Gilberto Pérez Jr. se ve bien en las fotos, sabe salir sonriente, tiene un semblante que inspira confianza y a pesar de que no suelta la elegancia ni para comer palomitas tiene un estilo fresco de camisa desajustada. Me ha enviado unas fotos de él para que publique en este artículo corto que repasa su vida. La mejor foto de él, la que aparece en Google cuando tecleas su nombre, no aparecerá en este texto. He ahí la foto de un político, mientras en las otras fotos, bueno…, también he allí las fotos de un político, pero éstas algo más epistémicas, me explico, las fotos de un político que elementalmente es un trabajador social.
BARRIO CASA BLANCA, ROBSTOWN, TEXAS.
Creció en el Barrio Casa Blanca. Seguramente en una casa blanca. Pero a 1727 millas de La Casa Blanca y dos horas de la frontera con México. Allá en Casa Blanca, en el Estado de Texas, podía suceder en ocasiones que alguna persona ingresara clandestinamente a su casa y se llevara el televisor, la radio y las llaves del carro. Gilberto creció en un barrio donde únicamente se adaptan quienes desarrollaban ese sentido de supervivencia que protege a la gente de las sombras detrás de las esquinas y el sonido de los pasos a las espaldas. Cuando era un adolescente, Casa Blanca era una zona con los índices de criminalidad por las nubes.
Sus padres, pastores menonitas, hicieron de su casa y la iglesia donde servían una especie de isla de paso para las personas que venían del sur cruzando la frontera con México. Gilberto estaba jóven, vivía aun con sus padres mientras, pero vean esto: crecía observando y escuchando. Todo lo que hace un joven cuando observa y escucha detenidamente, todo lo que aprende en el trajín matutino de su adolescencia únicamente poniendo atención.
“Todo se resuelve a partir del servicio al prójimo – dice Gilberto refiriéndose a su propia vida-. En mi juventud miraba a mis padres, cómo ellos ayudaban a personas con más necesidad. Nuestra iglesia se volvió un punto de llegada para los inmigrantes que acababan de pasar la frontera”.
“LAS MÁQUINAS NO ME HABLAN”
En qué sitio será que los hombres encontramos el sentido de nuestras vidas. Será el sentido de nuestras vidas una función que se debe desactivar porque siempre ha estado ahí con nosotros, donde quiera que vayamos, inmutable, latiendo debajo de todas las capas en alguna habitación profunda de nuestro interior o será en otro sentido algo semejante a una bandera que súbitamente el camino revela en alguno de los muchos parajes que existen en nuestras vidas.
En lo que respecta a Gilberto, como una respuesta anecdótica, el sentido de su vida lo descubrió entre los eventos sucesivos de la respuesta muda de un microscopio y la inspección de los apellidos Pérez, Martínez y Ortiz en las páginas amarillas del directorio telefónico de la ciudad de Newton, Kansas.
En ese periodo de su vida de probar para qué era bueno o, mejor dicho, averiguar si era bueno para alguna cosa, tuvo estas dos experiencias que le definieron con suficiente claridad, con un pragmatismo que no obstante rosaba casi con lo metafísico, al oficio que se dedicaría durante todos los días de su vida.
El primer acontecimiento, fue en una clínica donde servía como voluntario, quehacer que le dejó una útil lista de aprendizajes: aprendió, además de usar guantes y tapabocas, a examinar orina y a sacar sangre. Pero sucedió en una tarde que Gilberto invertía su tiempo en examinar el mundo de las bacterias que descubrió con horror, mirando a través de los vidrios del microscopio, el hecho aterrador que desde allí nadie se comunicaba con él “¡Es que el microscopio no me hablaba! ¡No podría tener ninguna relación con él!”.
La segunda experiencia llegaría prontamente cuando del mismo modo aplicó a un verano de trabajo voluntario con el Comité Central Menonita (MCC) en el estado de Kansas. Allí le pedirían que realizara una consulta comunitaria sobre las necesidades latinas en toda la comunidad, así que identificando las casas latinas por medio del directorio telefónico comenzó la tarea de dimensiones bíblicas, porque ¿Qué diferencia hay entre hacer preguntas a cada familia latina en un pueblo de Kansas con la de ponerle el nombre a todos los animales de la tierra o con la de darle siete vueltas a la ciudad de Jericó?- subiéndose en su bicicleta y yendo a cada dirección.
Esta experiencia fue un poco como revisar el espejo retrovisor de su vida y mirar hacia aquellas enseñanzas de sus padres, cercanos a las necesidades de las personas. Ese trabajo de conectar con las personas, involucrarse con la comunidad, animar la superación de los problemas y el alcance de las necesidades más básicas de la gente le dio esa clara señal de placer que además tenía una fragancia bastante reconocible con el aroma de su hogar.
Gilberto escogió su carrera, se convertiría en trabajador social. Escribo, se convertiría haciendo hincapié en el error, ya lo era.
LOS PRIMEROS AÑOS DE TRABAJO
“Nuestra vida no consiste únicamente en salir adelante, sino en servir al prójimo (…) Se trata de vivir la cristiandad, decimos: ‘yo también puedo estar en las malas, pero…, si alguien tiene una necesidad debemos pensar en cómo le podemos ayudar” Gilberto Pérez Jr.
En los años siguientes a sus estudios Gilberto conoció a su esposa Denise en la universidad de Eastern Mennonite ubicada en Harrisonburg, VA. Se casaron y cuando ya cada quien ejercía su profesión, ella estudio para ser maestra, surgió para Denise en Puerto Rico un puesto como maestra en la Academia Menonita Betania en Aibonito. Los padres de Denise habían vivido durante su infancia en Puerto Rico de modo que para ella esto era como volver a su casa, su padre había sido médico por muchos años en Aibonito. Se mudaron en el año 96. En Puerto Rico nacieron sus dos hijos mayores, Ariana y Félix.
En esos años Gilberto trabajo con el colegio y en otros puestos como capellan y terapeuta en el hospicio y evangelista de la paz con la Iglesia Evangélica Menonita de Puerto Rico. Además, aprovecho para hacer su maestría en trabajo social. Esos años de desarrollo profesional fueron una escuela para aprender cómo trabajar con las comunidades, dialogar con ellas, caminar con pacientes en su etapa final, entender sus necesidades, y promover un liderazgo comunitario. El primer día de trabajo haciendo servicio directo en San Juan, Puerto Rico, intervino en una situación donde un grupo de policías armados hasta los dientes que custodiaban una mujer apresada por narcotráfico; ese día su trabajo consistió en encargarse del bebé de la mujer, como representante del Estado. Igual a este caso, sus trabajos solían consistir en atención a casos de abuso sexual, crimen, problemas colegiales, salud mental, pobreza y familia.
HACIENDO PUENTES
Los años han pasado desde aquellos días en Puerto Rico. Ahora Gilberto y su familia viven en Goshen, Indiana. Camila, su última niña, nació en esta ciudad. Gilberto se ha vuelto vice presidente de la vida estudiantil y decano de estudiantes de la universidad Menonita Goshen College y ha logrado terminar sus estudios doctorales en educación. Además emprendió un nuevo proyecto en su vida, hoy Gilberto es concejal de la ciudad de Goshen. ¿Qué hace un hombre menonita siendo concejal de una ciudad? Pues bien, las historias hablan por sí solas:
Estados Unidos arde. En casi toda la prensa mundial se habla sobre los disturbios, las masivas protestas, las confrontaciones entre los policías y los manifestantes, los trinos de Trump, los saqueos y las reclamaciones luego del asesinato a manos de la policía del ciudadano norteamericano George Floyd. Las redes sociales son las primeras en contar la historia: la foto de un hombre negro grande, musculoso, con la lengua desbocada, besando el asfalto mientras un oficial de policía blanco permanece con la rodilla sobre su cuello provocando que el hombre poco después muera. Las redes sociales también cuentan la historia después del suceso. Miles de personas protestan en casi todas las ciudades del país, se incendian algunos sitios, algunas estatuas son tumbadas. Hay ira. Hay razones. Se pide justicia, el lema es claro y directo: BLACK LIVES MATTER.
En el Estado a su manera todos atienden el suceso. Es grave, se violan las normas del confinamiento sanitario debido a la pandemia mundial, pero el mensaje es también claro al respecto, algunos letreros dicen: The racism had killed more than the Covid-19. El periodismo atiende, la corte atiende, la oficina de la policía atiende, líderes religiosos atienden, el gobierno nacional atiende, el gobierno local atiende, en Goshen, Indiana se reportan reuniones históricas. Gilberto ha promovido varias reuniones comunitarias entre comunidades latinas y la policía local. Hace algunos años atrás Gilberto coordinó reuniones en iglesias menonitas, católicas, bautistas, y asambleas de Dios. El objetivo: que existiera un dialogo, “Ambos grupos lo único que deseaban era ser escuchados. El pueblo deseaba una respuesta al trato de los inmigrantes indocumentados. La comunidad latina quería saber si iban a ser deportados si no poseían identificación. Fue eso, experiencias de escucha de ambos lados (…) fue fenomenal, se sentaron, se escucharon, y hubo comprensión de ambos lados”.
Gilberto trata de hacer ese tipo de cosas con su cargo público, canaliza toda su energía, su conocimiento anabautista, su crecimiento entre dos culturas diferentes como son la latina y la norteamericana, para cuando el momento surja pueda convertir la crisis en oportunidad. En su vida ha logrado procesar y empalmar su vocación con su fe, y cree que es un deber sagrado el servicio comunitario cuando ha llegado a cargar con un puesto público.
¿ALGUIEN SABE QUÉ HAY EN NUESTRO SÓTANO?
En su vida, hoy atraviesa esa edad donde los hombres empiezan a discutir con la almohada si les vendrá bien o no tinturarse las canas que han venido poco a poco revelándose, ha tenido otra buena serie de experiencias y éxitos no mencionados ni profundizados en este artículo. Por ejemplo, escribió hace bastantes años un curriculum sobre salud mental basado en inmigrantes latinos que ha sido oficialmente compartido en varios estados y que está en la guía de programas sociales con la Asociación Nacional de Salud Mental para Latinos. También ha iniciado un proyecto llamado Empresarios Innovadores que es un espacio donde brinda asesoramiento empresarial a personas con proyectos de negocio.
Lo que no ha cambiado mucho en él es ese hábito – hoy destreza- de mirar y escuchar. Es seguramente su ingrediente secreto que explica los años de su vida como trabajador social y educador. Existen pequeños sucesos, anécdotas que ponen un ladrillo en el trama de la historia humana y que no son promocionadas por las bocinas de la HISTORIA, escrita con letra mayúscula. Gilberto me cuenta que a veces acompañaba a su papá, un pastor, en sus visitas con dueños de negocios y otros líderes comunitarios como policías, directores de escuela, y panaderos. La pregunta es, ¿Cuánto de todo está en los planes de Jesús?
Muchos años atrás, cuando Gilberto Pérez Jr., apenas era un jóven adulto y servía de voluntario con MCC escribió una lista de sueños en su vida. Esa lista se perdió entre los documentos acumulados por una larga vida que luego de 30 años exigen una revisión, en esa cruzada temeraria que los gringos llaman: la hora de limpiar el sótano. Gilberto se encontró con ella, cuando le hizo una breve ojeada no la reconoció de inmediato, tuvo que acomodarse bien los anteojos, y la leyó: Sueño algún día ser decano de estudiantes de una universidad. En algunos países de América Latina se suele decir: El que invoca a Dios, cuando se le aparece se asusta. Gilberto toma esto con humor y da gracias a Dios por su vida y su trabajo.
Yo le he hecho la pregunta ¿Cómo te defines a ti mismo?
“Soy una persona con mucha atención al escuchar las necesidades de las demás personas. Alguien que trata de conectar a los demás con recursos, instituciones y otras personas. A mí me gusta pensar en procesos, resultados, y el cambio social. También alguien que intenta entender los puntos de vista de los otros, una persona que escucha, procesa y conecta”.
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