Los menonitas, las sandías y el RollKuchen

Jovencito menonita ofrece sandías en Shipyard, OW. - Foto de Desde Belice Jovencito menonita ofrece sandías en Shipyard, OW. – Foto de Desde Belice

La cultura gastronómica menonita (proveniente de Rusia), se ha conservado en numerosos libros de cocina y blogs de comida, y ha sido discutida por historiadores y reproducida por amantes de la cocina que quieren probar estas delicias tradicionales . Hoy en día, esta comida sirve como una piedra de toque cultural, una forma de que los menonitas se conecten con su herencia y continúen tradiciones centenarias.

A lo largo de los años, estas comidas no fueron simplemente un producto para consumir. Sirvieron como medio de supervivencia física en viajes largos durante las migraciones y de supervivencia cultural. La comida también se utilizaba en reuniones sociales, que unían a la gente y fortalecían los lazos comunitarios. La comida menonita sigue desempeñando un papel importante en la vida y la cultura menonitas, y sigue siendo una forma de cultura material que conecta a estos menonitas actuales con su pasado.

Las sandías son parte de la historia y la cultura menonita rusa. Los menonitas cultivaban grandes extensiones de sandía en las estepas del sur de Rusia; aunque también cada casa tenía cultivos de sandía, cuidados por las mujeres y los niños. En las migraciones menonitas ellos llevaron semillas de esta fruta al oeste de Canadá, y luego también trajeron las semillas al Paraguay (1926 en adelante). Posiblemente llevaron también a otras partes del mundo.

Tradicionalmente, hasta hoy, la mayoría de los menonitas étnicos, y también otras personas relacionadas con ellos disfrutan en los veranos calurosos, como el que tenemos ahora mismo en Paraguay (casi todos los días la temperatura llega a los 40° grados o más), comiendo sandía helada, cortada en trocitos, con  RollKuchen, una especie de pan frito. Esta es una tradición que fue pasando de generación en generación.

Incluso en la actualidad, una de las fiestas más importantes de los menonitas del Canadá es la fiesta de la sandía, donde todos comen sandía con RollKuchen.

Aunque cada familia tiene su secreto culinario, compartimos una de las recetas de RollKuchen al final del artículo.

Una broma que muchos suelen hacer, es que si no has comido nunca sandía con RollKuchen, no eres un verdadero menonita. Bueno, es solo una broma, pero pienso que todo buen menonita debería probar esta maravillosa combinación. Continuando con las bromas, Unger relata en una de sus fábulas pícaras, la tremenda idea de un matrimonio menonita que quería hacerse millonario, al encurtir (poner en conserva con vinagre o salmuera) las cáscaras de sandía.

Gerhard Ratzlaf, en su libro “Cristianos Evangélicos en la Guerra del Chaco” (relatando la experiencia menonita en Paraguay entre 1932 a 1935), relata la siguiente anégdota:

 

Por Peter  (Un muchacho menonita de una de las colonias del Chaco)

“En 1933 durante la guerra del Chaco (Paraguay y Bolivia), las colonias Menonitas estaban muy cerca del ejército paraguayo. Las colonias apenas estaban comenzando a organizarse y reinaba mucha pobreza entre los colonos. El dinero efectivo no existía en la práctica. La venta de algunos productos de las chacras a los soldados nos produjo algún dinero que nos vino muy bien. Ese año teníamos una excelente producción de sandías y varios colonos visitaban los cercanos fortines para negociar víveres, en especial las sandías. Los soldados siempre tenían hambre pero raras veces dinero.

Yo también había hecho varios viajes y siempre había tenido alguna ganancia con la venta de mis productos. Ahora me preparaba nuevamente para un viaje a Isla Poí con un cargamento de sandías.

Tuve que esperar unos cuantos días porque compartíamos el uso de un carro entre cuatro familias. El turno era riguroso. Si por cualquier motivo, como por ejemplo mal tiempo yo no podía hacer uso del carro, había perdido mi turno.

Cuando llegó mi día cargué el carro con sandías por la noche. Para asegurarme contra la ratería de la muchachada tapé la parte de arriba con tablas de madera, clavándolas contra los laterales de la carrocería.

Viajé durante toda la noche y llegué al fortín cuando promediaba la mañana. A cambio de algunas sandías recibí permiso de entrada. En el fortín reinaba mucha actividad. Hacia la derecha estaban los cuarteles; hacia la izquierda ejercitaban las tropas y más al fondo hacían práctica de tiro al blanco. Tenía que esperar con mi negocio de sandías hasta el descanso de las tropas.

Cerca de las once comenzaron a llegar los muchachos. Se acercaban de todas direcciones, hambrientos,  sedientos y con la mejor predisposición para colaborar con mi negocio. Solo les faltaba una cosa: dinero.

Obviamente hacía tiempo que no habían cobrado nada pues nadie tenía dinero. ¿Qué hacer ahora? Una multitud rodeaba el carro y yo estaba muy contento de haber sido lo suficientemente previsor de asegurar bien mi mercadería.

Los soldados comenzaron a ofrecer en trueque cualquier prenda de su pertenencia: camisas, pantalones, sacos, zapatos, etc. pero estaba terminantemente prohibido comprar esos artículos porque eran propiedad del Ejército Paraguayo.

Lo único que no estaba prohibido era la compra-venta de bolsas vacías que eran un artículo codiciado en las colonias. Me ofrecieron bolsas vacías y comenzó el trueque: una bolsa vacía por una sandía. Llegaba la mercadería e iba la mercadería. Así me gustaba.

De pronto vino un soldado con una hermosa bolsa flamante y la colocó en el fondo de mi carro. Llegó otra bolsa flamante y otra vez fue al fondo del carro y luego otra y otra.

¡Cuántas bolsas nuevas, una igual a la otra! Florecía el negocio.

Cuando comencé a sospechar algo, ya era tarde. Por una rendija del fondo del carro, los muchachos sacaban la bolsa, la pasaban de un compañero a otro y este me la ofrecía de nuevo para la venta. ¡Excelente negocio estaba haciendo! ¿Cuántas sandías ya me habían sacado de esta forma? Encontré apenas algunas pocas bolsas detrás de mis piernas. Los muchachos se reían a más no poder y no les importaba mi enojo. Así que suspendí la compra de bolsas vacías. ¡El negocio había terminado!

Iba a salir de allí mientras me lo permitieran y antes de que me desvalijasen del todo, de manera que puse en movimiento mi “Rolls Roys” de dos bueyes de fuerza, pero algo raro sucedía. Todavía no descubría qué era, pero adivinaba que algo andaba mal. La muchachada debía estar tratando de impedir mi partida para hacerse con el resto de las sandías, pero sucedió todo lo contario.

Con mucho brío animé a mis bueyes de fuerza al trote. Gritos de arriero, silbidos y aplausos me acompañaron. Aturdido y desorientado miré hacia la derecha, hacia la izquierda, hacia adelante… hacia atrás y ¡zasss! ¡Caí en la cuenta! La rueda trasera derecha estaba por caerse del eje.

Paré el carro, me bajé y comencé a remediar el daño. Imposible levantar el eje, pesaba media tonelada.  Servicialmente la muchachada corrió en mi ayuda, riendo y silbando como en un carnaval. Los muy bandidos habían quitado la gran arandela y el perno que sujetaba la rueda en su lugar sobre el eje. Faltaba el perno y faltaba la arandela.

De repente un soldadito enseñó el perno y otro me mostró la arandela… Una sandía por la arandela y una sandía por el perno. ¡Flor de negocio!

Subí encima de mi carro y la muchachada me acompañó nuevamente en la partida con la misma sinfonía de gritos, risas y silbidos. A los diez metros cayó la rueda trasera izquierda y nuevamente me ayudaron a arreglar el desperfecto. Una sandía por el perno y una sandía por la arandela. Empleé un extenso vocabulario de varios idiomas de los diccionarios clandestinos, pero no había nada que hacer. Cayó la rueda derecha delantera y cayó también la rueda delantera izquierda; cada vez el perno costaba una sandía y la arandela costaba otra.

¡Qué les parta un rayo a estos demonios de soldados! Otra guerra del Chaco amenazaba con estallar.

Cuando había agotado la última reserva de mi vocabulario secreto, sentí de repente un extraño cambio de emoción. Y aunque no lo crean, me sentí tan feliz y tan contento como los jóvenes sinvergüenzas que me rodeaban. Un tanto sorprendido, los muchachos vieron mi cara alegre y sonriente. Observaron cómo trepaba por los rayos de la rueda de mi carro, y como saqué las tablas que cubrían las sandías. Comencé a repartirlas a diestra y siniestra, hasta que se terminaron. Al fondo, bajo mis pies, quedaron tres bolsas vacías, que me había ganado en el trueque. ¡Flor de negocio!

Los muchachos me acompañaron hasta el gran portón del fortín, donde la guardia me reclamó los derechos aduaneros en forma de sandías. Riéndome a carcajadas señalé con el cabo de mi rebenque hacia atrás, donde los chicos defensores del Chaco exhibían sus trofeos con los brazos en alto. Los muchachos de la guardia también se reían a carcajadas y me franqueaban la salida.

Era en el año 1939, la guerra del Chaco había terminado hacía ya 4 años. Estaba sentado en un restaurante en Asunción… Más allá, dos hombres sentados en otra mesa… Me miraban con un creciente interés y me di cuenta de que estaban hablando de mí. Se levantaron de sus sillas y se arrimaron a mi mesa. Eran ex combatientes de la guerra del Chaco. Ambos habían participado en aquel famoso negocio de las sandías en Isla Poí. Nos apretamos las manos, nos reímos, conversamos…”.

Seguramente existirán muchas otras historias sobre los menonitas y las sandías.

Ahora, para finalizar, comparto una receta de RollKuchen, que puede servirle para una reunión de jóvenes, para un paseo de la iglesia, o para compartir en familia:

El  RollKuchen, un pan frito aireado, se infla al freírlo. Distintas familias menonitas lo preparan de distintas maneras: algunas lo prefieren fino, hojaldrado y crujiente, mientras que otras lo prefieren espeso y suave, según Judy Wiebe, una de las autoras del libro de cocina canadiense Mennonite Girls Can Cook . “Recuerdo muy bien los picnics de mi infancia con [sandía fría] y grandes tarrinas de RollKuchen. Era imposible comer solo uno”.

Ingredientes:

  • Rinde 48 porciones (la receta se puede reducir fácilmente a la mitad para hacer 24 porciones)
  • 5 tazas de harina (y posiblemente hasta 1 taza más de harina)
  • 3 cucharaditas de polvo para hornear
  • 1 cucharadita de sal
  • 4 huevos
  • 1 taza de crema espesa (o crema agria)
  • 1 taza de leche
  • Aceite vegetal o aceite de canola para freír

Preparación:

Mezcle 5 tazas de harina, polvo para hornear y sal.

Bata los huevos, la nata espesa y la leche. Añada a los ingredientes secos y mezcle bien.

Si es necesario, agregue más harina hasta formar una masa suave.

Enfríe la masa durante 1 o 2 horas para facilitar su manipulación.

Divida la masa por la mitad y, sobre una superficie enharinada, estírela hasta que quede fina, suave y esponjosa.

Corte tiras de masa en trozos de 5 x 10 cm. Haga dos cortes paralelos, a lo largo, en el centro de cada tira. (Esto garantiza que el centro del pan esté cocido).

Repita con la otra mitad de la masa fría.

Caliente bien el aceite de cocina. Estire suavemente los trozos antes de sumergirlos en el aceite.

Ponga a freír los trozos en aceite caliente a fuego medio hasta que se doren por un lado. Dele la vuelta y siga fritando hasta que el otro lado se dore.

Retire los Roll Kuchen sobre una toalla de papel o papel marrón para enfriar.

 

Fuente:

Watermelon Times (periódico de las sandías): Pan frito menonita (Rollkuchen)

Ratzlaff, Gerhard (2020) Cristianos Evangélicos En La Guerra Del Chaco. Litocolor, Asunción, Paraguay.

 

Fotografías:

 

MCC Festival

 

Desde Belice

 

 

 

 

Wolfgang Streich

Es Lic. en Periodismo y Bachiller en Teología. Está casado con Ruth y viven en Asunción, Paraguay. Miembro de la Read More

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