La esperanza ¿puede morir?

Foto tomada por Wendy Vado Foto tomada por Wendy Vado

Como cristianas y cristianos, pensamos que la esperanza nunca puede morir. La esperanza es la que nos sostiene en los momentos más duros de nuestra existencia. Es, como la historia de Pandora, lo último que queda y que siempre nos acompañará.

Confieso que a veces me siento descorazonada, y frustrada. ¡He perdido muchas veces la esperanza! No es para menos, mirando nuestro alrededor, en el que miles de personas son expulsadas de sus países, y se lanzan a grandes travesías por las selvas, puentes y carreteras… por ejemplo el sufrimiento de las familias en Gaza, o la guerra y desesperación en Haití.

El Mundo parece ser cada día un lugar poco amigable.

En uno de mis incontables viajes, recuerdo en una ocasión, viajando de Kenia a Ámsterdam, que dos niñas vestidas con largas burkas negras, viajaban solas a unos cuantos asientos del mío. Tomadas de las manos, marcadas con tatuajes de henna. No sabían inglés, y los aeromozos buscaban la manera de comunicarse con ellas. En algún momento uno de ellos, le preguntó a alguien que, sí, parecía hablar su idioma… si sabía quiénes eran. Respondió, “Sí, son de Somalia. Llegarán a Ámsterdam dónde serán separadas”. Yo, que alcancé escuchar la conversación, sentí que se me hizo un nudo en la garganta.

Y sí, la esperanza a veces puede morir.

Hace poco, en Semana Santa, en la que recordábamos la muerte y resurrección de Jesucristo, me puse a pensar en la muerte física de Jesús y la perdida de esperanza por parte de sus discípulos hombres. Agobiados, algunos se encerraron en un cuarto a llorar su muerte y atravesar el duelo. Las discípulas mujeres, van a la tumba a buscar el cuerpo, para cambiar las vendas y quizás llorar y expresar su dolor ahora con soltura.

Los que hemos pasado por la muerte de un ser querido, sabemos que, en ese momento, el mundo se detiene y parece derrumbarse y nada tiene sentido. En ese espacio de dolor, negación e impotencia encontramos a los y las discípulas. ¿La esperanza había muerto?

Sin lugar a duda.

“¿Por qué lloras?, ¿A quién buscas?” – Pregunta Jesús. Esa misma pregunta traspasa el tiempo, miles de años y hace eco hoy.

A las madres migrantes, a las buscadoras de sus hijos,

Hijos llorando la muerte de sus madres, padres y familiares,

Niñas saliendo de sus hogares, para nunca regresar,

Las que lloran la violencia sexual, la incomprensión. La depresión, la discriminación y el rechazo.

Si pudiéramos sentarnos con Jesús, y él nos preguntara esto mismo…

¿Qué responderíamos?

Yo respondería “Busco la vida, busco la esperanza”… “Estoy cansada”…

Entonces sé que Jesús se agacharía, tomaría mis pies y empezaría a lavarlos, con una sonrisa entre los labios.

“Ve y di a mis hermanos, hermanas, que voy a reunirme con el que es mi Padre y Padre de ustedes”. Juan 20:17

Estas palabras que confortan y brindan aliento, también traspasan el tiempo y me recuerdan que soy una hija amada. También me recuerdan que Dios es un padre y una madre amorosa que, aunque no lo podamos Ver, cuida de cada uno de nosotros y nosotras. El desafío, es recordar esto, cuando nuestros ojos están llenos de lagrimas o nuestros pies están cansados.

Y ahí es donde nuestro Ver, necesita ser distinto…

María Andrea Gonzales Banasshini, en su artículo “Epifanía” publicado por religión digital escribió:

 “El verbo “ver” como capacidad sensorial y aparentemente estática, se traduce en “mirar”, ya que pasa a ser acto mucho más profundo que involucra voluntad, determinación y conciencia plena, estadio necesario para dejar atrás la zona de confort, seguridad, certeza, complacencia, verdad y emprender la ruta de la duda, la vulnerabilidad, el cuestionamiento, la necesidad de ayuda en otros y otras, la experiencia del andar a tientas. El ver-mirar transforma la vida en acto, provocando una metanoia o conversión que impulsa a la persona a retornar convertida/o, transformada/o, transfigurada/o.”

Oro para que podamos ver a Jesús, como en Emaús, caminar a nuestro lado y no, no de una manera sobrenatural, aislada, sino en el hermano y hermana que tenemos a la par, en la comunidad, en el amigo, en el migrante, en la naturaleza, en los desafíos del día a día, y así podamos ser transformados y acompañemos al otro y otra, expresión también de su divinidad.

Wendy Vado

Wendy Vado (34) Nicaragüense. Estudió filología y comunicación social en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua. Le gusta escribir y Read More

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