Desgracias que importan: comunidad menonita y salud mental

ilustración de Elfrieda de la película All My Puny Sorrows. Por Lazuli ilustración de Elfrieda de la película All My Puny Sorrows. Por Lazuli

Hablar sobre depresión y suicidio debería entrar bajo la etiqueta acuñada por la escritora colombiana Piedad Bonnett como “Lo que no tiene nombre”, cuando las palabras son tan limitadas e insuficientes y sin embargo es el único recurso que tenemos. Aun así, me animo a comentar la película “All My Puny Sorrows” dirigida por Michael McGowan, que es una adaptación de la novela de Miriam Toews, traducida al español como “Pequeñas desgracias sin importancia”.

Una vez más como en otras de sus historias, Toews nos sitúa en una comunidad menonita conservadora donde los líderes religiosos creen tener la autoridad para imponer su agenda ideológica y ejercer control sobre la comunidad del East Village. La película cuenta la historia de la familia Von Riesen y su relación complicada y dolorosa con la salud mental. Quien narra la historia es la hija menor, Yolandi. La primera escena es el suicidio del padre Jake dejándose arrollar por un tren, y de ahí en adelante veremos cómo una de las hijas, Elfrieda, trata de sobrellevar su depresión, acompañada de su esposo, de su hermana Yolandi y su madre Lottie.

Sería imposible hacer un análisis o reseña de toda la película en un corto artículo, así que solo me limitaré a comentar 5 escenas donde aparece de manera explícita la relación entre religión, específicamente en la comunidad menonita y la depresión.

 

(Atención: Alerta de spoiler)

Escena 1: Control y obediencia

En esta escena, Yolandi recuerda que su padre fue obligado por los ancianos de su iglesia a vender una casa que él mismo había construido. La familia entra a la casa y después de recorrerla rápidamente, Elfrieda, la hermana mayor, dice:

— “¿Es demasiado tarde para decírselo a los ancianos, que vender fue un error, que queremos volver a entrar?, ¿o que te presionaron injustamente para que vendieras?”.          

— “El pastor Behr necesitaba el espacio […] este es su hogar ahora…”— responde el padre.    

Yolandi mira a su padre y le dice — “Pero tú mismo construiste esto”.

— “Eso fue hace mucho tiempo”— vuelve a responder el padre.

 

Cualquiera que haya vivido en un contexto religioso conservador, donde la iglesia era muy importante para la decisión que debían tomar los padres, podría sentirse identificado con esta escena: El líder religioso (sí, por lo general, hombres) controlando las decisiones que toma el padre de familia, el padre colocando los deseos de sus líderes por encima de los de su familia y la familia obligada a obedecer por miedo o por vergüenza.

El padre no siempre es cómplice o un cobarde; a veces, el padre siente la carga de quedar marcado sino hace lo que le dicen. Una marca que podría dejarlo sin trabajo y que incluso podría pesar y afectar a su esposa e hijas.

Esta escena es muy importante porque al final de la película Yolandi logra darle otro lugar a su padre en su vida, recordando que él no siempre estuvo sometido a lo que los líderes de su iglesia menonita decían.

 

Escena 2: Resistencia creativa

En esta escena, aparecen dos sujetos vestidos de traje negro y corbata en la casa de la familia Von Riesen; son los líderes de la iglesia menonita donde asisten. Se sientan a la mesa con Jack y le dicen que están preocupados de que su hija Elfrieda quiere ir a la universidad, y peor aún, estudiar música. Yolandi está en la mesa también escuchando esa conversación y la mamá está en la cocina ablandando una pechuga de pollo con un martillo de madera. Los golpes se vuelven más intensos cuando, de repente, se escucha otro sonido; esta vez, no son golpes de martillo, sino el “Preludio en sol menor, Opus 23” de Rajmáninov. Elfrieda, al percatarse de estos invitados indeseados, se puso a tocar el piano. Los invitados le piden al padre que hable con su hija para que deje de tocar; el padre obedece, pero la hija sigue tocando cada vez más fuerte y hermoso.

Aunque no hubo un enfrentamiento entre los líderes religiosos y la adolescente, podemos decir que la música y el arte fueron una respuesta ante las demandas del patriarcado y el abuso religioso. Este gesto va a retomarse una vez más, cuando Elfrieda se enfrenta, esta vez sola, con uno de los líderes de su iglesia en el hospital.

Esta escena nos recuerda que, aunque no siempre sepamos bien qué decir, siempre hay opciones creativas de resistir a la violencia.

 

Escena 3: “De un striptease a un poema”

Elfrieda se encuentra leyendo, recuperándose en la clínica luego de un intento de suicidio, cuando de repente se infiltra sin permiso un sujeto de la iglesia, quien muy posiblemente es uno de los ministros de la iglesia menonita. Él le dice que la comunidad escuchó que estaba en el hospital y sufriendo. “Bueno, estoy aquí para hacerte saber que cuando te entregues a Dios, ya no sentirás dolor. Oremos juntos por tu alma”.

La respuesta de Elfrieda supera a la escena del piano. Esta vez, deja el libro y mira directamente a los ojos del supuesto enviado de Dios y comienza a recitar un poema de Philip Larkin titulado, Días:

¿Para qué son los días?

Los días son donde vivimos.

Llegan, nos despiertan

una y otra vez.

Están para que seamos felices en ellos.

¿Dónde vivir sino en los días?

 

Ah, para resolver esta cuestión

están el cura y el médico

con sus largos abrigos

recorriendo los campos

 

Mientras recita el poema se va desnudando y el hombre de iglesia se queda sin palabras y se va.

 

Cuando recuerdan este hecho, la hermana menor Yolandi le dice a la mamá:

 

“¿De un striptease a un poema de Larkin? Es brillante. Tal vez sea una señal. Un punto de inflexión. Le importa lo suficiente como para hacer enojar a alguien o para levantarse de la cama”.

 

¿Qué puede hacer el poder religioso frente al poder del arte y frente a lo que puede un cuerpo?

 

Escena 4: Jugar con las cenizas, contar la historia

La tía Tina muere y en la iglesia East Village Mennonite Church se hace el velorio. La mamá Lottie está dando unas palabras sobre su hermana y es interesante que nada en su discurso tiene que ver con promesas sobre el “más allá”. No hay clichés, un optimismo superficial, consuelos vanos, sino recuerdos de quién era y lo que hacía única a su hermana. Recuerda cómo vestía, sus pasatiempos como viajar por carretera, conversar hasta altas horas de la noche, los abrazos de oso, las buenas ofertas y el café. Recuerda lo buena esposa, madre, tía y hermana que era. Recuerda cómo ayudó a su hermana menor el día de su boda cuando se incendió su velo por accidente y ella corrió a su casa para reemplazarlo con el suyo. De repente, en medio del discurso, entra una niña, abre la urna donde estaban las cenizas y juega como si fuera arena. Lottie deja de hablar y se sonríe, las personas en la iglesia se ríen y rápidamente entra alguien para agarrar a la niña. Lottie termina diciendo: “Tina, extrañaremos no solo tus muchas formas útiles, sino tu espíritu positivo difundiendo amor y buena voluntad. Fuiste el último de los leones. Descansa en paz”. La vida de Tina es recordada y celebrada por la gente que amó. La escena termina con la voz en off de Yolandi diciendo: “La vida siempre nos está enseñando lecciones. Solo porque alguien está jugando con las cenizas de tu protagonista no significa que dejes de contar la historia”.

El mismo lugar donde seguro han de haber escuchado un discurso religioso que las hacía sentir llenas de culpa y vergüenza es ahora el lugar donde una de estas mujeres toma la palabra para hacer lo que debería estar haciendo la iglesia: dar dignidad.

 

Escena 5: “Por muchos que sean los cielos que hayan caído sobre nosotros”

La película tiene muchas citas de obras literarias. Una de mis favoritas es la del libro de D. H. Lawrence, El amante de Lady Chatterley.

“La nuestra es una época esencialmente trágica; por eso nos negamos a tomarla trágicamente. El cataclismo ha ocurrido, nos encontramos entre ruinas, y empezamos a construir de nuevo, a tener de nuevo pequeños hábitos, pequeñas esperanzas. Es una tarea ardua: ahora ya no hay un camino fácil hacia el futuro; tenemos que evitar o superar los obstáculos. Tenemos que vivir por muchos que sean los cielos que hayan caído sobre nosotros”, y Yolandi agrega: “y no importa en cuánta mierda nos hayamos enterrado”. Justo después de esta frase, recuerda cuando su padre, a pesar de lo que opinaban los ministros, puso una biblioteca en su comunidad East Village. Los ministros no querían pero él insistió que era importante para la comunidad. Entonces los ministros le dijeron que solo lo podía hacer si conseguía 400 firmas apoyando su solicitud. Eran demasiadas para un pueblo tan pequeño, pero lo logró. Yolandi, al recordar esto, dice: “me dan ganas de llorar incluso ahora solo de pensarlo”.

            Yolandi era otra persona a estas alturas de la historia y sus recuerdos estaban más completos ahora. Acompañar a su hermana en su depresión le dio otra perspectiva a los recuerdos de su padre. Ahora podía ver a un hombre que estaba luchando con su propia depresión y trastorno bipolar, y que aun así pudo amar a sus hijas, a su esposa y tener estas pequeñas pero importantes acciones de valentía y dignidad, de las que seguro tomó inspiración su hija mayor.

 

Una muerte feliz

En uno de sus últimos libros titulado Una muerte feliz, el teólogo Hans Küng (2016) reflexiona sobre la eutanasia y expresa su deseo de que “la Iglesia ayude al ser humano en el tránsito hacia la muerte y que no solo le proporcione la extremaunción. Se trataría de ayudar a morir bien a una persona que desea morir” (Küng 2016, 25). Su reflexión no viene solo por un interés académico sino vital. Luego de varios problemas de salud, Küng se pregunta si “todos tenemos una responsabilidad sobre nuestra vida, ¿Por qué habría de cesar esa responsabilidad en su última fase?” (Küng 2016, 24). El punto central de su argumento es que la vida es un regalo de Dios y al mismo tiempo es “una misión del ser humano” (Küng 2016, 74). Hacernos cargo de nuestra vida, incluso sobre cómo decidimos morir, es parte de nuestra misión y de lo que nos da dignidad.

No podemos decir que Elfrieda tuvo una muerte feliz, aunque al final decidió morir igual que su padre. Fue a unos rieles del tren y esperó… Lo hizo luego de pedirle a su esposo que vaya a la biblioteca a conseguirle algunos libros. La madre y Yolandi recuerdan la reflexión de Elfrieda sobre las bibliotecas y la civilización. En una ocasión le dijo a solas a su hermana que la gente piensa que pedir disculpas es la base de la sociedad civilizada; pero no es así, según Elfrieda, las bibliotecas eran la base de la sociedad civilizada porque cuando prestas un libro haces una promesa para devolverlos, haces la promesa de volver. Elfrieda ya había esperado mucho en su sufrimiento y decidió salirse de este sistema civilizado para no seguir sufriendo. Al final, logró terminar con su dolor pero estuvo sola en su decisión a pesar de los mejores deseos de su familia, en especial de su hermana menor. Su suicidio no fue un acto inconsciente de desesperación, fue una decisión muy pensada. Fue un acto de libertad y de amor por sí misma. Creo que es muy importante como iglesia preguntarnos, ¿cómo podemos crear una sociedad alternativa para que personas como Elfrieda no se queden solas en su muerte? ¿Cómo podemos acompañar y dignificar historias como la de Elfrieda fuera de la lógica de la culpa? ¿Cómo podemos ser ese hermano o hermana en donde se pueda verter, como en el poema de Samuel Coleridge, esas “pequeñas desgracias sin importancia y del corazón los padecimientos ocultos?”

 


Bibliografía y Referencias

All My Puny Sorrows. Ver Toronto International Film Festival

Bonnett, Piedad (2013) Lo que no tiene nombre – Alfaguara. Madrid, España.

Toews, Miriam (1981) Pequeñas desgracias sin importancia – Ver una interesante entrevista referente al libro a Toews en español por BBC Mundo

Küng, Hans (2016) Una muerte feliz. Editorial Trotta, S.A. Madrid, España.

Referente a Miriam Toews (1964 – ) ver Infobae

Referente a Michael McGowan (1966 –    ) ver IMDb

Referente a Philip Arthur Larkin (1922 a 1985) ver Biografías y Vidas.

Referente a David Herbert Richards Lawrence (1885 a 1930) ver La vanguardia

Referente a Hans Küng (1928 a 2021) ver Biografías y Vidas

 

Jonathan Minchala Flores

Jonathan Minchala Flores estudió grado y posgrado en comunicación, literatura y estudios de la cultura. Actualmente está haciendo un Doctorado Read More

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