Fui invitado a dar el mensaje para el “Baccalaureate” de los y las estudiantes de la institución donde trabajo el viernes 10 de junio. Creo que todo discurso para que sea efectivo y “real” debe encarnarse en una situación histórica y en personas específicas. Esto es un intento de situar el mensaje cristiano en cuerpos que me atravesaron en el día a día por algunos años.
¡Qué gran honor estar aquí este día! No se muy bien porque estoy yo parado al frente de ustedes diciendo esto pero sí sé que estos muchachones, estas muchachonas se merecen todo el cariño, los aplausos y ánimo para el camino que tienen por delante.
Hoy quiero hablarles de una parte del camino que es inevitable que todos en algún momento lo tendremos por delante, cuando el camino se torna un poco oscuro y cuando a pesar de eso debemos seguir caminando. Lucas 24:13-35 nos habla de dos discípulos de Jesús que iban caminando, conversando, discutiendo y nos dicen que estaban tristes. Las Escrituras dicen que sus ojos estaban velados, es decir, que no podían ver bien. Cuando estamos tristes a veces pasa eso, no podemos ver bien, estamos tan concentrados en nuestro dolor, nuestro problema, que estamos incapacitados para ver las cosas buenas y la belleza a nuestro alrededor. Y de repente aparece Jesús y comienza a caminar con ellos. Y Jesús les pregunta: ¿De qué están hablando? y ellos le comentan sobre cómo los grupos religiosos y políticos crucificaron a Jesús. Le dicen que sus esperanzas estaban puestas en él y de repente todo es incertidumbre a su alrededor, no saben cómo seguir, discuten entre ellos, tal vez lloran, se enojan. Le comentan a este forastero que algunas mujeres no encontraron el cuerpo en el sepulcro y que unos ángeles dijeron que Jesús está vivo pero ellos a pesar de esto no quieren o no pueden creer, sus ojos y sus corazones están cegados. La tristeza es tan fuerte que les impide ver esos pequeños destellos de esperanza y sobre todo les impide confiar en el otro, no pueden creer lo que les dicen las mujeres discípulas. Porque cuando estamos tristes, enojados, frustrados lo que más nos cuesta es abrirnos al otro, mostrarnos vulnerables, confiar. Jesús sabía la respuesta pero su pregunta es una “invitación, como gesto, como posibilidad de encuentro y de devenir compartido.” Y tal vez preguntamos, como nos dice un autor “para no morir solos y para no dejar morir al otro en sus propias palabras o sus propias certezas, o para morirnos juntos en medio de un lenguaje común que no se ha escrito todavía”. Al final las preguntas más valiosas son aquellas que hacemos no para acumular conocimiento, no por mera curiosidad, no como inquisidores, no para matar, sino para cuestionar nuestras acciones o la falta de ella ante los miedos y las dudas.
Pero luego Jesús les pega tremenda retada y les dice: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer! Usa la palabra en griego ἀνόητος (anóetos) que también la traducen en otros textos griegos como tontos. Jesús les dice, no sean tontos, no les dijeron que esto iba a pasar, que iba a tener que morir pero luego iba a volver la vida. Pensemos un rato como a veces nuestros padres, familiares, sus profesores, tal vez sus amigos después de caminar con ustedes, después de hacerles algunas preguntas a veces creemos que necesitan un “no sean tontos, hay esperanza, mira estos pequeños destellos de esperanza, tú sabías que ibas a sentirte a veces solo si sales del país, si ya no tienes a tu mamá levantándote en las mañanas para que vayas a la escuela, a tu papá recordándote que tienes que mejorar tus notas para conseguir la beca, a tus hermanos jugando contigo y tal vez peleando pero logrando que te desconectes un poco de la rutina de clases y deberes”. Jesús les dice: Ustedes sabían que la muerte está siempre cerca y si en verdad somos cristianos, si en verdad somos humanos vamos a tener que morir unas cuantas veces a nuestro “yo”, a nuestro egoísmo, orgullo y autosuficiencia para lograr apreciar y disfrutar una vida plena. Y Jesús hace otro movimiento aquí, les abre las Escrituras y les lanza unos cuantos versículos, se empeña en hacerles entender que la esperanza no ha muerto, que la esperanza está ahí parada frente a ellos pero ellos son incapaces de ver. Sin embargo saben que algo pasa, algo está moviéndose dentro de ellos. En medio de su tristeza sí pueden saber que la compañía de este forastero les hace bien y entonces le dicen a Jesús que se quede un rato más con ellos. Y solo luego de caminar juntos, de hacerles algunas preguntas, de pegarles una retada y de darles un sermón, al sentarse con ellos a comer, sus ojos, sus corazones se abren y pueden ver la esperanza que venía acompañándolos hace ya un buen tiempo. A veces pasa eso, tenemos la esperanza, el amor, la alegría cerca nuestro pero por concentrarnos en nuestro dolor no podemos ver. Entonces, mientras comen con la encarnación de la esperanza logran reconocerlo. Luego vemos que Jesús físicamente desaparece pero la esperanza queda, ellos logran distanciarse un poco de su dolor paralizador y miran para atrás y se dicen uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino? ¡Es verdad que nuestro Señor, que la esperanza ha resucitado!, y comenzaron a contar esta experiencia en el camino no después del gran sermón sino después de sentarse juntos a comer. Al principio los discípulos no fueron muy buena onda con Jesús porque estaban frustrados pero luego al mirar para atrás logran ver bien la esperanza que siempre les acompañó.
Chicos y chicas, después de todo este tiempo caminando juntos y juntas quédense un poquito más, como Jesús con sus discípulos, acompañándonos. Dejarnos acompañar es reconocernos vulnerables no autosuficientes, dependientes de que ese otro se abra a nuestras preguntas, reconocernos seres creados y no dioses. Espero que hayan podido reconocer un poquito de Jesús en nosotros sus profesores, los directivos, las personas de mantenimientos o los guardias, pero hoy les quiero decir que reconocí un poco de Jesús en ustedes. Quédense un poquito más y que podamos decir: ¿No ardían nuestros corazones cuando estábamos juntos? Arder de agradecimiento. Porque el agradecer es reconocer que nos acompañaron bien y hoy les agradezco a ustedes y les animo a ver en las acciones cotidianas que pasaron en el colegio también a Jesús. Sin duda puedo decir que mi corazón ardía cuando no me sentía rechazado en los seniors tables sino que me acogían y podíamos conversar y recordar con cariño y risas alguna clase. Estoy seguro que mí corazón ardió cuando recibí un audio casi a las 12 de la noche un 31 de diciembre en plena pandemia de Martín agradeciéndome por las clases que le daba. Seguro que mi corazón ardía cuando en una clase que solo tenía dos estudiantes: Gaby y Francesca me escuchaban y comentaban los textos para en plena pandemia cuando todo era tan incierto, ahí nos aferramos por 35 minutos al otro y podíamos incluso reír un poco y comer también porque las clases eran a las 12:40 de la tarde, y obvio, me gustaba hacerles preguntas difíciles cuando tenían el pescado atravesado en la garganta. También ardía mi corazón cuando escuché a Alvarito hablándoles a sus compañeros, cuando se me acercaba en el Big Field, en el Gym, a conversar conmigo y cuando estaba dispuesto a tomar la iniciativa en mi clase los viernes en el “Community Growth Group” cuando ni yo mismo sabía muy bien qué hacía, eso es también acompañarse bien. También ardía mi corazón cuando me daba cuenta que ustedes me escuchaban, que se abrían ante mi interpelación, como cuando Daniela quería salirse de mi clase pero le dije que otro profe me dijo que lo podía hacer muy bien y ella nos creyó y continuó, luego incluso salió exonerada por su buenas notas. Cuando Joaquín confió en mí para que escriba una carta de recomendación aunque luego se queje de que ni él mismo se reconocía por tanta alabanza que le daba. Cuando Guti podía acercarse con sinceridad y decirme cómo hicieron para sobrevivir el encierro y las clases y luego verlo liderando al frente los juegos en spirit week. Cuando el Edu de noveno, junto a Johnny no tenían miedo de hablar en una clase de 26 personas con chicos de 10, 11 y hasta seniors y se arriesgaban a exponerse aunque no tenía todas las respuestas correctas. Porque a veces la vida no se trata de tener la respuesta correcta. Sino volver a intentarlo y como dice Beckett: “Fallar de nuevo. Fallar mejor”. Nos queda seguir intentando, seguir en el camino, seguir teniendo esperanza de que los otros van a abrirse a nuestra viada, interceptarnos en nuestro sentido y no exigirnos respuestas vanas. “Intentar entender” y acompañarnos así sea en silencio. Y si hay miedo, tener miedo juntos. Gracias seniors por comprender que estaba trabajando con otras clases y que no siempre tuve el tiempo suficiente para ustedes. Gracias por aceptarme, respetarme y acompañarme aun cuando sea un profe que no sabe usar bien una corbata. Podría seguir pero esto me llevaría horas así que solo agradecerles y animarles a dejarse acompañar y arriesgarse a tomar la mano de la gente que aman. Uds fueron mi curso de pandemia, que me acogieron, alojaron mi pregunta, me hospedaron, cuando no había certezas y todo era tan incierto. No saben lo importante que fue para mi.
Espero que cuando estén temblando y piensen que están solos, solas, miren a un lado y puedan ver a un amigo, una amiga que ha decidido no soltar su mano, que sepan que ahí también está Jesús caminando, conversando, exhortándoles, comiendo con ustedes.
¡Qué gran aventura les queda por delante! ¡No están solas, solos, aquí hay una comunidad que los respalda! Gracias.
Bibliografía:
Giuliano, F. (2017). Rebeliones éticas, palabras comunes: conversaciones (filosóficas, políticas, educativas) con Judith Butler, Raúl Fornet-Betancourt, Walter Mignolo, Jacques Rancière, Slavoj Žižek. Miño y Dávila editores.
Have a comment on this story? Write to the editors. Include your full name, city and state. Selected comments will be edited for publication in print or online.