This article was originally published by The Mennonite

Reflexión Pastoral: Y Dios no Estaba…ni en el Huracán ni el Terremoto. ¡¿Dios Mío, Dónde Estás?!

Con seguridad que al terminar de escribir esto, diré con el autor de Job: “Reconozco que he dicho cosas que no alcanzo a comprender, cosas que son maravillosas y que en realidad no conozco” (42:3).

Pero al comenzar a escribir esto, quiero decir con el mismo autor que: “En cuanto a mí, estoy tan angustiado y tan lleno de amargura que no puedo quedarme callado” (Job 7:11).  Literalmente dice: “…no refrenaré mi lengua”.

Dos afirmaciones

Primero, asumo que huracanes y terremotos siempre han existido en la historia geológica.  Muchas culturas antiguas registraron algunos de estos eventos. Las páginas bíblicas mencionan – sin definiciones específicas – fenómenos naturales como tempestades, torbellinos de vientos, violentos terremotos, deslizamientos de collados hacia los mares, etc.  En Occidente durante la época precolombina no se conocen registros de tales acontecimientos.  Pero ya en 1495, el mismo navegante Cristóbal Colón reporta la pérdida de tres embarcaciones en el mar Caribe por causa de un huracán.  A partir de 1494 y 1524 se iba estableciendo un ciclo anual conocido “Temporada de huracanes en el Atlántico”. [1]

Segundo, actualmente conocemos serias y prolongadas investigaciones científicas las cuales constatan que el aumento – en frecuencia e intensidad – de algunos desastres naturales como los huracanes, son consecuencia también de la acción humana en la delicada estructura ambiental del planeta.  Es decir, si bien siempre han existido, también ya es innegable que sus efectos cada vez más devastadores se deben a la acción humana.[2]

Pero con estas dos afirmaciones, no se calma mi angustia ni se acallan mis preguntas. Mis preguntas son dolorosas y más profundas, por lo que la mera descripción científica de la historia o actualidad del planeta poco me responde. Saber que siempre han existido terremotos y huracanes o que la culpa es de ser humano con su calentamiento global, no detiene mi lamento y mi queja:  Dios, ¿por qué tienen que sufrir y morir los inocentes?[3]

El 19 de septiembre de 2017, otro terremoto sacudió fuertemente la capital de México y tres estados circundantes. Varios edificios – entre ellos escuelas con niños, niñas y maestras – se desplomaron rápidamente, quedando reducidos a escombro y hierros retorcidos. Más de trescientos muertos, más de quinientos heridos y miles y miles sin viviendas.  Entre las tragedias, solamente citamos una: el final de los hermanitos Julián y Jimena.[4]  Julián y Jimena vivían en el segundo piso. Los tres pisos de arriba, se les cayeron encima, y abrazaditos murieron, aplastados por el miedo y el cemento. Ese día no quisieron ir a la escuela, se quedaron en su apartamentito humilde. La escuela resistió el sismo. Pero no el edificio donde vivían Julián y Jimena. Horas después los rescatistas encontraron sus cuerpitos juntos y todavía abrazados. ¡¿Dios mío, dónde estabas?!

En un colegio en esa misma hora, murieron al menos 20 niños y varias maestras. ¿Por qué? Hoy se sospecha que el edificio estaba construido con material de baja calidad.

Saber que siempre ha habido terremotos, o que el movimiento de las placas tectónicas liberando profundas y gigantesca energía geotérmica provocan los terremotos, o que las constructoras de algunos esos edificios usaron mala calidad de material, haciéndolos responsables de la muerte inocente – aunque no les exime la responsabilidad y la culpa – todavía nada de eso me responde.

No se puede olvidar el aspecto de responsabilidad de quienes eventualmente o indirectamente provocan el sufrimiento inocente.  Pero aquí no reflexiono del “mal culpable” sino más bien del “mal desgracia”, del mal inocente. ¡Dios mío, aquellos niños no tenían que estar allí!

El sufrimiento inocente y las preguntas adoloridas que genera, son un cuestionamiento capital al amor o bondad divino. Y por supuesto, a cualquier lenguaje sobre Dios.  En particular, sobre el “todopoderoso o todoamoroso Dios”.[5]

En todo caso, dice el teólogo latinoamericano Gustavo Gutiérrez, “el silencio de Dios es más insoportable para quien cree que el Dios de nuestra fe es un Dios vivo…si pensasen que Dios no es bueno ni amante ni poderoso, entonces no habría problemas…estaría ahí el hecho feroz de su sufrimiento formando parte de una realidad cruel”.[6]

En otras palabras, aquellos que se atienen a la resignación pues “así es la vida” o a las explicaciones científicas – por más ineludibles que estas sean – ni siquiera se plantean tales cuestiones.  Simplemente las eluden o disimulan.  Mientras encuentren un culpable material e histórico – calentamiento global, armas nucleares, injusticia social, o lo que sea – el silencio de Dios ante el sufrimiento de los inocentes, no es un problema.

Pero para quienes sinceramente siguen su fe comprometida y sin ignorar las razones científicas, el silencio divino ante sufrimiento inocente y el “mal desgracia”, es una herida abierta siempre sangrante que no termina de infectarse, pero tampoco de cicatrizar.

¡Por supuesto que no se debe olvidar los responsables materiales e históricos del sufrimiento inocente y luchar contra ellos! Pero aquellas vidas inocentes que sufrieron y murieron sin culpa alguna ¡no tenían que estar allí!  ¿Acaso Dios no lo sabía? ¡¿Dios mío, dónde estabas?! ¿Hablaremos acaso de “coincidencia”, “azar” o “mala suerte”?  ¿O debemos pensar que con los terremotos y huracanes el Creador se equivocó? ¿Es posible creer en el amor de Dios, que, así como te da los hijos también te los quita?   ¿Nos cabe entonces reconocer que efectivamente, “Dios no estaba en el huracán, y que tras el viento vino un terremoto, pero Dios no estaba en el terremoto” (I Reyes 19:11b) ?  Si confesamos que todo lo sabe (Omnisciente) y que, en todo lugar está (Omnipresente), ¿por qué nos parece un Dios apático y sordo a los gritos de la creación y del sufrimiento inocente?

Aquí planteo otras cuestiones para las cuales las respuestas fáciles e inmediatas – aun las progresistas y científicas – no me satisfacen. Ya dije que no son cuestiones nuevas.[7] Evolucionaron como el mismo cerebro humano, expresadas desde hace milenios en varias culturas y religiones, y que, todavía siguen apareciendo por el sufrimiento inocente.  Interrogándose interiormente o buscando en el exterior, desde siempre el sufrimiento inocente lastima el corazón humano:

“Busco a Dios por todas partes, y no puedo encontrarlo;
ni en el este, ni en el oeste, ni en el norte, ni en el sur” (Job 23:8-9)

Comparto pues las palabras del teólogo alemán Johann Baptist Metz: “Es lo que me pregunto cuando veo hoy cómo se emplean en la predicación imágenes de Dios tan patéticamente positivas, en las que sólo se habla del «amor» divino.  ¡Cuán narcisista tiene que ser, en el fondo, una fe que, a la vista de la desgracia y el inescrutable sufrimiento que existe en la creación – en la creación de Dios – y que sólo quiere saber de la alegría, pero no de los gritos proferidos ante el rostro tenebroso de Dios!”[8]

Las dudas y preguntas no son incompatibles con la fe.  No son estas preguntas ni estas dudas las que nos hacen vacilar, sino el miedo reprimido.  No fue este el caso del inocente y valeroso Job:

“En todo caso, da lo mismo – lo juro – Dios acaba con inocentes y culpables
Y si alguna calamidad siembra muerte repentina, y hace que la gente muera de pronto,

Dios se burla de la desgracia del inocente…

¿quién sino él lo hace?” (Job 9:22-23)

Estas son palabras atrevidas que pueden sorprender. Pero sepamos que tal lenguaje no es extraño en las páginas bíblicas.  Mientras que, en la tradición judeocristiana la protesta, la queja y el lamento son caminos de oración y contemplación, en las iglesias modernas de Occidente son reprimidos o hasta censurados por un pietismo inmaduro, o también, desestimados por un intelectualismo apático.

Estas palabras de Job son una contestación tenaz que hace cuestionable a todo discurso sobre Dios que no se vea afectado por el incomprensible sufrimiento inocente.

¿Por qué permite Dios el sufrimiento de los inocentes? ¿Por qué, Dios mío, el terrible rodeo hacia la salvación? ¡Si nada grave habían hecho Julián y Jimena para merecer tanto dolor e infortunio! ¿Por qué?…

…No… No hay respuesta.

Quienes dicen tener fe en Dios, y son auténticos, saben que sus certezas se verán quebradas por la desgracia de los inocentes. Y cuando clamen por respuestas, no las tendrán.

Tal vez esta misma imposibilidad de respuesta es la irrupción del Misterio divino en el ser humano. Tal vez…

En todo caso, comprenden que “ayudar a otros que sufren, sin esperar resolver primero sus propios problemas es encontrar un camino hacia Dios…[que] las necesidades de los otros no pueden ser dejadas para más tarde, para el momento en que todo esté claro”.[9]

En todo caso, comprenden que la pasión de sus preguntas les mueve a la com-pasión ante el sufrimiento inocente.

A propósito, Gustavo Gutiérrez cita un personaje de la obra “La Peste” del dramaturgo y filósofo agnóstico francés Albert Camus.  Dice Gustavo Gutiérrez: “…vale la pena citar la frase de un personaje de Camus que no ve claro en el problema del mal, pero que afirma con sensibilidad: ´He decidido colocarme del lado de las víctimas, en toda ocasión, para limitar los daños´”. [10]

“Reconozco que he dicho cosas que no alcanzo a comprender,

cosas que son maravillosas

y que en realidad no conozco”

En todo caso, “He decidido colocarme del lado de las víctimas, en toda ocasión, para limitar los daños”.

[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Temporada_de_huracanes_en_el_Atl%C3%A1ntico_de_1492-1524

[2] “It is clear from extensive scientific evidence that the dominant cause of the rapid change in climate of the past half century is human-induced increases in the amount of atmospheric greenhouse gases, including carbon dioxide (CO2), chlorofluorocarbons, methane, and nitrous oxide.” https://climate.nasa.gov/scientific-consensus/

[3] Este cuestionamiento no es nuevo en la tradición cristiana. Indescriptible sufrimiento humano e inocente ha generado esta pregunta. Sin embargo, todavía es siempre una herida abierta…

[4] https://www.infobae.com/america/mexico/2017/09/23/la-conmovedora-historia-de-la-muerte-de-dos-hermanitos-que-se-abrazaron-hasta-el-final-en-el-terremoto-mexicano/

[5] “A la vista de las situaciones que en la creación claman al cielo, los teólogos no se atreven ya a seguir hablando de la omnipotencia divina. Pues si Dios fuera omnipotente, ¿de qué manera podría ser entendido, sino como un ídolo apático y un Moloch, esto es, un poder cruel que demanda sacrificios?”  Johann Baptist Metz y Johann Reikerstorfe: Memoria passionis. Una evocación provocadora en una sociedad pluralista” (Sal Terrae: Santader 2007).

[6] Gutiérrez, Gustavo: Hablar de Dios desde el sufrimiento inocente (Ed. Sígueme, Salamanca 2006) p.20

[7] Estrada Díaz, J.A. “Creer en Dios después de Auschwitz. Análisis filosófico teológico” en http://laicos.antropo.es/documentario/Texto006_Creer_en_Dios.html

[8] Johann Baptist Metz y Johann Reikerstorfe: op cit.

[9] Gutiérrez, Gustavo: op cit, 121

[10] Ibid, 121. Ver nota 22

Anabaptist World

Anabaptist World Inc. (AW) is an independent journalistic ministry serving the global Anabaptist movement. We seek to inform, inspire and Read More

Sign up to our newsletter for important updates and news!