A tres meses de la devastación dejada por los huracanes Eta y Iota en Centroamérica, las comunidades afectadas siguen en su lento proceso de recuperación del hambre y la desesperanza.
En general, los gobiernos movilizaron ayuda, la comunidad internacional dio voz de alerta, los organismos de ayuda humanitaria volcaron todos sus esfuerzos para dar una respuesta pronta, así mismo movimientos sociales e iglesias. En Honduras, la Zona Norte fue la más afectada. El Valle de Sula sufrió el desbordamiento del río Ulúa y el río Chamelecón. Las ciudades de la Lima, Villanueva, Pimienta, y Chamelecón fueron destruidas por las inundaciones. Con una semana de diferencia, Iota siguió la misma ruta. En Nicaragua, por su parte, Eta y Iota causaron estragos en Bilwi, Puerto Cabezas, Waspan, y algunas zonas del pacifico nicaragüense. Guatemala, el Salvador y Costa Rica también tuvieron fuerte lluvias y deslizamiento de tierras.
Las comunidades de estas zonas lo perdieron todo.
Carlo Avalos, Pastor de la iglesia hermano en Cristo, comunidad de Bello Horizonte, en Managua, nos comenta que en su primera visita a las comunidades de Puerto Cabeza solo se podía sentir tristeza y desolación.
“Había un ámbito de muerte, aun cuando no había muchas víctimas mortales. Había la sensación de incertidumbre y dolor. A mí me causó mucho llanto cuando sobrevolamos la zona, y ver zona tras zona destruida”. Para el Pastor Carlos, los habitantes que ya se habían acostumbrado a huracanes, nunca se esperaron el impacto de Eta y Iota.
“Las personas, sobre todo los mayores, recordaban el Juana y el Mitch, pero nunca se esperaron que estos huracanes impactaran de la manera que lo hicieron”. El Huracán Eta fue de categoría 4, y vientos de 240 KM/h. Con una semana de diferencia, surgió el Huracán Iota, de Categoría 5 de hasta 250 KM/h.
El impacto y la vulnerabilidad de las comunidades ha hecho que la recuperación siga siendo lenta y la ayuda necesaria. Las iglesias anabautistas en el pacífico se organizaron y enviaron lo que pronto pudieron recolectar. Hno. Carlos comenta: “Las iglesias del pacifico tuvieron una respuesta de amor. Se recolectó comida, frazadas y hasta hamacas”. Sin embargo, muchos concuerdan que estas respuestas son superficiales a una crisis climática con consecuencias más funestas y con un notable impacto en la región.
En la comunidad de Karatá, al sur de Bilwi, en la costa Caribe. El hno Carlos comenta: “Esta comunidad que es una Isla fue literalmente tragada por el mar. La gente perdió sus parcelas”. Para estas personas que poseen una economía de subsistencia, y que tienen un apego enorme a la tierra, esto fue una verdadera catástrofe.
El cambio climático sin duda ha hecho que la zona sea más vulnerable a los impactos de los huracanes, y por tanto, Eta y Iota fueron devastadores. La región Centroamericana es atravesada por el Corredor Seco, que, según la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), es una extensa área que corre paralela a la costa del Pacífico desde Chiapas, en México, hasta al occidente de Panamá, dejando tierras áridas también en Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y parte de Costa Rica. Se trata de un tramo de tierra de 1.600 kilómetros de largo y de 100 a 400 kilómetros de ancho que concentra el 90% de la población de Centroamérica y las principales capitales de esta región geográfica. Una zona que, debido a la sequía, ha vuelto al hambre el pan de todos los días.
Según el Centro Humboldt: “Las inundaciones causadas por los huracanes y tormentas tropicales, la sequía y el duro golpe de la pandemia de Covid-19 dejaron efectos negativos en la mesa de muchas familias centroamericanas”, y luego añade: “El fenómeno La Niña trajo consigo una intensa temporada de lluvias. Contrario a beneficiar a una región afectada por la sequía, las intensas lluvias provocadas por tormentas tropicales y huracanes provocaron grandes pérdidas en los cultivos y otros medios de vida. El 86% de las familias que habitan el Corredor Seco Centroamericano despiertan y se van a dormir con hambre”. Además, detalla que las mujeres y los pueblos indígenas son más proclives a padecer hambre, pues son más indefensos o tienen mayor carga familiar.
La Hna. Fátima Martínez, coordinadora del comité de emergencia de las iglesias Anabautistas de Nicaragua, apoyado por el Comité Central Menonita (CCM) reafirma estas palabras: “La situación es que esto huracanes afectaron las zonas agrícolas y la mayoría de las personas afectadas eran agrícolas. La recuperación ha sido lenta porque todas las cosechas se perdieron, así como los animales de crianza que eran base en la economía familiar”. La Hna. Fátima se refiera en especial a una comunidad indígena llamada Waskil, a 13.5 kilómetros del sur de Rosita, zona norte de Nicaragua, donde las familias no han podido tener acceso a la ayuda del gobierno o de otras organizaciones y cuyas familias tienen miembros de hasta 17 y 19 personas. “A veces tienen que hacer un solo tiempo de comida…una señora viuda con sus 4 hijos, nos dijo que estaban agradecidos con la ayuda, pero también que necesitaban hacer que les alcanzara [la comida] lo más que se pudiera”.
Para el Hno Carlos Avalos, también facilitador del Trauma Healing Institute para Centroamérica, se hace imprescindible también que se atienda las necesidades no solo básicas de las familias, sino también las espirituales. Ahí es donde las iglesias, y sobre todo las iglesias anabautistas deben tener una perspectiva más amplia de los recursos que pueden ofrecer sobre todo en ayudar a estas personas a procesar el duelo, el dolor de haberlo perdido todo y traer esperanza en medio de tanta incertidumbre por el futuro. “Las personas han superpuesto lo prioritario, lo inmediato, pero también es cierto que necesitan una palabra de esperanza. Una señora se me acercó en una charla que estábamos dando y me dijo: ‘Muchas gracias, porque yo había orado a Dios para que nos trajeran estas palabras de aliento”.
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