¿Acaso soy el guardián de mi hermano?

Photo by Josue Escoto from Unsplash.com. Photo by Josue Escoto from Unsplash.com.

El tema, el asunto, la práxis del perdón es fundamental en nuestro cuerpo de creencias. En este artículo pretendo reflexionar en una pequeña parte de este tema. No pretendo descubrir nada nuevo, pero espero que sea una ayuda para nuestra reflexión y práctica cotidiana.

Advertimos que no haremos un estudio exegético muy profundo, quizás sí una hermenéutica un tanto sencilla. Usaremos la traducción que nos ofrece la Biblia Textual (BTX).

  1. La dialéctica de la historia. Génesis 4:1-15.

La cuestión en Génesis (3) del pecado es, a groso modo, una cuestión relacional. En este contexto se rompe con la comunión original con Dios y se echa a andar la dialéctica de la humanidad.

Y es que hay una relación con Otro que satisface la angustia presente en la finitud humana, cuyo resultado es relaciones justas y buenas con los próximos, sin opresión, profundamente liberadora: la relación con Dios. Sin esa relación, el ser humano queda roto, sumido en un vació existencial que sólo se ha de llenar con dos cosas contradictorias: el amar y el poseer. Aquí comienza la dialéctica, porque el amar viene directamente de la imagen de Dios en nosotros; el poseer es muy humano. La comunión se cambia por el dominio, en un deseo incansable por oprimir. Es un escenario donde la humanidad entra en la tensión del dominado-dominador.

Dos hermanos, la misma sangre, en una relación en tensión. Y es que ese es el siguiente paso de la maldad: sin comunión con la Divinidad, deviene el desamor entre hermanos. ¡Así se da el primer fratricidio de la historia!, acontecimiento que juega como fundamento para la sociedad humana.

En el relato Caín toma la iniciativa de la ofrenda (V. 3-4), como quien intenta “portarse bien”. Si lo extrapolamos, hay en Caín una actitud un tanto más “religiosa”, del tipo “cumplir-el-ritual-para” contra una actitud un poco más honesta de su hermano.

Caín ofrece el fruto de la tierra, que representa cierto esfuerzo y paciencia, el fruto del trabajo humano, del sudor del descubrimiento tecnológico. Abel por su parte ofrenda animales: una ofrenda quizás más mística, más abstracta, pero también profunda: la vida de otro ser. ¿Acaso no ve Dios con agrado los esfuerzos “religiosos”? No. Dios no desea eso, precisamente porque los actos religiosos buscan manipular las acciones de la divinidad. Caín, en su papel de ya favorecido -por ser primogénito-, busca “el favor de Dios para sí”, como una especie de garantía de afianzar su liderazgo y poder sobre su hermano; mientras que Abel probablemente sólo acepta su papel de hijo menor con todo y su ofrenda. Ni siquiera le discute a Caín. Es más está siguiendo el ejemplo del hermano mayor.

Pero Dios no es manipulable. El V. 5 es crucial: en Caín se origina envidia que le genera un sentimiento de rechazo tal que lo lleva a la depresión. Dios claramente rechaza esa intención de empoderamiento humano, la idea de que DEBE enseñorearse con todo y favor divino sobre el débil. Ante esta frustración religiosa, Dios mismo tiene que intervenir antes que ocurra algo peor, y confronta a Caín (V. 6), le da la oportunidad de expresar lo que siente, y sin embargo, no lo hace. Más adelante responderá de manera dolorosa: “¿es que soy guardián de mi hermano?”, es decir: “¡No me importa! ¿No eras tú el que lo cuidaba? ¿No eres tú Dios el que se hace cargo de los débiles?”. En el V. 7 Dios da una sentencia que pone en jaque todo intento humano por justificar la violencia: “El pecado está a la puerta, sin embargo, tú lo puedes dominar”. Es decir, Dios advierte que ha iniciado el proceso de racionalización donde el otro es transformado poco a poco en enemigo, el cual, se convierte en el depositario de nuestra violencia. El camino del asesino comienza con la deshumanización, la indigna y sistemática forma que existe de acabar con el otro. Matar sólo es concreción fáctica.

Dios nos invita a renunciar no al conflicto, sino a toda clase de violencia deshumanizadora.  De otro modo, el enojo evoluciona convirtiéndose en odio, y el odio en sed de dominio, de superioridad. Conocemos la historia. Sabemos incluso que Dios, en el V. 15 intenta detener la dialéctica humana, es decir, la venganza, que trasciende y crece hasta convertirse en guerra, en una pulsión mortal. Lección lamentablemente no aprendida. La venganza es uno de los pilares de la sociedad humana (V. 23-24).

  1. Esperanza. Mateo 5:21-26.

De lo que se trata, es de trascender la dialéctica por una analéctica[1], es decir, ese algo en el proceso histórico que lo atraviesa y se sitúa en un más allá liberador, creador de futuro: el perdón.

Esta nueva categoría liberadora ya la había esbozado el Señor por medio de los profetas, pero fue Jesús quien aclaró tamaño conflicto histórico.

El V. 21 parece contener la historia humana resumida en pocas palabras. Ahí hay un valor universal: “no matarás”. Pero no se trata de pura aceptación moral. Es el inacabable conflicto del Amo y el Señor; de la justificación de la violencia. ¡Jesús rechaza la defensa justa! “Ustedes han escuchado que se dice….” “Pero, ¿qué creen? Eso es estar tapando el sol con un dedo”.

En el V. 22, Jesús desmenuza el conflicto de los hermanos. Primero: quien apenas se enfurezca ya es culpable. Es decir: no el que se enoja, lo cual es natural y necesario, sino más bien el que se sienta tan “digno” sobre los demás como para no perdonar ofensas (o pedir perdón), quien intente justificarse como Caín, diciendo “¿Qué acaso soy guardián de este o de esta, como para que me pidas que YO resuelva el problema?”. Segundo: el que pasa de esa “súper-dignidad” se hace merecedor de juicio. Hablamos del insulto, por donde comienza la deshumanización del otro (“Raca”, o imbécil, según traduce la BTX). La idea es aplastar, dominar, subyugar. Tercero: el que llame al otro “moré” (fatuto, superfluo, cabeza hueca, etc. BTX), es decir, el que, en efecto, ha deshumanizado al otro, para quien ya no vale nada, y cree que puede entonces hacer justicia por mano propia, es reo del infierno: ya no merece la comunión con Dios. Para Jesús, la violencia es injustificable. Se puede explicar su proceso, claro, podemos entender sus motivaciones. Pero no deja de ser injustificable.

La alternativa está en los V. 23-24, ¡lo que el padre de la sociedad humana, Caín, no pudo hacer, hazlo tú! Lo más sagrado en el culto a Dios no es el esfuerzo religioso por cumplir (o por ganarse el favor divino). Ni tampoco los rituales, ni la alabanza que ministra, ni los cargos, ni los puestos de “autoridad”. ¿De qué nos sirve la teología si nuestra práctica es tan falsa? No se trata de ortodoxia, ¡SINO DEL PERDÓN!, de una práctica constante de este hasta romper con el círculo de violencia (hasta 70 veces 7. Mt. 28:22). En la práctica del perdón está contenida la posibilidad de una nueva humanidad. No es un acto romántico, idílico, tonto, superfluo. Es el reconocer la dignidad humana, la propia y del hermano como iguales. Es desechar la tentación de dominio. Es amar.

Por eso la advertencia en V. 25-26 a estar dispuesto a romper con el círculo de la dominación, el rencor, la venganza. Depende el proceso de cada caso. Pero seguramente todos conocemos ejemplos del milagro del perdón. No lo romanticemos, porque, así como dice el V. 26, vivir fuera de esta radicalidad tiene consecuencias graves.

Nos queda claro que una actitud santa, religiosa, piadosa, queda superada por lo verdaderamente sagrado: el perdón. Es el acto de dignidad humana por excelencia, es lo que más nos hace parecer a nuestro Señor, quien murió por nosotros aún sabiendo nuestra incapacidad y tozudez humana para entender la vía de la liberación de la esclavitud del pecado. Sólo hace falta ver ese hermoso y terrible versículo del Padrenuestro: “Perdónanos, como también nosotros perdonamos (…) Porque si ustedes no perdonan, tampoco su Padre, los perdonará…” (Lucas 11:4). ¡Boom! La gracia, en el mayor sentido anabautista, es también horizontal, ¿cierto? El perdón va incluido como acto de gracia y transformación, cuyo propósito es la Nueva Humanidad, aquí y ahora. Y el con él, la justicia y el Shalom. Los verdaderos hermanos se aman y perdonan los unos a los otros. Esa es la comunidad de Cristo. ¡Cuánta falta nos hace depender de él!

Y para terminar, qué más ayuda pedagógica que escuchar una buena canción, de nuestro hermano Santiago Benavides: https://www.youtube.com/watch?v=FK90kUy7O_A

 


[1] Analéctico quiere indicar el hecho real humano porque el todo hombre, grupo o pueblo, se sitúa “más allá” del horizonte de la totalidad (…) por cuanto es necesario la aceptación ética de la interpelación del oprimido. (DUSSEL, E. Filosofía de la Liberación, 2011, S. XXI. P. 239-240). No se trata ya de una negación de la negación, si no de una afirmación del otro en tanto próximo, viviente, cuya dignidad es inalienable.

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