Nuestros anfitriones prepararon un banquete: tortillas frescas elaboradas a base de maíz molido a mano, frijoles y salsa de tomatillo de sus huertas, huevos revueltos con tomate y cebolla. Todos los productos se cultivaron en San José de la Nueva, una comunidad rural situada en el estado mexicano de Chiapas.
El otoño pasado, Ernesto Gutierrez, pastor y director del IESII (Instituto de Estudios e Investigación Intercultural) nos invitó a mí y a otros empleados del CCM (Comité Central Menonita) a visitar esta comunidad y conocer las innovaciones agrícolas que estaban implementando, como invernaderos, fertilizantes orgánicos, e iniciativas para cultivar frutas y verduras durante todo el año.
Había dedicado los dos últimos años a abogar ante el Gobierno de EE. UU. para aumentar el financiamiento de proyectos de agricultura de adaptación, como estos esfuerzos respaldados por el CCM. Leí sobre los cambios en los patrones climáticos, pero desde detrás de una pantalla resulta difícil apreciar cabalmente el impacto de estos cambios en una comunidad.
“Cuando éramos niños, comíamos de forma natural —nos contó Adelina Velazquez, miembro de esta comunidad, mientras sus nietos jugaban a sus pies—. Frijoles, verduras… cultivábamos todo aquí”.
Hace unas décadas —continuó— la lluvia se volvió más impredecible. Primero tuvimos sequías, periodos de dos o tres años con muy poca agua en los que los cultivos se marchitaban en sus tallos. Y luego llegaban lluvias torrenciales, fuera de temporada, que los ahogaban.
“Mis bisabuelos sabían cuándo sembrar, pero ahora no podemos respetar los tiempos tradicionales —agregó—. Ahora todo es más difícil”. Sacudió la cabeza. “¿Cómo van a vivir mis niños? ¿Qué van a comer?”
Los residentes de San José descienden del pueblo maya, que cultiva las tierras del sur de México desde antes de la conquista española. La mayoría habla el idioma maya, tzeltal, como primer idioma, y español como segundo.
Ernesto afirmó que algunos de los problemas relacionados con la inseguridad alimentaria se remontan hasta las épocas del dominio español, cuando los indígenas mexicanos fueron desplazados por la fuerza de sus comunidades para trabajar en las haciendas de los colonos españoles. “Antes de la conquista, la dieta era más rica y había mayor diversidad nutricional”, afirmó.
En opinión de Ernesto, el rol del IESII no es brindar a las comunidades información que desconocen, sino ayudarlas a recuperar los conocimientos que tenían sus ancestros. Su objetivo para estas comunidades excede la seguridad alimentaria —tener lo suficiente para comer— y se centra en la “soberanía alimentaria” —el derecho a contar con alimentos saludables, culturalmente adecuados y producidos de forma sustentable—.
Las comunidades de Chiapas enfrentan un doble desafío para alcanzar la soberanía alimentaria: en primer lugar, el cambio climático hace que los patrones climáticos sean cada vez más impredecibles; en segundo lugar, las grandes industrias contaminan e invaden las tierras comunitarias. Ambos factores exacerban el hambre, el desplazamiento y la pérdida de tradiciones culturales.
Algunas pequeñas intervenciones pueden ayudar a las comunidades a adaptarse a la imprevisibilidad del clima. Los invernaderos, por ejemplo, ofrecen condiciones más estables para el cultivo de plantas. Las técnicas de fertilización que enriquecen en lugar de agotar el suelo ayudan a las familias a aumentar la frecuencia de siembra y cosecha en el año.
Sin embargo, estas intervenciones no lograrán recuperar los patrones climáticos de cuando Adelina era niña. Con el aumento de las emisiones de carbono a nivel global, las fluctuaciones de temperatura y los cambios en los patrones climáticos persistirán. El impacto se sentirá de manera desigual, y será mayor en los países y comunidades rurales que menos contribuyen al cambio climático, comunidades como esta.
En todas las organizaciones asociadas al CCM que visitamos en México, pregunté a las personas qué mensajes les gustaría que llevara a EE. UU. Desde San Cristóbal hasta la CDMX, el pedido fue el mismo: “Dejen de contribuir al cambio climático”, nos respondieron. En términos históricos, EE. UU. es el país que más ha contribuido al cambio climático. Como ciudadana estadounidense, siento que este impacto extraordinario conlleva una responsabilidad extraordinaria.
Lo considero una oportunidad para que la Iglesia ponga en práctica su mensaje. En un sermón publicado en el sitio web del IESII, Ernesto compartió su deseo de que “la Iglesia sea un mensaje viviente de esperanza para el mundo y, como tal, predique con el ejemplo, demostrando a todos que otro mundo es realmente posible”.
Ernesto alberga la esperanza de que las Iglesias de todo el mundo, unidas en sus diferencias, puedan ser una voz contracultural que defienda a las familias, las comunidades y las tradiciones que más se parezcan a la tierra que Dios creó. Espera que se produzcan cambios a nivel nacional e internacional que hagan posible la misión del IESII: “Por una vida en toda su plenitud: social, económica, histórica, cultural, ecológica y religiosa”.
Allí, en San José de la Nueva, nuestros anfitriones inclinaron sus cabezas y oraron en voz alta, en tzeltal, antes de invitarnos a la mesa para compartir comida fresca y local en abundancia. Nosotros aceptamos estas ofrendas, y también el desafío de acción.
Contenido extraído: Una manera de actuar es aprender más acerca del impacto del cambio climático en las personas de todo el mundo. Y una buena forma de comenzar es escuchar el seminario web del CCM: “MCC and climate change: Responding to climate change risks” (El CCM y el cambio climático: Respuesta a los riesgos que presenta) en CCM.org/stories/CCM-climate-change-responding-climate-change-risks
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