La Iglesia Cristiana Anabautista Menonita de Quito ha comenzado dos proyectos nuevos en este 2021: un huerto y un taller de arcilla. Tuve el placer de visitar ambos espacios y recordé que dentro de la tradición bíblica hay dos figuras ligadas al trabajo con la tierra: el alfarero y el hortelano. En ambas podemos imaginar a un Dios humano, sudando y ensuciándose. El Dios agricultor con tierra en las uñas, el Dios alfarero con barro en sus manos. El Dios hortelano colocando delicadamente las semillas y cortando cuidadosamente las hierbas que pueden matar sus cultivos. El Dios alfarero centrando con suavidad y firmeza el barro y esculpiendo con mucha paciencia su obra.
El Dios hortelano-jardinero-agricultor
Nuestra especie ha dejado el Jardín hace mucho tiempo: queda el Jardinero que vuelve de la muerte.
(Pascal Quignard)
Cuando Helen se marchó del cementerio se volvió a echar una última mirada. Vio que a lo lejos el hombre se inclinaba sobre sus plantas nuevas y se fue convencida de que era el jardinero.
(Rudyard Kipling, El jardinero)
Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro).
(Juan 20: 15-16)
Hablar de Dios como el gran hortelano no es muy común pero es una de las primeras imágenes que tenemos sobre el creador del mundo, el creador de un jardín. Vemos a Elojím compartiendo su huerto del Edén, a los primeros seres humanos, concediéndoles autoridad para administrarlo. Podemos imaginar al Jardinero enseñándoles con paciencia a Adán y Eva el arte de la agricultura en un lugar donde todo es vida y donde todo, incluso los humanos, pueden florecer con facilidad. Ya sabemos cómo se va complicando la historia pero a lo largo del Antiguo Testamento podemos ver imágenes como esta:
Visitas la tierra, y la riegas;
En gran manera la enriqueces;
Con el río de Dios, lleno de aguas,
Preparas el grano de ellos, cuando así la dispones.
Haces que se empapen sus surcos,
Haces descender sus canales;
La ablandas con lluvias,
Bendices sus renuevos.
Salmos 65.9-12
Vemos a un agricultor, jardinero, hortelano, al Creador que no abandona su creación aunque esté afectada por la “Caída”. Más adelante, en el Nuevo Testamento, aparece otra vez la imagen del jardinero. En algunas versiones de los evangelios sobre el relato de la resurrección de Jesús, dice que algunas mujeres fueron a ver el cuerpo de su maestro pero en Juan 20 vemos específicamente a María Magdalena. Jesús se presenta a María pero esta no lo reconoce, al comienzo piensa que es un jardinero, solo cuando Jesús la nombra ella logra verlo verdaderamente. La palabra que aparece en el texto de Juan 20 para jardinero es “esκηπουρός” (kepourós) que literalmente significa hortelano. El hortelano es aquella “persona que tiene por oficio cultivar y cuidar una huerta”. Aunque el jardinero, hortelano y agricultor trabajan con propósitos y de manera diferente la tierra, tienen en común poder disfrutar la belleza de la naturaleza y cuidar con paciencia y delicadeza sus plantaciones.
Rudyard Kipling escribió un cuento titulado “El jardinero”, que según Jorge Luis Borges es uno de los relatos que más le conmueve y donde ocurre un milagro. El cuento narra la historia de una mujer que decide criar al hijo de su hermano fallecido. Un día el niño le pregunta a su tía si puede llamarla mamá, la tía le dice que no porque ella no es su mamá, sin embargo acepta que antes de ir a dormir la pueda llamar así. Un día el niño descubre que su tía les ha contado a otras personas el secreto y el niño le dice que va a hacerla sufrir por haberlo traicionado, la va a hacer sufrir incluso con su propia muerte. El chico crece y muere muy joven. Al final del relato la tía con mucho pesar y culpa va en búsqueda de su tumba y al no encontrarla le pregunta a un jardinero que está ahí si la puede ayudar. La mujer le dice claramente que busca la tumba de su sobrino y el jardinero la mira con mucha compasión y le dice: “le enseñaré dónde está su hijo”. Tal vez aquí radica el milagro del que habla Borges. Un jardinero que aparece justo cuando estamos frente a la muerte, un jardinero que sabe nuestros secretos y nos muestra el camino para sanar, tener esperanza o simplemente reconciliarnos con nosotros mismos. La mujer al final, antes de irse, vuelve la mirada atrás para ver por una última vez a ese hombre misterioso solo para confirmar si era solo un jardinero. En este cuento, al igual que en el relato del evangelio sobre la resurrección, se relaciona a un jardinero con el cementerio. Más allá de a quién puede representar este misterioso ser (algunos han querido ver aquí a Cristo, otros a su sobrino resucitado), podemos ver que en el lugar más representativo de la muerte hay vida, resurrección, redención y esperanza.
Una de las cosas más hermosas de estar en un huerto, para quienes están acostumbrados a la ciudad, es que nos recuerda que somos parte de la naturaleza, que existen ciclos y tiempos, que si en algún momento mueren las cosechas, de la misma flor marchita cae la semilla y puede volver a nacer la vida. El huerto de la Iglesia Cristiana Anabautista Menonita de Quito está ubicado al norte de la capital de Ecuador en un lugar llamado la Bota. Doris Espinoza, Peter Wigginton, Juanka de la Cruz y Loren Hostetter son quienes planean la siembra pero trabajan con todo un equipo. Una de las personas que está pendiente todos los días del Huerto es un joven de 27 años llamado Luis Marcos. Él y su esposa Cinthya viven en el huerto junto a otra pareja, Luis Miguel y Jorlanis. Estas dos familias tienen hijos e hijas pequeñas a quienes se puede ver jugar y correr por el huerto. Este proceso puede ser mucho más eficaz, interesante e incluso divertido si se trabaja en equipo. Las personas, aunque están concentradas en su trabajo, siempre dejan tiempo para conversar y reír juntas. Todo es nuevo en este lugar pero con mucho ánimo buscan innovar y mejorar los procesos de siembra y cosecha, por eso Luis Marcos dice que están diseñando un sistema de riego. A pesar del corto tiempo, Juanka de la Cruz me contó que ya han logrado cosechar lechuga, rábano, col, ají, acelga, cilantro, apio, tomate, camote, zanahoria, pimiento, brócoli, frutilla, arvejas, cebolla blanca y están esperando cosechar maíz, tomate de árbol y frijoles. Algunos productos de esta cosecha se entregaron a personas refugiadas que van a la iglesia. Tal vez en el huerto se hace mucho más fácil ver a ese Dios que nos habla Ivone Gebara: “Dios como lluvia, como maíz, como ganado sobreviviente, como curación. Dios sobreviviendo en mi sobrevivencia. Dios en la llanura, en la montaña, en el campo, en el asfalto, en mi cuerpo. Dios suspiro, lleno de deseo, de sueño, de esperanza. Dios respiración, aspiración, expiración, con-spiración”.
Para ser hortelano se requiere de mucha paciencia y trabajo duro. Juanka de la Cruz me contó que algunas cosechas se han perdido, algunas plantas se han muerto pero que están aprendiendo en el camino. Si uno no aprende a disfrutar del proceso, el trabajo puede volverse tedioso. Las personas en el huerto se ensucian y sudan, con la esperanza que en unos meses tendrán la cosecha pero siempre pueden estar agradecidos de poder disfrutar la belleza de la naturaleza y quién sabe, tal vez, al igual que el cuento de Kipling, podamos encontrarnos con un jardinero y acercarnos nuevamente a esos secretos que tenemos guardados y que nos impiden vivir en libertad.
El Dios alfarero
Cuando era un adolescente cautivado todavía por las controversias teológicas dentro de cierta vertiente de la tradición reformada-calvinista debatía mucho sobre el significado del texto de Romanos 9: 21:
¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?
Mi propósito ahora no es hacer una exégesis profunda sobre estos textos, simplemente apuntar que la imagen de este alfarero queda distorsionada sino la ubicamos en una narrativa previa en el Antiguo Testamento, específicamente Jeremías 18: 4-6:
Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel.
Aquí vemos a un Alfarero que ajusta la forma de su vasija cada vez que se rompe. No es un Alfarero que arbitrariamente prepara vasijas para el fuego sino uno que moldea una y otra vez su obra si se echa a perder. Un Dios alfarero que nunca se rinde con nosotros. Esta práctica se hizo muy evidente cuando tomé el curso “Moldeando Paz” con Jaden Hostetter quien es voluntario de la Red Menonita de Misión y está a cargo de las clases de cerámica. Este taller surge a partir del Centro de Paz de la Iglesia Cristiana Anabautista Menonita como espacio de terapia. En el taller, Jaden le explica a sus alumnos y alumnas que trabajar con arcilla requiere paciencia. Desde el comienzo te advierte que posiblemente no logres mucho en el primer taller pero que lo importante es acostumbrarse al tacto con el material que usas. No pocas veces la forma del barro se echa a perder pero con un poco de agua y con paciencia se puede volver a esculpir ese material y moldear un hermoso florero. Incluso un alfarero profesional no está exento de presionar mucho el barro y arruinarlo. Lo importante es recordar que siempre se puede volver a moldear. Por ahora cuentan con dos tornos o ruedas para moldear la arcilla y ya han tomado el taller más de ocho personas. Algunos de los desafíos que tienen por delante es hacer tazas, platos, esculturas y venderlos, para sostener el propio taller y ayudar al proyecto de refugiados que tiene la Iglesia.
El huerto y el taller de arcilla me recuerda que soy barro y regresaré a la tierra pero también que hay belleza en el mundo, potencia creadora y segundas oportunidades.
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