Uff, ¡Que calor! Seguro has escuchado esto, últimamente o te has encontrado, diciéndotelo todos los días. Según varios reportes, el globo terráqueo ha entrado en una ola de calor, sentida por todos, y para todos.
¿Es esto normal? la respuesta, es “no, por supuesto es parte del calentamiento global” del que se ha hablado tanto en los últimos años… pero, de alguna manera seguimos creyendo, que es sólo una teoría conspirativa, de los activistas del medio ambiente.
Pero, la verdad es que ellos no se han equivocado. La tierra está más caliente y todos los días lo sentimos.
En mi más reciente viaje a Honduras, me quedé impactada de los estragos del clima en todos los habitantes de este hermoso país, incluyéndome. Tegucigalpa, la capital, estaba cubierta por una nube de humo, que hizo que las autoridades adelantaran las vacaciones escolares, en un intento de poder reducir el uso de los vehículos.
Todo el país, además sufría de altas temperaturas, por la falta de lluvia; llegando algunos lugares a alcanzar los 40 grados centígrados, con una sensación térmica de 50. Esto parecía que era como estar bajo la lupa del niño que juega con el sol, para quemar los pequeños insectos que encuentra en el camino. Quizás todo hubiera pasado, de “Ay, qué mal” si mi vista, no acostumbrada a este tipo de humo, no me hubieran dolido tanto, hasta el punto de que uno de mis ojos se enrojeció. ¡Estaba en pánico! ¡Y más cuando tenía que facilitar talleres!
De vuelta a casa, agradecí tanto el verdor de mi país, Nicaragua y su cielo tan azul y claro. Luego también la lluvia fuerte y estruendosa. Pero también todo era un poco la ilusión del que se va por un tiempo y regresa y todo lo ve bello. En Nicaragua también estamos a temperaturas y sensación térmica de 40 grados, y con las lluvias el país está en riesgo de inundaciones y también tormentas tropicales y algunos se atreven a decir huracanes.
El país, al igual que muchos en el istmo centroamericano, todavía se recupera lentamente de los dos Huracanes Eta e Iota, que se formaron simultáneamente y dejaron estragos en la agricultura e infraestructura de los países centroamericanos. La migración en Centroamérica, se ha dicho, tiene como causa también la crisis climática, expulsando a familias enteras, de tierras áridas, antes productivas ahora erosionadas por los fenómenos climáticos.
Todo esto me hace pensar en las frases, que una vez dijera Berta Cáceres, activista indígena lenca de Honduras, “Despierta, humanidad, ya no hay tiempo” y si definitivamente ya no hay tiempo. ¿Cómo estamos respondiendo desde la teología, al cambio climático? ¿Qué tipo de reflexión estamos teniendo en nuestras iglesias, acerca de nuestra “casa común”?
Quizás no todo está perdido. La teología feminista, y la eco teología tienen mucho que aportar, sobre este tema. Pero lejos de teorías, las reflexiones acerca de nuestro papel en la destrucción y al mismo tiempo construcción de una nueva forma sustentable y armoniosa, con el medio ambiente.
Rescato dos puntos que Arianne van Andel, teóloga ecofeminista plantea:
¿Qué perspectiva pueden dar las religiones a esta trampa del sistema en que nos encontramos? …
Primero, uno de los temas más importante que enseñan todas las religiones es aprender a vivir con nuestros límites. Todas las religiones tratan el tema de nuestra dependencia de una realidad que es más grande que nosotros/as, y nos invitan a vivir en comunidad.
Segundo, las religiones tienen una mirada sobre lo que es abundancia o plenitud que es muy diferente al consumo ilimitado que nos predica el capitalismo. Nos libera de la adicción a cosas para sentirnos valorados, y nos enseña a compartir.
El recién fallecido teólogo Franz Hinkelammert, quien ha escrito mucho sobre la alternativa que la teología de la liberación ofrece al sistema capitalismo neoliberal, reflexiona sobre la narrativa de la multiplicación de los panes y peces, narrativa que aparece en los cuatro evangelios. Según él, obviamente no se trata de un milagro “cuantitativo” de parte de Jesús, sino de una reinterpretación de lo que es abundancia: “La plenitud no es cuantitativa, sino resulta del hecho que todos se compartan de una manera tal, que hay suficiente para todos” …
Desde esta mirada, podemos observar entonces, que se trata de saber vivir, el “buen vivir” que plantean nuestros pueblos nativos, y los que también pueden aportar mucho a esta conversación.
Individualmente, hay mucho que podemos hacer, se nos ha dicho, pero colectivamente mucho más. Es hora de despertar de ese letargo y colectivamente salvar nuestra casa, de las llamas.
Bibliografía
Arianne van Andel, (2023) Crisis climática y escasez de los recursos: el rol de las religiones – Otros Cruces
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