Por los últimos 5 años ha venido a cobrar sentido y esperanza la celebración de Pascua en mi vida. Domingo de ramos y domingo de resurrección no fueron simplemente eventos que llevaron a Jesús a cumplir las profecías, o para los cristianos, simples eventos conmemorativos.
Mi primer recuerdo significativo de Pascua lo viví a los 9 años de edad. Nos levantamos muy de madrugada a tocar las puertas de diversas familias en una comunidad intencional en la que vivía anunciando: ¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo ha resucitado! Llevamos a la gente a un campo con una cruz vacía y allí junto a una comunidad de creyentes recordamos juntos la esperanza de la resurrección, decoramos la cruz vacía con flores, y elementos como la luz, el agua, la cruz, la biblia, los lienzos y el pan tomaron un verdadero significado.
¡Es el día más significativo, el punto de partida de nuestra fe! Y creo que los primeros seguidores de Cristo entendieron eso y celebraron con gozo no solo las fiestas judías sino el nuevo pacto y su cumplimiento en Jesús.
A lo largo de los años fue una tradición que perdí. Pascua y domingo de resurrección fue solo una conmemoración de calendario, pero poco a poco he vuelto a resignificar este día como una serie de acontecimientos que resignifican mi fe, que me recuerdan el sacrificio de Jesús, su amor por la humanidad y la esperanza que un día me reuniré nuevamente en la eternidad para siempre.
El sacrificio de Jesús es la acción central de la conciencia cristiana; su muerte es un ejemplo majestuoso de genuina y libre voluntad. La libertad es el centro de todas las luchas e ideologías humanas, y eso está bien, pero debemos reconocer que el único y verdaderamente libre es Dios. Todos nosotros compartimos con el Creador la voluntad de ser libres, mejor dicho, la acogemos de nuestro Creador, ya que nos hizo a su imagen. De ahí que la libertad sea un anhelo universal, un derecho natural del humano. Otro aspecto de nuestro Creador es su verdad, la cual nos libera, aspecto que compartimos naturalmente: “y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:32).
La libertad y verdad están intrínsecamente ligadas a la vida: a la vida eterna. La elección libre de Jesús de morir por nosotros no tendría sentido si Dios no lo hubiera resucitado de entre los muertos. La resurrección es la supremacía de la libertad y la verdad de Dios; la resurrección es la materialización del perdón, restauración y renovación. “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá aun después de haber muerto. Todo el que vive en mí y cree en mí jamás morirá…” (Juan 11:25-26). La esperanza ilimitada nace de libertad, verdad y vida. Esperanza que es para vivos y muertos, para el presente instante, y el futuro. Llevar a efecto esta esperanza depende de nuestra libre voluntad. Somos libres de elegir esta fuerza, verdad y vida.
Que la resurrección a la vida nos acerqué más al propósito de Jesús en nosotros, que sintamos que podemos acercarnos con libertad a su mesa tal y como estemos, tal y de donde vengamos, tal y con quien compartamos, que nos de esperanza para acercarnos al cuerpo, ver sus heridas, verlo ascender y esperar al día del eterno encuentro.
Ven,
Con tu fe y tus dudas,
Con tus esperanzas y tus preguntas,
Con tu alegría y tu tristeza.
Tu lugar está aquí.
Ven,
Si amas a Dios y has
fallado a tu prójimo,
Si eres discípulo de Jesús
y lo has traicionado.
Tu lugar está aquí.
Ven,
Porque esta es la mesa de Jesús,
Que da la bienvenida a los extraños
Y comparte su vida con viejos
Y con nuevos amigos.
Aquí pertenecemos.
VT #947 Table of prayer for a community meal; mennonite worship & Song committee, 2020
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