Decir NO a los ídolos modernos.

Reflexión basada en Daniel 6 (BTX)

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Daniel es un hombre particularmente interesante. Según el relato, ha pasado por las distintas transformaciones de un sistema imperial poderosísimo, hegemónico, militarmente imparable, usado para darle una profunda y dolorosa lección al pueblo de Israel aplastado por esta súper potencia, así como Dios lo determinó en su Juicio Justo. Empezando por Nabucodonosor, Belsasar y Darío, el atropello es tal que incluso el templo y los utensilios sagrados han sido profanados. El mensaje es contundente: Babilonia tiene el control de todo. De la economía, del comercio, de la cultura, del territorio, ¡incluso de la religión! Sus dioses son sobre los otros dioses.

¿Acaso Marduk es sobre YHWH? La biblia es clara al afirmar un rotundo “No”. Así lo podemos entender cuando Jesús afirma que “un reino dividido no puede mantenerse, tampoco si Satanás está contra Satanás” (Mateo 12:25). Como todos los imperios en la historia, Babilonia pronto cae en el exceso del fetichismo del poder, o autoerotismo del poder, como lo llama nuestro hermano Enrique Dussel[1]. Es decir, se ha autoproclamado como el Dios del mundo. Es el propio objeto de su adoración y satisfacción. No sólo Nabucodonosor, sino sus sucesores, se proclaman el objeto del poder y la opresión, obligando sistemáticamente a todos sus súbditos a hacer al pie de la letra lo que ellos dicten. Fundan pues, la religión del fetichismo del poder. Es la lógica de los imperios. Los imperios permiten, claro está, muchos ídolos (pequeños dioses, como el dinero o el consumismo, la salud, el egocentrismo, algunas minorías exaltadas, etc.), pero todos ellos apuntan a un lugar: al Imperio y sus agendas. Su ley es la ley del terror: “quien no haga así, morirá” (Dn. 6:7-9). Una muerte que puede ser social, cultural, de roles, con bloqueos económicos, fáctica en la guerra, lenta como los intervencionismos internacionales, etc. Pero al final, aparece siempre la muerte.

Y en medio de todo esto está Daniel. Testigo de controversias, traiciones, misticismos, locuras de los poderosos, ¿cuántas cosas pusieron nauseabundo a un hombre con tanto poder, pero recto en sus actos? ¡Sin duda muchos! Y como todo súbdito del Imperio está obligado a obedecer, incluso a renunciar a sus raíces históricas para adorar la estatua del Rey, quien, en un ejercicio de fetichismo auto erótico (Dussel), se ha auto proclamado el Rey de Reyes.

Sin embargo, Daniel, que sabe cómo funciona la maquinaria de terror del Imperio, decide hacer un acto de tremenda dignidad, en el que al mismo tiempo demuestra su fe y en el que da un mensaje claro y revolucionario, con esa desobediencia civil propia de los profetas: Dios es Dios de los dioses. Él, y sólo Él tiene el control de la historia. Sólo Dios puede vencer la dialéctica humana. Y por eso no tiene miedo. Como anteriormente dijeron sus amigos: “él puede librarnos, pero aún si no quiere, ¡no daremos culto a tus dioses!” (Dn. 3:18).

Así que abre su ventana y ora al Dios que es sobre todos los dioses. Simplemente y sin vacilaciones niega el fetichismo del poder. Su acción es una afrenta directa al Imperio. El Imperio no tiene poder sobre este hombre, quien reconoce que ha sido puesto ahí como profeta que fustiga al imperio diciéndole en su propia cara que “mi Dios tiene el control de tu imperio, oh Rey”.

¿Qué decir ahora? Hace tiempo alguien se ofendió cuando posteé en mi Facebook algo sobre Obrador (México) y Lula (Brasil). Este hermano me exhortó fuertemente a que dejara mis ideas comunistas (dicho sea de paso, no tenía yo nada que ver con el comunismo o el socialismo) por un sistema capitalista donde los pobres son pobres si así lo quieren. Él defendía un evangelio anglosajón influenciado por las ideologías del Imperio del Norte. Violencia, capital acumulativo, y quizás hasta racismo, así como cada uno de estos pequeños dioses que acompañan al Imperio, y que proclaman su evangelio que conduce al único dios verdadero vestido de billetes verdes, y que en su proclama defiende la propiedad privada a costa de un esfuerzo ego-céntrico auto dignificante (también, auto erótico) de lo que ser productivo y empresario se refiere. El hermano era menonita. Me quedé, como decimos en México, “con el ojo cuadrado”.

Hoy los imperios nos siguen proclamando su evangelio fetichista. Quieren fidelidad a costa de todo. Quieren nuestra antipatía ante las injusticias. Nos quieren ciegos ante sus lógicas de la guerra y sus sistemas de riqueza a costa de la vida de los de abajo. Nos quieren enfermos, porque nos han engañado y obligado a comer y tomar veneno. Han enfermado y corrompido a los gobiernos incipientes de Latinoamérica, y se han llevado todos los objetos sagrados (han destruido la tierra sagrada: se han llevado los recursos naturales, han profanado la tierra con sus minas, con sus mentiras y sus policías internacionales). Y encima de todo, en su evangelio proclaman que estamos fuera de su gracia, y merecemos el intervencionismo hegemónico.

¿Cómo respondemos? El evangelio es claro: o ponemos la mano en el arado, o no servimos para el Reino del Dios de los dioses. Oh, sí. Daniel tenía claro que había otros dioses, pero que Dios es el que juzga en la asamblea de los dioses, (Sal. 82) y les recrimina que no han cumplido con su papel. Habían sido puestos ahí con un propósito, pero se han revelado y se han puesto contra su Dios, como nos enseña el hermano Víctor Pedroza[2].

Pero no se trata de definir qué sistema político humano es el que más conviene. Según Yoder, y estamos de acuerdo, ¡el Evangelio en sí mismo es ya una propuesta política! Si no, no sería llamado “Reino de Dios”. Pero este Reino no es fetichista. Promueve la justicia social desde un esquema donde primero hay que reconciliar todas las dialécticas inacabables para encontrar la libertad y la plenitud del Mesías. Compartir, desde lo que se tiene, es fundamental para vencer el sistema de injusta economía del imperio, ¡y resulta que sobra para alcanzar la plenitud! (Mt. 14:13.21). La felicidad no está dada por el egoísmo, ni por el consumismo, ni siquiera por el poseer, sino por el amor al débil, a la viuda, al huérfano, e incluso, la plenitud económica, ese estado que tanto se quiere llegar por medio de las riquezas individualistas, es alcanzado por una comunidad que entiende que no debe haber pobres entre ellos, que todos debemos trabajar para compartir, que hay que dar gracias a Dios por el fruto del trabajo y… ¡compartir el pan (Hechos 2:42)! Nada se acumula, todo se invierte. El interés, la ganancia, es la comunidad de bienes: justicia económica, al estilo loco de YHWH.

Si el Imperio profana la tierra, mancillando plantas y animales ―que también tienen aliento de vida, pues fueron creados por Su Palabra―, entonces, en el Reino se defienden (o deberían defenderse) los montes, los valles, los estuarios, el mar, los bosques, porque la tierra y todo lo que en ella hay son del Señor (Sal. 24).

Si el Imperio proclama como único estilo de salud el farmacéutico, nosotros decimos NO a la coca cola, los hotdogs y cuanta chatarra existe. Dios hizo el cuerpo. El cuerpo debe ser templo, un templo útil para el servicio a los demás, sano, pleno; ni egoístamente esculpido, ni obeso y sin capacidad ni fuerza para caminar en la misión (porque la misión se hace, fundamentalmente, caminando).

En fin. El Imperio va a seguir proclamando que quien no haga como él diga, entonces no será parte de la sociedad “de los normales”, y será estigmatizado como criminal, paria, raro, minoría, etc., echado al pozo de los leones o bloqueado económicamente. Pero nosotros, que conocemos al Mesías, quien ha sido puesto sobre todo nombre, y delante del cual se doblará toda rodilla, deberemos tomar con valentía nuestro ministerio, abrir las ventanas, y a la vista de todos, decir proféticamente: “Arrepentíos, que el Reino ha llegado”.

 


 

[1] Dussel, E. Filosofía de la liberación, S. XXI, México 2011.

[2] Pedroza, Victor. Señor y Maestro. Apuntes para el discipulado Radical. E. Coliro. 2023.

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