¿Quién te mete a ti en esto, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.”
El tono de Jesús no deja de sorprender por su descortesía inapropiada. A una madre debería llamarle “imma” que corresponde a “abba” (= papito). Pero no, Jesús le llama “mujer”, se distancia y relativiza los vínculos tradicionales de familia. Más aun, otras veces repitió o repetirá semejante actitud (Lc 11:27-28; Mr 3:33) inclusive siendo niño (Lc 2:49). Notamos que tampoco María le llama “hijo”.
Siempre estamos “condenados” a interpretar. Para algunos estudiosos el pedido de María (“ya no queda más vino”) simboliza el clamor de la humanidad infeliz y desorientada. Esta constatación y oración despierta en Jesús la misericordia que le impulsará a dar su vida para que la felicidad reine en el ser humano. Podríamos interpretar: “Mujer, tu pedido despertó en mí el amor por la humanidad”.[11]
La “hora” que no ha llegado todavía, indicaría el anuncio de la misión de Jesús. Algunos manuscritos antiguos siguiendo reglas de puntuación, han traducido este texto como una pregunta: “¿No será que ha llegado mi hora?” Siendo así, cambia el sentido y también el tono descortés de Jesús hacia su madre. Jesús estaría diciendo a María la proximidad de “su hora”, esto es su entrega y donación de su vida por la humanidad. Esto explicaría la confianza que María transmite a los que estaban sirviendo: “Haced todo lo que él os diga”.[12]
Esta frase de María es una invitación a la experiencia: “Haced”. Una vez más, el evangelio de Juan enfatiza la experiencia o el poner en práctica por encima de la creencia ciega o meramente intelectual. Es la “mujer” quien aconseja proceder en esa manera.
Juan 2: 6-11
El milagro de Caná puede ser visto como una señal prodigiosa para suscitar la fe en los discípulos. Esto se indica al final del relato y también se indica lo mismo al final del evangelio (20:30-31). A la misma vez, hay cierto clima de discreción. La importancia estaría en el significado espiritual, más que el poder “mágico” del acto.
“Había allí seis tinajas de piedra”. ¡Cada una podría contener hasta cien litros de agua! Esas tinajas contendrían el agua para los ritos de purificación según la antigua alianza.
El número seis (7 menos 1) indicaría la idea de imperfección, no completo. También aquí – como con los seis maridos de la mujer Samaritana – los estudiosos proponen desde tiempos antiguos muchas interpretaciones. Pero todos concuerdan que el evangelio de Juan anuncia con este relato, que en Jesús el Cristo se inaugura una nueva alianza, nueva vida, nuevas nupcias.
¿Pero que significaría todo esto para nuestra reflexión sobre el itinerario espiritual de una pareja? Veamos.
- Primero, las seis tinajas estaban vacías de agua, fue necesario llenarlas “hasta el borde”, dice el texto.
Si como individuos vivimos la experiencia del vacío interior, también lo vivimos como pareja. Alguna vez se experimenta la relación como suma de dos vacíos en la cual aquella ilusión de completarse acabó en desilusión. Pero justamente aquí, cuando salimos de la ilusión, nos podemos abrir y ser ayudados. Como aquellos sirvientes que siguieron la palabra de Jesús – “llenad las tinajas de agua” – una comunidad bondadosa puede ayudar.
Pero antes, es necesario salir de la ilusión que el otro o la otra debe completar lo que nos falta. Esto es una ilusión, y también una injusta y pesada carga para el otro u otra. En un relacionamiento, el otro u otra no tiene la obligación de completar nuestra carencia. Exigir que un ser humano sea el Todo, el Infinitito, es una ilusión que nunca podrá suceder.
- Segundo, las tinajas son seis. Como dijimos más arriba, este número simboliza lo incompleto.
Una interpretación espiritual verá aquí que los cinco sentidos, y aun el sexto – el sentido mental – son incompletos. Aunque en esta imperfección todavía esos seis sentidos contribuyen a nuestra madurez y evolución, deberán ser vividos plenamente en armonía con el Logos, el Cristo. Sólo así, esa agua cotidiana en las seis tinajas puede transformarse en vino. En otras palabras: ese espacio sensible y sentimental que enciende la pulsión y el deseo en toda pareja debe ser vivido en unión con el espíritu del Cristo.[13] Igualmente, esos momentos de inteligencia e ideas que alimentan los planes de toda pareja.
- Tercero, el novio escucha esta observación: “Todo el mundo sirve primero el vino bueno, y cuando la gente está embriagada, sirven el peor; pero tú guardaste hasta ahora el mejor vino”. El buen vino presupone frutos maduros.
En el itinerario espiritual, siempre hay más, y muchas veces, lo mejor está por venir. Es natural ir madurando y evolucionando para lo mejor de nosotros mismos. Una pareja embriagada por las primeras fusiones, por el primer vino de las nupcias, quizá no pase más allá de un fervor, apenas de una efervescencia (= Caná, qãnãh). El vino del deseo y de la pulsión, de la emoción y los sentimientos, ilusiona y embriaga y… acaba pronto. Es necesario agregar la inteligencia y razones compartidas. ¡Por supuesto! Es necesario vivir al máximo todas nuestras posibilidades humanas, intensa y fervorosamente, inteligente y razonablemente. Pero, aun así, el instante de las nupcias también acabará.
Por eso, el itinerario espiritual siempre llama a ir más allá, a seguir, a pasar, a transmigrar (= Galilea, galah). Lo mejor puede estar un poco más allá. Hemos de vivir el instante, con fervor, efervescencia, intensidad, atención. Pero también hemos de saber “pasar”, pues en el itinerario espiritual siempre hay más…
El itinerario espiritual de una pareja llama a permanecer en estado de nupcias, en Caná de Galilea. Esto significa: permanecer en el fervor del instante, y después, pasar…
Quizás aun nos falta embriagarnos con el mejor vino y tal vez lo mejor está al final. Esta fue la intuición de la mística Santa Teresa de Lisiuex: “Estoy embriagada no por el vino que bebí, sino por todo el vino que todavía no bebí”.
[1] The Mennonite.org ( https://themennonite.org/the-latest/spanishes/page/2/ ). Mayo 2017
[2] The Mennonite.org ( https://themennonite.org/spanish/reflexion-pastoral-itinerario-espiritual-de-un-hombre-juan-144-51/ ) Junio 2017
[3] Aunque en este caso se trata de una mujer y un hombre, reconocemos que este modo no es el único camino de experimentar y vivir una relación de unión e intimidad entre dos personas.
[4] A los efectos de nuestra reflexión, la cronología de los hechos poco importa. Si antes o después, o inclusive si alguna vez se conocieron – y es más probable que no – poco interesa pues no cambia los puntos centrales de nuestra reflexión sobre el itinerario espiritual de una pareja.
[5] https://www.bibliatodo.com/Diccionario-biblico/cana
[6] http://bibliaparalela.com/hebrew/1540.htm
[7] Tradición budista original de China.
[8] La tradición índica llamada Vedanta se refiere a ese estar como advaita, que significa “no dos, sin dualidad, sin separación”.
[9] Anguttara Nikaya (Colección de los Discursos Agrupados Numéricamente). Citado por Raimon Panikkar: El silencio del Buddha (Ed.Siruela: Madrid 1996) pag.133
[10] Para ilustrar la crisis se usa la palabra china, que está compuesta por dos caracteres: uno expresa riesgo y el otro, oportunidad. Yo prefiero el origen filológico de crisis en el sanscrito: se deriva de la palabra kir o kri, que en sanscrito significa limpiar y purificar. De ahí viene la expresión acrisolar: limpiar todo lo que es accidental hasta que aparece lo esencial. Y crisol, recipiente que purifica el oro de las gangas. Las palabras en el chino y en el sanscrito son diferentes, pero el significado es el mismo.
[11] En la hora de la cruz, también Jesús vuelve a llamar a María con la misma palabra “mujer” (Jn 19:25-27). Esta palabra era usada para designar “una mujer casada”, Simbólicamente el evangelista usa esta palabra aludiendo a María como símbolo del resto fiel de Israel, desposado con Dios. Todo el texto de las bodas de Caná puede ser interpretado como el preanuncio de una nueva alianza, un nuevo y mejor vino.
[12] Esta expresión es prácticamente idéntica a la que pronunció el pueblo el día de la alianza (pacto, desposorio) en Sinaí: “Nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho” (Éxodo 19:8)
[13] Esto es: las motivaciones interiores, actitudes, modo de ser y hacer que observamos en Jesús el Cristo.
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