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El apóstol Pablo se llevó un gran número de decepciones a lo largo de su existencia. “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”, dice el apóstol Pablo. Cuando leemos su vida, notamos que era un hombre fogoso, enérgico, apasionado. Pensaba que podía controlar el mundo, persiguiendo a los seguidores de Jesús, los del camino, luego predicando a Cristo, tratando de convencer a los judíos que Jesús era el mesías.
“Me han metido una espina en la carne, un ángel de Satanás que me apalea para que no sea soberbio. Tres veces he pedido al Señor verme libre de él; y me ha respondido: Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad” (2 Corintios 12:8). La escritura no dice a que se refiere cunado menciona “espina o aguijón en la carne”, no lo sabemos. Lo que si sabemos es que lo atormentaba, le hacía la vida miserable, se sentía derrotado con el corazón roto y humillado.
Pablo tenía el corazón roto. En el transcurso de nuestra vida el corazón se nos rompe y parece que tenemos una espina clavada en el corazón. Corazón roto puede ser una enfermedad mental, adicción, malestar físico, mala situación económica, amor no correspondido. Corazón roto pueden ser expectativas muy altas que nos hacemos con instituciones, seres queridos, e inclusive la iglesia, la lista puede ser muy larga. Es un tema que no hablamos ni tocamos mucho. El corazón roto nos invita y hasta nos exige que nos reinventemos, reorientemos hacía cada una de las partes de nuestro contorno, sea este físico, psicológico, emocional, social, profesional o espiritual.
Pablo escribe a su discípulo Timoteo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día…” (2 Timoteo 4:7-8a)
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