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Enraizamiento y Apertura: Elementos para un Discernimiento Espiritual en las Iglesias de Hoy.

Ponencia: Consulta Iglesia Menonita Hispana en Dallas, Noviembre, 2016

Introducción

Agradezco poder dirigirme a ustedes. Agradezco la invitación para participar en esta Consulta.  “Cuando no hay consulta, los planes fracasan…” (Prov 15:22a).

Permítanme dos observaciones previas.

  1. La palabra “consulta” proviene del latín consulere. Puede traducirse simplemente como “pedir consejo”. Se trata de “solicitar una instrucción” o “pedir un parecer, una opinión”.   De modo que, mi participación se limita a esto de “dar un parecer, compartir una opinión”. Ofrezco un punto de vista.  Que al final, es solamente la vista de un punto. Es mi parecer, mi opinión, mi punto de vista. Por eso, siempre serán necesarias y saludables otras opiniones, otros puntos de vista.  No espero que estéis de acuerdo conmigo. Inclusive porque me adhiero y me informo de fuentes y tradiciones que quizás no sean las vuestras.  Espero que me entiendan: sigo siendo cristiano, pero me doy cuenta que aquí no acaba mi peregrinación.  Mi religión – por así decirlo – no es una secta que existe apenas desde hace dos mil años.  Entonces, no espero que estéis de acuerdo. Pero sí espero que puedas discernir.

Mirad como escucháis”, dice el evangelio (Mr 4:24).  En 1531 el anabautista radical Sebastian Franck decía en una carta personal: “Querido hermano, no puedo expresarte con la pluma lo que he comprendido bien con el corazón…Tú no has cerrado aún tus oídos y aun estás en la búsqueda. ¡No te detengas!” 1

¡Es una buena frase – de nuestra tradición – para el espíritu de esta Consulta!

En todo caso, me adhiero a las palabras del apóstol Pablo: “pido en oración…para que sepan escoger siempre lo mejor” (Fil 1:9-10a).    En fin, esto es una “consulta”.

  1. El tema escogido para esta Consulta es “Edificando el futuro”. Debo decirles que no sé qué quiere decir esto. Realmente ignoro qué es el futuro o cuándo llegará.   ¿Ustedes lo saben?  Por la observación y el razonamiento, puedo constatar que el futuro no existe.  Es una etiqueta, un modo de hablar. Igual que el pasado. El pasado ya fue, tampoco existe.  Del pasado sólo tenemos recuerdos.  En ambos casos, cuando recuerdo el pasado, es ahora, es hoy que lo estoy recordando. Y cuando planeo el futuro, es ahora, es hoy que lo estoy planeando. Entonces, lo importante es el ahora, el hoy. Este instante presente. El pasado, pasó. El futuro no llega.

Lo que hoy somos, es resultado de múltiples e infinitas causas y condiciones, pero, sobre todo, de las motivaciones y las acciones nuestras.   No tenemos control sobre cosas que pasaron, aunque sí experimentamos sus resultados. Pero lo que vamos a experimentar en el futuro, eso depende de nosotros. Es cierto que las condiciones pueden cambiar y cambian. Pero en gran medida depende de nosotros el cielo o el infierno, la felicidad o la desgracia.  Ya lo decía el apóstol Pablo: “trabajad en vuestra salvación diligentemente” (Fil 2:12).  Entonces, si quieres saber cómo será tu futuro, mira tus motivaciones y tus comportamientos de hoy.  Igualmente, la iglesia o cualquier otro colectivo humano. Si queremos edificar el futuro de la iglesia, observemos sus motivaciones y sus comportamientos de hoy.

  1. Enraizamiento y Apertura

Cuando vivía en Guatemala, visitaba y pasaba largos días en sitios de la antigua cultura maya.  Contemplaba árboles antiguos y muy altos.  Algunas de sus raíces podían verse brotar de la tierra y laderas de los montículos sagrados. Aquellos árboles hicieron brotar en mí la antigua sabiduría del enraizamiento y la apertura.

Es decir, afirmados en una tradición, y a la misma vez, abiertos a nueva luz.

Veía también árboles caídos y secos, y que parecían no tener raíces profundas. O bien, parecían no haber desarrollado apertura ni se asomaron a la luz. Árboles caídos y secos, sea porque les faltó profundidad o porque carecieron de apertura. ¿Acaso no es así también en la vida personal y eclesial?

Como un árbol, así también cualquier comunidad religiosa o eclesial depende de sus raíces para mantenerse con vida. En sus raíces encuentra su identidad y firmeza para crecer. Pero también como un árbol para su crecimiento, la comunidad necesita apertura a la luz. En esta tensión de enraizamiento y apertura se desarrolla la vida de la comunidad.

Esta es la tensión. Por un lado, ignorar o romper con aquellas raíces nos haría perder vínculos con un pasado que es fundamental para no caer en un vacío religioso y confusión teológica, imposibilitándonos de hacer un aporte al proceso de salvación.  Por otro lado, se impone siempre la necesidad de revisión de la tradición y por esto, la apertura a nuevas formas de fe y comportamiento.  Desacreditar o reprimir esta apertura nos haría caer en una cerrazón que puede llevar al fanatismo y el aislamiento externo.  En resumen: no podemos desvincularnos de todas las raíces heredadas.  Pero tampoco podemos quedarnos conformes con todo lo heredado.

Esta es la tensión. Están aquellos que quieren establecerse y quedarse en lo conocido, el fundamento conocido, las raíces conocidas, la tierra conocida, la palabra segura y conocida. Y están aquellos que quieren abrirse a nueva luz, buscan la sorpresa del Soplo que sopla desde dónde, cuándo y cómo quiere, y sienten que siempre hay más.

Por lo anterior, se hace necesario el ejercicio constante del discernimiento. En los últimos años, en la Iglesia Menonita aquí y en Canadá se ha escrito y hablado del discernimiento, de “desacuerdos y acuerdos en amor”, guías para la resolución de conflictos, etc.  Hay buenos documentos bíblicamente bien fundamentados y aprobados en Asambleas y en comisiones. También dichos documentos y acuerdos han surgido – según se expresa – en un ambiente de oración y unidad espiritual.  Sin embargo, las causas y los resultados negativos y aflictivos de las discordancias continúan y continúan.

 

Permítanme sugerir que quizás esto no se soluciona solamente con oración. Y que tal vez se trata de aspectos ignorados o poco considerados en la Biblia. Sospecho que tampoco las Escrituras cristianas ayuden mucho. Poco o nada de experiencia se enseña en el AT y NT sobre la mente, su naturaleza burda y sutil, su funcionamiento para el bien o para el mal, cómo transformar y mejorar la mente, cómo entrenarla, purificarla y trascender las tendencias egocéntricas, cómo se gestan emociones negativas y positivas, los tóxicos hábitos y los apegos a creencias y fanatismos que prejuzgan y discriminan2, las proyecciones y condenas sobre los demás que parten de una mente indisciplinada y malsana, agregando dolor al dolor, vergüenza a la vergüenza, sufrimiento al sufrimiento.

Y lo que sorprende es que todo esto sucede simultáneamente al orar, leer y predicar sobre la misericordia, el perdón, etc. Pongamos un ejemplo: podemos hacer postraciones o recitar oraciones o pasar mucho tiempo en el templo, y aun ahí nuestra mente se complace en todo tipo de memorias y pensamientos maliciosos o simples distracciones neutras. ¿Esto tiene que ser siempre así?  Las respuestas que escucho son siempre abstractas o meros conceptos y más conceptos moralistas y teológicos. Pero jamás una práctica, un ejercicio, una experiencia.

Por eso me inclino a pensar que debemos instruirnos también de otras tradiciones con más experiencia y sabiduría al respecto.  No quiero decir más sobre esto, pues merecería un diálogo aparte.

  1. Unidad en las diferencias

Kilian Aurbacher fue un anabautista del siglo XVI, y en 1534 dijo: “Uno nunca debe obligar a otro en las cosas de la fe, crea lo que crea, sea judío o turco, Y así nos comportamos según el ejemplo de Cristo…no obligamos a nadie.”3 En uno de los períodos más intolerantes en la Humanidad, muchos de aquellos radicales eran tolerantes, abiertos, pacientes y también audaces hasta las últimas consecuencias.

Enfatizar la unidad no significa desvalorizar las diferencias. Lo sabemos.   Hay que vivir en unidad a pesar de las diferencias.   Sin embargo, “donde hay diferencia, hay miedo” dice la sabiduría oriental.   Y el relato de Caín y Abel nos muestra como el miedo a lo diferente acarrea consecuencias negativas.

No pocas veces detrás de la condena hacia quienes que son y piensan diferentes, se esconde el miedo.  Esta es la patología.  Se ve la diferencia como una ruptura, una separación, como una amenaza. Esta es la patología de los líderes autoritarios.  Y también es la patología del espíritu sectario que puede existir al interior de las iglesias.  Confunden unidad con uniformidad. Unidad no es uniformidad. La unidad convive y valoriza las diferencias.  La uniformidad excluye y desprecia las diferencias. La unidad es abierta al diálogo, para discernir la verdad que se expresa por múltiples voces y experiencias.  La uniformidad es cerrada en un monólogo arrogante que se atribuye la posesión exclusiva de la verdad.2

Los anabautistas del siglo XVI – a sabiendas que en eso se les iba la vida – pedían constantemente el diálogo, el debate – aunque apasionado – siempre respetuoso de las opiniones teológicas.  Es un contrasentido que sus herederos de hoy, se cierren al diálogo.  Ni siquiera Jesús de Nazaret se creía poseedor de la verdad y decía: “Yo no juzgo a nadie” (Jn 8:15).  Es un contrasentido que los cristianos de hoy juzguen y condenen, no sólo de palabras sino con actitudes y acciones.  Sería más honesto ya no llamarse “cristianos” porque el Cristo – de donde viene ese nombre – decía: “Ni yo te condeno…yo no juzgo…a nadie”.

Podemos engañarnos por algún tiempo, pero no podremos mentirnos toda la vida. Cuando llegue la hora de la partida – porque sin duda llegará – cuando la muerte nos envuelva en su manto, quizás tendremos la última oportunidad de despertar, de tornarnos más inteligentes[1], más auténticos.

Pero, ¿por qué esperar hasta el final? ¿Por qué no empezar ahora?  Aquellos que son diferentes a mí, que sienten diferente, que piensan diferente, que viven diferente, que vienen de causas y condiciones diferentes, aun aquellos que me amenazan son – decía Buda – mis mejores maestros.   Gracias a ellos y ellas tengo la bellísima oportunidad de despertar y tornarme más lúcido y una persona de buen corazón.

Podemos engañarnos por algún tiempo, pero no podemos mentirnos toda la vida. No somos tan grandes, ni tan puros, ni tan buenos como nos creemos.  Esto es una ilusión.  Y toda ilusión acaba, o antes o después en des-ilusión.

En su origen, la Iglesia era una comunión de múltiples iglesias.  Según el NT ser uno en Cristo, no niega la diversidad y diferencias de iglesias.  Las imágenes paulinas del Cuerpo de Cristo con muchos miembros, expresan lo mismo.   En Pentecostés, el fuego es uno, pero se manifiesta en muchas llamas o “lenguas de fuego”.   El “Uno sin segundo” – dice una tradición cristiana – se manifiesta en lo múltiple.  En la iglesia antigua decían que es la misma agua fresca y fecunda que cae sobre el campo, para que florezcan diferentes flores y colores.  El agua es una, pero las flores son muchas y diferentes.  Mirad vuestra mano.  La mano es una, pero los dedos son varios y diferentes.

Yo creo que debido a la mente humana existen muchas disposiciones diferentes, experiencias diferentes, niveles de interés y adhesiones diferentes, etc.  Y como resultado de ello surgen distintas formas y prácticas de la fe, distintas religiones, filosofías e incluso, iglesias. Lo importante es la persona.  Que las personas encuentren algo apropiado y correcto para sí mismos como individuos, como grupo familiar.  Algo dónde pueden desarrollarse y tornarse más y más un mejor ser humano.

Siempre se esperan respuestas a la pregunta: ¿Y cómo vivir en unidad manteniendo las diferencias?  No quiero dar recetas, pero sí unas líneas generales y prácticas. Y esto porque la autoridad para discernir la voluntad divina, no reside en una persona, sea este papa, obispo, ministro o pastor.   Estos pueden ayudar sobre todo a mantener la unidad.  Tampoco reside en una conferencia, sínodo o concilio de iglesias.   Estos pueden ayudar compartiendo testimonios y experiencias.  Pero en última instancia, según nuestra tradición anabautista-menonita, la autoridad reside en la congregación o comunidad local.  Entonces cada congregación buscará con humildad y amor, los caminos para vivir la unidad en las diferencias.

He aquí tres líneas generales, que provienen de tres tradiciones diferentes y son aplicables en todas las relaciones humanas. Y por supuesto, también en las relaciones eclesiales.

  1. Desde cristianismo antiguo

Decía San Agustín: “En las cosas esenciales, la unidad. En las cosas no esenciales, la libertad. Y en todas las cosas, el amor”.  Ustedes pueden comentar esta notable sabiduría.

Es mi opinión: las desavenencias, polémicas, peleas y separaciones que están ocurriendo en la Iglesia menonita en este país, se deben a cosas NO esenciales.   Cosas que más tarde o más temprano pasarán, como todo en esta vida: pasarán. Como también la iglesia pasará.   Si tenemos una perspectiva más amplia, recordaremos que hace algunos años atrás también había otras cosas que causaban discordias, peleas y excomuniones, y ya pasaron. Hoy, a nadie le escandaliza escuchar sobre la teología de la liberación, ecumenismo, etc.  Además, la iglesia es voluntaria y libre. Es para el que quiere… “El que quiera venir en pos de mi…” decía Jesús.  Entra, se queda y sale el que quiere.   Hemos de guardar la unidad en las cosas esenciales.  Hemos de tener libertad en las cosas no esenciales.  Y sobre todas las cosas: el Amor, la Bondad, la Caridad.

 

  1. Desde el budismo antiguo

“Si no puedes amar, por lo menos evita hacer daño”. Es verdad: no siempre podemos amar, pero siempre podemos no hacer daño.  Es una frase realista y práctica.

Cuando Jesús decía “Amarás a tu prójimo…” no es un mandato, una orden, una obligatoriedad. ¿Acaso se puede amar por obligación?  Es una promesa: amarás. Quizás hoy no puedes amar, pero confía, algún día amarás. Mientras tanto, lo más importante: evita hacer daño.

  1. Desde el anabautismo antiguo

Recordamos la frase de Hans Denck: “Nadie puede conocer a Cristo a menos que le siga en la vida”.  Bien.  Pero aquel líder anabautista del siglo XVI, también escribió muchas otras cosas.  Y una estas me parece muy oportuna.  Tal es así, que en este momento hago mías las palabras de Hans Denck:

“Cuando oyes que tu hermano ha dicho algo extraño, no empieces a argumentar inmediatamente, sino escucha para ver si quizás tenga razón y tú también lo puedas aceptar. Si no lo entiendes, no lo puedes juzgar, y si piensas que quizás se haya equivocado, date cuenta de que tú podrías estar más equivocado que él… y con todo esto no deseo justificarme, pues reconozco y sé muy bien que soy un hombre que se ha equivocado y quizás se equivocará más”.

¡Qué oportuno!  Muchos de los juicios y prejuicios que condenan, se hacen sin haber entendido.  O peor aún, sin haber analizado inteligente y razonablemente lo que otra persona o grupo dice o experimenta.  “Si no entiendes, no puedes juzgar”.  Sin amor, no hay posibilidad de conocimiento.  ¿Si no amas a quien es diferente, que siente diferente, que piensa diferente, que actúa diferente?  ¿Cómo podrás conocerle? Y si no le conoces, ¿cómo puedes juzgarle?

No somos Dios. Hasta el momento de morir, seguiremos cometiendo errores.  Pero gracias a esos errores – si sabemos reconocerlos – nos aproximaremos más y más a la Verdad.  El apóstol Pablo decía: “Todas las cosas ocurren para el bien de los que aman a Dios…”   Y San Agustín agregaba: “Sí, inclusive el pecado”.   Cuando hay buena motivación, es gracias al error que adquirimos lucidez y conocimiento.  Decían los padres de la Iglesia: “Tu caída será la que te eduque”.

 

  • Elementos para un discernimiento espiritual

De todas estas reflexiones, ¿podríamos sacar algunas observaciones que nos ayuden a discernir?

  1. Discernir la iglesia

Primero, la iglesia local o asociación de iglesias. Mucho, en realidad muchísimo se ha escrito y dicho sobre la iglesia.  Podemos observar la comunidad, la iglesia, la congregación local donde nos encontramos. Y podemos hacernos unas preguntas prácticas.  De hecho, esto pregunto algunas veces. ¿Será que la iglesia, el grupo, la religión, la asociación, la organización en la cual me encuentro me torna ¿más inteligente? ¿Más amoroso? ¿Más vivo? ¿Más libre? ¿Y si no es así? Entonces, ¿qué hago allí?  Veamos:

  • ¿Más inteligente?

La iglesia o religión en la que me encuentro ¿piensa por mí, me dice lo que es bueno, y lo que es malo? ¿O estimula mi propio pensamiento?  ¿Soy invitado a analizar el pensamiento y las enseñanzas del predicador o los líderes?  ¿O será que me torno un lorito o un papagayo a quien se le exige que repita con creencia y convicción la doctrina?  ¿Se me impone un solo punto de vista de las Escrituras? ¿O soy invitado a una lectura multidimensional de los textos sagrados?

Inteligente proviene del latín inte-llegere: capacidad de escoger, de leer, de comprender, acción de discernir y escoger.

  • ¿Más amoroso?

Cuando el apóstol Pablo escribe sobre el amor, dice que “es un camino excepcional” (I Cor 13:1).  Puedo tener todos los bienes materiales y todos los dones espirituales, pero si no tengo – si no soy – amor “no soy nada, de nada me sirve” (vers. 2-3). Para la iglesia de los primeros siglos, el amor – y concretamente el amor a los enemigos – era la única señal inequívoca de la presencia del Espíritu en la comunidad.  Un discípulo preguntó a su padre espiritual: “¿Dónde está la verdadera iglesia?” La respuesta fue: “Allí donde se ama más a sus enemigos”.

Entonces, mi comunidad, mi religión, mi asociación, ¿me ayudan en primer lugar a amar a mí mismo, y enseguida, amar a mis amigos, para al final, tornarme capaz de amar a mis enemigos?  Pues aquí está el objetivo.  Como Pablo en camino a Damasco.  Descubrir en aquel que rechazamos, aquel que criticamos, aquel que condenamos por razones teológicas o morales, descubrir en aquel que es diferente a nuestro hermano, nuestro dios.

  • ¿Más vivo?

Esto es acercarse a las fuentes vivas de la vida.  A lo que más importa: la vida.  Significa reflexionar o meditar en las cosas que son realmente las más importantes.  Por supuesto, estas cosas importantes no son ni consumir, ni más dinero o más belleza exterior o el Facebook.  Cada quien debe saber cómo ser más vivaz, más auténtico, más genuino, en una palabra, más humano.   Pero en realidad, hay muchísimos que no lo saben. La comunidad, la iglesia puede ayudar a enfocar en las cosas que realmente se acercan al objetivo de la vida.  ¿Y cuál es ese objetivo?  Ser más felices y sufrir menos.  Entonces, hay un momento para preguntar y preguntarnos: el lugar, el grupo y la relación donde estoy, ¿me torna más vivaz, más genuino, más vivo, más feliz?  Si la respuesta es sí, hay que quedarse y profundizar el compromiso.  Si la respuesta es no, es mejor salir.

  • ¿Más libre?

Mi compatriota Eduardo Galeano contaba esta historia: Una mañana nos regalaron un conejito de indias. Llegó a casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la jaula.  Volví a casa al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad.

¿Cuánta gente así tenemos en las iglesias? Peor aún: ¿cuánta gente así ha producido la iglesia?

“Conocerán la verdad (gr. ἀλήθειαν) y la verdad les hará libres”, decía Jesús de Nazaret. La palabra “verdad” no es una doctrina o un conjunto de normas, leyes y creencias. La palabra “verdad” – usada por Jesús – significa literalmente “no aletargados”. Se puede traducir por “conciencia, vigilancia, atención, despertar, lucidez, ver lo que es, veracidad”. “Conocerán la veracidad, y esa atención os hará libres”.

Allí donde estoy, ¿soy más consciente y libre?  O, por el contrario ¿más aletargado y menos libre? ¿Soy libre de juicios y prejuicios, y capaz de abrirme a nueva luz? O, por el contrario, ¿más encadenado al “qué dirán los demás” o las listas obsoletas, explícitas o implícitas de permitidos y prohibidos?

Es necesario discernir que la comunidad, la iglesia, la institución en que estoy, efectivamente promueve personas libres.  Esto es, veraces, atentas, conscientes, lúcidas, despiertas.  Discernir que sí existe la libertad para religarse a las raíces, y a la misma vez, abrirse a nueva luz.  Ser cristianos ligados a aquella raíz en Jesús el Cristo, pero también ser contemporáneos abiertos a nueva luz.

  1. Discernir el liderazgo

¿Y los y las líderes?  Líderes juegan un rol importante en el bienestar o malestar de una congregación.  Así entonces, instituciones que se dedican a formar líderes han de estar atentos a esto. ¿Cómo un verdadero líder espiritual ayudaría a tornarnos más inteligentes, más amorosos, más vivos y más libres?

“Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero los he llamado amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído de Mi Padre”. (Jn 15:15). Tenemos en esta palabra un buen criterio de discernimiento sobre el líder espiritual.  ¿Será que ese líder quiere que sigamos de manera ciega sus ideas, sus predicas, sus visiones, sus experiencias?  ¿Quiere qué repitamos cual papagayo su palabra? ¿O será que quiere promover y profundizar nuestra propia reflexión y experiencia, nutrir la inteligencia de nuestra fe y despertar nuestra libertad?  ¿Quiere tornarnos siervos o amigos?

  • Juan el Bautista, modelo de maestro espiritual

¿Qué sucede con esos líderes que al principio parecen sensatos, carismáticos y dotados de grandes cualidades, y luego acaban tornándose autoritarios, megalomaníacos y autoproclamándose “apóstoles”, “enviados especiales”, etc?

Ocurre con frecuencia.  Cuando hay grandes grupos de personas que proyectan sobre alguien ideales que a esas personas le faltan, se produce lo que se llama “poder o energía de transferencia”.  Ese alguien que recibe esa energía del grupo puede enfermarse de lo que el psicólogo Gustav Jung llamó “proceso de inflación”.  En una palabra: el líder – ya de por sí muy débil en autoconocimiento – no puede resistir la tentación y acaba atribuyéndose a sí mismo aquello que el grupo desea, exige y proyecta.

En un nivel menor esto nos ocurre todos los días cuando nos inflamos por el papel religioso o social que cumplimos.  El juez que ya no sabe ser más padre; el marido que ya no sabe ser amante; el padre que ya no sabe ser hombre; la madre que ya no sabe ser mujer, etc.  Entonces, un poco de lucidez, un poco de humildad podría ser la solución.

Juan el Bautista es modelo del líder espiritual pues no se dejó vencer por esa auto-inflación.  “No soy yo…Es necesario que él crezca y yo disminuya”.  La alegría del líder espiritual es completa cuando el Cristo crece, y él tiene que menguar (Jn 3:27-30).

Pienso que un verdadero maestro espiritual no forma discípulos sino otros maestros. Su alegría es que nos tornemos aquello que Él es, que estemos allí donde Él está. “Allí donde yo estoy quiero que vosotros estéis” (Jn 14:3ss). También podría significar: “Aquello que Yo Soy, quiero que vosotros seáis”.

Cuanto más grande es la revelación, más grande debe ser nuestra humildad…

  • Pedro, ejemplo de inflación y autenticidad

¿Cómo explicar que un verdadero maestro espiritual que nos haya ayudado, de repente se puede autoengañar y transformarse en un obstáculo? ¿Cómo explicar que aquél o aquella líder que fue un medio y un revelador del camino, puede ser ahora un Satán, es decir, un obstáculo que impide seguir adelante?  Ustedes conocen la historia de Pedro.

Pedro reveló: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le confirmó: “Bienaventurado eres, Simón. Ni carne ni sangre te reveló eso, sino Mi Padre” (Mt 16:15-17).  Jesús no deja espacio para cualquier arrogancia o inflación, pues deja en claro que esa inspiración, “no viene de carne o sangre, sino del cielo”.

Poco después Pedro sucumbe a la arrogancia y la inflación. “Dios no permita que vayas a Jerusalén! ¡Jamás!”.     Y Jesús le deja en claro que ahora esa palabra ya no viene del Padre, sino de Satán. “Apártate de mí! Me eres un obstáculo”.

Después en la experiencia de la transfiguración, Pedro decía: “Maestro, ¡qué bueno es estar aquí! Hagamos tres tiendas…” El texto dice que “Pedro hablaba sin saber lo que decía” (Lc 9:33).

El evangelio nos previene. Aquel mismo que Jesús reconoció como inspirado por el Padre, algunas veces puede ser un Satán o simplemente no saber lo que dice. Pedro es un ejemplo de cómo las condiciones cambian, los fenómenos cambian y las personas cambian.

Ese aviso nos recuerda que no debemos depositar nuestra confianza total en ningún maestro humano.  Y también, que ningún poder carismático, eclesiástico o institucional puede eximirnos del deber de vigilancia y análisis que compete a cada uno de nosotros.  Inclusive, pienso que no debemos aceptar ciegamente todas las palabras de la Biblia, sin antes someterlas a un cuidadoso examen.  Como decía Gandhi: “Nunca hay que pactar con error, aun cuando aparezca sostenido por textos sagrados”.

De todos modos, hay caminos para discernir. Y finalmente, ante palabras o actos que nos hacen más humildes, más serenos, más amorosos y más humanos, no hay nada que temer.  Pues “el fruto del Espíritu es eso, amor, alegría, paz, bondad, mansedumbre…” (Gal 5:22-23).

  1. Básicamente somos todos iguales

Reconocer las diferencias es importante, pero no es suficiente. Hay algo más importante, más esencial.  Básicamente somos todos iguales. Esto puede resultar chocante.  Estamos acostumbrados a pensar y actuar en términos “nosotros y ellos”.  En el fondo es un grave error.   La situación fragmentada del mundo y la misma sociedad de este país, nos lo demuestra.

Básicamente somos todos iguales. Hay algo tan esencial, que aquellas diferencias que tanto sostenemos – sexualidad, religión, etnia, color de piel, posición económica, idioma, cultura, gustos, y muchos etc. – se tornan secundarias. En este mundo todos somos iguales.

Todos queremos la felicidad y buscamos evitar el sufrimiento. Nadie se despierta en las mañanas diciendo: “¿Me permiten sufrir todo el día?”  Todos somos seres humanos. Y hasta la muerte, deseamos la felicidad y no queremos sufrir.  En lo fundamental todos compartimos el mismo deseo y la misma preocupación.  Ante esto, las diferencias son secundarias y poco importan.  Desde que nacemos, todos deseamos bienestar y escapar del sufrimiento.  Es algo propio de los seres vivos. ¡Hasta mi gatita quiere felicidad y huir del sufrimiento!  Aquellos que llamamos “enemigos”, al igual que nosotros también quieren felicidad y no sufrir.   Nadie nace libre de la necesidad de afecto.  Todo lo que hacemos, todo lo que soñamos, todo lo que deseamos está relacionado con el profundo deseo de felicidad o bienestar.  Aun aquel que se pone una soga al cuello, está buscando dejar de sufrir y no encuentra otra manera.

Esencialmente somos todos iguales.  Pregunto: ¿no debería ser este el punto de encuentro y de diálogo? Si esto es lo que nos une – por encima de las diferencias – ¿no deberíamos reunirnos en esa naturaleza común?  Si el afecto, el amor, la compasión, la paciencia y el mutuo perdón contribuyen a la felicidad y alejan el sufrimiento, ¿no deberíamos dedicar más tiempo en cultivar estos sentimientos, y menos tiempo en las discusiones teológicas que por más bíblicas que sean no pasan de ser meras opiniones y conceptos efímeros? ¿Qué es lo más importante? Todos participamos de la misma aspiración a la felicidad y evitar el sufrimiento.

En síntesis: mientras no haga daño a los demás, todo ser humano tiene el derecho de ser feliz y vencer el sufrimiento.

Conclusión:  Aquí hay algo que no podemos ignorar

Parece que en una isla del Delta de río Mekong en Vietnam hay dos estatuas, de pie y de igual tamaño. Una de Buda y la otra de Jesús. Las estatuas están abrazadas por los hombros y sonriendo.  Mientras los helicópteros y aviones del odio y de la guerra pasaban sobre sus cabezas, Buda y Jesús permanecían ahí, abrazados como hermanos, con una expresión de compasión y ayuda para todos aquellos que quisieran seguir su camino.

Seamos como seamos, todos queremos lo mismo: ser felices y no sufrir. Esto es esencial. En esto somos iguales.  Las palabras de Jesús y Buda reconocen esta innata tendencia humana.[2] “Sed felices…” predicaba Jesús de Nazaret.  “Una cosa enseño – decía Buda – el sufrimiento y el cese del sufrimiento”.

Aquí hay algo que no podemos ignorar.

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Notas

[1] John H. Yoder (comp.) Textos Escogidos de La Reforma Radical (La Aurora, Buenos Aires 1976) p.468

2  Buda: “Hay un apego sumamente peligroso: el apego a las opiniones”. Ramiro Calle: Aforismos de Buda. La enseñanza budista pare el mundo de hoy (EDAF S.A.:Madrid, 2000) p.63

3 Arnold Snyder y Walter Klassen: Selecciones Teológicas Anabautistas (Herald Press:Canadá/Guatemala 1986) p.254

4 Lo contrario de apertura es infierno, que literalmente significa “encerrado”.

4 Inte-legere: capacidad de escoger, de leer, de comprender, acción de discernir y escoger.

5 Al decir “tendencia natural” afirmamos un aspecto innato del ser humano, por encima de otros aspectos que, ante este modo de ser en el mundo, pasarían a segundo plano.

 

 

Para Mayor Información

Puede comunicarse con Marco Güete, Director de Ministerios Hispanos para la Educación Pastoral y de Liderazgo de la Agencia Menonita de Educación: MarcoG@MennoniteEducation.org.

 

 

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