This article was originally published by The Mennonite

Reflexionemos…Una Conciencia Perturbada

David Araujo

Génesis 2:25 y 3:1-7

“Me alegro que me han detenido”. Esas fueron las palabras de una ex-maestra de Plymouth, Pensilvania, quien tuvo relaciones sexuales con cuatro de sus alumnos, en una entrevista con el programa “20/20” recientemente. Lauren Cooper, de 32 años de edad dijo en la entrevista “me alegro que me han detenido,” y añadió, “Fui en contra de lo que sé es correcto e hice el mal.”

El mes pasado, la ex maestra de la escuela secundaria Wyoming Valley West se declaró culpable a los cargos de delito mayor por contacto sexual y dos cargos de delito de corrupción de un menor, por sostener “conversaciones sexualmente explícitas” y contacto sexual inapropiado con otros dos chicos, de 17 y 16 años.

La ex-maestra dijo que sus crímenes fueron impulsados por un deseo de atención después que su matrimonio comenzó a derrumbarse. Cooper fue condenada con 9 a 23 meses en la cárcel y ella tendrá que registrarse como una ofensora sexual, durante 25 años una vez salga de la cárcel.

Las palabras de esta mujer se han escuchado ser expresadas con alivio, de los labios de violadores, homicidas y otros criminales al finalmente ser capturados. Al encontrarse confrontados con amplias pruebas, les ayuda confesar sus delitos y enfrentar la justicia para recibir ayuda y eventualmente el perdón necesario para tranquilizar sus conciencias.

Cuando el ser humano peca, no importando a que religión, creencia o cultura pertenezca, su alma sufre las consecuencias de ese acto que enferma su ser.  El incómodo sentimiento de su acción produce síntomas que al no ser tratados, le afectan negativamente.

Todos conocemos esa sensación de culpabilidad cuando sentimos que hemos hecho algo mal.  Es una sensación desagradable que puede ser difícil de sacudir hasta que pidamos disculpas por nuestra maldad.  La vergüenza puede causar un efecto similar, haciéndonos sentir mal acerca de quiénes somos.  Estas dos emociones a menudo se confunden entre sí y en la psicología mundial puede ser polémico, cuando se trata de distinguir entre culpa y vergüenza. “Realmente existe poco acuerdo sobre cómo definir la culpa y la vergüenza y hay varios pensamientos sobre lo que los hace diferentes,” dice la psicoterapeuta y autora Beverly Engel.

¿Qué es la culpa? La culpa es un cognitivo y una experiencia emocional que se produce cuando una persona cree que él o ella ha violado una norma moral y es responsable de dicha violación. La gente puede sentirse culpable por algo que hizo o falló en hacer – no hizo.  La conciencia es un capacidad o facultad que distingue si nuestras acciones son correctas o incorrectas.  La conciencia conduce a sentimientos de remordimiento cuando hacemos cosas que van en contra de nuestros valores morales, sentimientos de rectitud o integridad  o cuando nuestras acciones se ajustan a nuestros valores morales.  También es la actitud que informa nuestro juicio moral antes de realizar cualquier acción.  Es decir, ella nos alerta que estamos a punto de ir en contra de lo que sabemos que no es correcto.

En Génesis capítulo 3 está registrada aquella infame ocasión cuando los padres de la raza humana, Adán y Eva, pecaron contra Dios.  Los efectos nocivos de ese acto malvado no tardaron en producir vergüenza, remordimiento y aislamiento de su buen Creador.  El pecado, la desobediencia intencional, produce dañinos síntomas psicológicos y espirituales que lentamente enferman el alma y requieren alivio.

En Génesis 2:25, el último verso del capítulo 2, leemos que “en ese tiempo el hombre y la mujer estaban desnudos, pero ninguno de los dos sentía vergüenza.” Después de ambos comer del fruto prohibido, inmediatamente, en ese momento, de acuerdo a Génesis 3:7, “se les abrieron los ojos y tomaron conciencia de su desnudez.  Por eso, para cubrirse entretejieron hojas de higuera.”

 Dios había hecho al ser humano en un estado puro y perfecto y declarado bueno en gran manera. Adán y Eva eran buenos tal como Dios los hizo.  No habiendo pecado alguno que produjera sentimientos de remordimiento y vergüenza, la desnudez y el cuerpo humano no podían causar sentimientos negativos.  En los versículos del 1-6 encontramos exactamente como ocurrió ese gran acto de desobediencia.  La narrativa bíblica anterior nos muestra que Dios hizo crecer un abundante jardín de árboles hermosos, los cuales daban frutos buenos y apetecibles. Nada les hizo falta pues el Creador les dio todo lo necesario en abundancia.

En el diálogo entre la serpiente y la mujer, esta realidad fue sutilmente cuestionada. Y la serpiente logró convencer a la mujer que Dios, el que suple, en realidad les estaba negando algo. La serpiente pregunta si Dios actúa exclusivamente como un negador hacia ellos, y la mujer responde enfáticamente, “No.”  Dios actúa primeramente como proveedor pero notemos que aun la mujer sobre enfatiza la acción negadora de Dios al añadir las palabras, “ni lo toquen.”

Con estas palabras añadidas, ni la serpiente ni la mujer están del todo convencidas de que Dios, más que nada, desea suplir y proveer. Después de haber afirmado que Dios les dio todo lo necesario en abundancia, la serpiente, la mujer y el hombre ahora cambian este énfasis a uno en el cual Dios les niega algo. Esta distorsión en el drama de la creación, de ver a Dios como alguien que no desea lo mejor para nosotros, abre las puertas a la desobediencia: ella tomó del fruto y comió y también le dio a su esposo y él comió así como ella (vv6).

Cuando el ser humano peca, su alma, mente y espíritu sufren las consecuencias de ese acto que enferma toda su persona. El incómodo sentimiento de su acción produce síntomas que al no ser tratados, le afectan negativamente. La falta de arrepentimiento, confesión y el perdón, aumentan los sentimientos acusadores que inquietan y perturban la conciencia. Se pierde el sueño y también el gozo de la salvación que Dios nos da.

Todos conocemos esa sensación de culpabilidad cuando sentimos que hemos hecho algo mal. Es una sensación desagradable que puede ser difícil de sacudir hasta que pidamos disculpas por nuestra maldad.  La vergüenza puede causar un efecto similar, haciéndonos sentir mal sobre quienes somos. El Rey David, después de haber adulterado terriblemente con Betsabé, mandado matar a su esposo, Urías,  hizo muchas otras cosas para encubrir su maldad, y al ser confrontado, terminó dándose cuenta de lo mucho que este pecado le había afectado.

Solo el arrepentimiento, la confesión y el perdón de Dios pueden sanar las heridas del pecado y darnos paz nuevamente con nuestro Dios.  Solo el perdón de nuestro Dios puede aliviar el tormento de una conciencia perturbada.  La confesión es un bálsamo para el alma agobiada por el pecado.  En el Salmo 51:10-12 leemos las palabras de David. “Crea en mi oh Dios, un corazón limpio y renueva la firmeza de mi espíritu. No me alejes de tu presencia ni me quites tu Santo Espíritu.  Devuélveme la alegría de tu salvación; que un espíritu obediente me sostenga.”

Gracias damos al Dios misericordioso que por medio de su Espíritu Santo nos redarguye del pecado y nos hace volver a Dios en genuino arrepentimiento. Es la única manera de poder calmar nuestra conciencia perturbada e intranquila; la única manera de conseguir una conciencia serena y llena de la paz, la cual se consigue al recibir el perdón de nuestros pecados, y comenzar a andar con Cristo. ¿Está tu conciencia serena y en paz?

David Araujo es pastor de la Iglesia Menonita del Buen Pastor en Goshen, Indiana.

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