Estamos pasando por una crisis a nivel mundial de aumento de temperatura, falta de agua, deforestaciones, enfermedades, especies en peligro de desaparecer y semejantes. Para explicar este fenómeno, hay al menos dos grandes versiones del problema: que el calentamiento global es normal y que el impacto humano es mínimo y, por el otro, que el impacto humano en emisiones de CO2 y otros gases invernaderos son lo que está causando el efecto de aumento de temperatura. No es nuestra función discutir sobre este asunto, porque no somos expertos (habrá quien lea este artículo y sí lo sea), y no vamos a definir la cuestión. La cosa que aquí nos ocupa es una cuestión más pragmática. Porque, sea cual sea la explicación correcta, lo cierto es que el ser humano sí que es un factor de desequilibrio en la naturaleza. La huella del llamado desarrollo humano, ha sido clave en la modificación de ecosistemas, para bien o para mal. Por eso, ante tanto calor, falta de agua, tormentas salidas de control, etc., vale la pena preguntarse si consideramos un acto espiritual el cuidado de la naturaleza.
No me malentienda el lector. No estamos hablando de panteísmos, o animismos o misticismos de ningún tipo. Me refiero a una espiritualidad, una praxis de la salvación, que no es antropocentrista, sino que, en su misión, en sus actos, y en su concepción teológica -si así lo queremos ver-, incluye el cuidado de la naturaleza en términos de Evangelio, esto es, de considerar la naturaleza como objeto de salvación, transformación y restauración.
Hasta cierto punto, para algunos es difícil considerar la naturaleza como objeto de salvación. O simplemente no está dentro de nuestro discurso como cristianos. Es decir, vamos al culto, a los congresos, a los círculos de estudio y predicamos “para las almitas”, pero ese día tardamos 20 minutos en la ducha, tiramos basura donde no, o generamos kilos de basura, incluidos los desechos mal manejados de nuestros “perrijos”, dejamos que el gato ande a sus anchas por el vecindario cazando animales endémicos, consumimos productos que devastan los mantos acuíferos, ignoramos esa noticia de aquella empresa minera extranjera que depreda bosques y selvas… ¡Pero qué bien nos ministró el equipo de alabanza! Ese día varias almitas se salvaron… No digo que esté mal, pero sí que nuestra predicación de las Buenas Noticias es demasiado antropocentrista. O, en otras palabras, el objeto de su acción se reduce a lo que tiene un alma que salvar.
Pero seamos justos, esto es una idea heredada por nuestra herencia católico-agustiniana, o tomista, o, para acabar rápido, helenista, donde el discurso ontológico es dualista. Es decir. Hay un alma y un cuerpo, o como algunos piensan, además un espíritu, pensando en un ser tripartito que, por demás, en el fondo sigue siendo una concepción dualista, al separar el ser en dos naturalezas: material e inmaterial. Desde esta perspectiva, lo importante es lo inmaterial, lo que asciende a Dios, el alma pues. Asuntos terrenales no son tan importantes, porque son mundanos, son susceptibles de maldad.
No hay tampoco tanto espacio en este artículo para problematizar, pero sí para decir que la concepción del ser semita, o bíblico, es el de un ser integral, con una naturaleza indivisible y total, donde los términos son intercambiables al punto de concebir la vida, en su totalidad, como objeto de salvación. La vida aquí, y su complejidad integral, reúnen la totalidad del ser, misma que, en el hecho irrefutable de la resurrección, queda demostrado que se salva de forma total, regenerando cada esfera de lo que la complejidad de la vida es.
Es decir. Nuestra salvación está íntimamente relacionada con lo que nos rodea. “Los animales son gregarios, el ser humano es comunitario”, dice Dussel. Tendríamos que añadir que es ético, y qué, por consiguiente, responsable de lo próximo y proxémico[1]. O sea, tenemos que ser responsables de nuestros prójimos incluyendo el entorno donde vivimos todos. Es un acto de amor fomentar una vida digna, saludable, disfrutable. Y en este paquete viene la naturaleza toda. Sin embargo, yo he escuchado a muchos cristianos decir que los animales no sienten, porque no tienen alma. Que no se van a ir a cielo, porque no tienen alma, que las plantas son seres sin consciencia, sin alma. Y aquí la pregunta: ¿cómo afirmamos esto, sino desde una teología occidental heredada, dualista, racional y antropocentrista? Al respecto, si puedo hacer pensar al lector, dice la palabra, en su más puro pensamiento semita, que Dios hizo todo desde Su palabra (Gen 1-3), usando el mismo órgano de donde sopló aliento de vida. Es decir, todo tiene ese viento maravilloso salido de la boca de YHWH. La vida es una consecuencia de ese santo aliento. No nos toca a nosotros afirmar cosas sobre lo que Dios creó bueno e inocente, sino sólo describir la maravilla de la vida y la firma de Dios en su creación. ¿Cómo no cuidar algo que Él hizo en Su amor? Ya estaría demás describir estudios que demuestran sentimientos complejos en los animales; la íntima relación, casi como si fueran conexiones neuronales, entre los árboles del bosque mediante los hongos que habitan entre sus raíces, lo importante que es cada especie en los ecosistemas, y por supuesto, que sin agua nos morimos todos.
Dice Romanos 8:19-23:
“Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. (VRV).
Apocalipsis (Ap. 21) también menciona una creación -aquí en el mundo- liberada, renovada, salvada. Los Santos al final de todo, hicieron todo bien. Incluyendo el acto de obediencia del buen cuidado y administración del Don de Dios reflejado en la vida y todas sus manifestaciones. Esto es hermoso: la naturaleza es liberada y perfeccionada en el día de los Santos, cuando el Señor venga. Entonces, ¿no es menester de los cristianos, preparar el camino del Señor? Eso significaría incluir el todo de una misión de Cristo integral en el mundo. Sí, con todo y plantas, animales, insectos, todo el ecosistema. Cada vida es importante, porque cada vida, por pequeña que sea, está en el corazón del que las creó. Y Él es perfecto, y ve por los inocentes.
Entonces el cristiano está obligado a llevar su misión más allá que salvar almitas. Es un proyecto que incluye el todo de una Nueva Humanidad. Es decir, tanto la restauración del ser, hasta plantear condiciones de justicia y paz donde la naturaleza esté incluida. Nuestra ética merece desarrollarse desde una perspectiva que incluye animales, plantas, el medio ambiente, el consumo racional de recursos, el cuidado del cuerpo, la dignidad de todo ser vivo. ¿No fue Dios, quien, al crear todo, vio que era bueno? Y si el Señor se agradó de su creación, ¿por qué nosotros osamos objetualizarla, utilizarla, devastarla?
Y esto me lleva a pensar que, como cristianos, tenemos la responsabilidad de enfrentar desde costumbres egoístas e irresponsables con la naturaleza, hasta el Gran Capital y el poderío político-económico de las potencias que intentan depredar nuestros recursos: hay que tener consciencia de qué estoy consumiendo, y cómo llegó a mis manos, en lugar de estarse quejando de porqué hace tanto calor.
[1] Ambos conceptos son de la filosofía de la liberación, y refieren al trato ético del entorno y de los prójimos, respectivamente. Y nos hace pensar en una cosa: ¿no será un acto de amor cuidar el mundo en el que vivimos mi prójimo y yo? Al mismo tiempo que no puedo decir: Dios te bendiga, sin obrar en consecuencia, tampoco podría permitirme dejarle un mundo devastado, sin animales, sin agua a mis prójimos.
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