La idea de que se puede educar sin presuponer ningún tipo de creencia, cosmovisión religiosa o metafísica de ningún tipo es un mito moderno. Esta idea viene de la misma narrativa que afirma que la esfera pública es un espacio imparcial, racional y secular, y por lo tanto incontaminado de cualquier atisbo religioso. Sin embargo, como ya han dado cuenta varios antropólogos y filósofos esto es imposible, nuestro mismo lenguaje tiene marcas y refleja nuestro lugar de enunciación. Además, el cristianismo también es político, es imposible hacer honor a lo que significa ser cristiano si se confina al cristianismo a un espacio “privado”. Entonces, la pregunta que deberíamos hacernos, siguiendo a Alasdair MacIntyre es, ¿en qué historia o tradición están ubicados nuestros juicios, valores y virtudes que compartimos a nuestros estudiantes?
Los primeros anabautistas hubieran considerado extraña la idea de una conversión al cristianismo dramática llena de emoción típica de algunas tradiciones evangélicas y pietistas. Para estos anabautistas la conversión tenía más que ver con una “preparación a largo plazo para el compromiso con el discipulado” (Graber Miller en Bunge 2008, 144). Esto fue así porque, entre otras razones, tenían una visión sobre la niñez más optimista que la de los reformadores magisteriales y los católicos. “Para los reformadores radicales del siglo 16, era esencial asumir compromisos de discipulado de por vida en lugar de tomar decisiones momentáneas para la salvación personal. Por lo tanto, se preparaba a los niños para una forma de ser más positiva y dadora de vida, y no para que simplemente quedaran revolcándose en su desgracia adánica”. (Graber Miller en Bunge 2008, 145). Por eso para los anabautistas, el discipulado no era simplemente el siguiente paso que debía darse después de “convertirse” sino una inmersión en prácticas y hábitos que habilitaban al seguidor de Cristo a aprender el lenguaje cristiano.
Una de las primeras cosas que el discipulado puede mostrarle a la educación moderna es que no podemos limitarnos a pensar que enseñar es mostrar simplemente proposiciones, leyes y fechas a los estudiantes. Enseñar también implica hacer ejercitar la imaginación, la creatividad y la sensibilidad humanística, artística y religiosa. Los seres humanos son el resultado de lo que aman y adoran, más de lo que dicen creer. Por lo tanto, solo una educación integral y holística puede ser duradera, profunda y llevar a una verdadera transformación.
Mucha de la educación actual ve a los estudiantes como consumidores. En pocas palabras, se piensa que el profesor es un vendedor que le muestra varios productos a sus alumnos/as y que ellos pueden elegir “libremente”. El asunto es que esta filosofía deja de lado que hay poderes que operan en nosotros que nos seducen y nos hacen elegir ciertas cosas en lugar de otras. Asumir una actitud ingenua sobre el poder de los medios de comunicación en este aspecto puede llevarnos a lanzar a los niños, niñas y adolescentes en las manos del marketing y el capitalismo. Debemos preguntarnos, ¿cómo se puede educar, no solo el intelecto, sino los deseos? Muchas escuelas y colegios pueden ofrecer un amplio catálogo de opciones que los estudiantes pueden memorizar, pero, formar y educar implica más que dar información.
En segundo lugar, los y las jóvenes aprenden por imitación y no solo por lo que les digan sus profesores. El discipulado cristiano no se limita a una serie de creencias que deben ser aprendidas sino a un modo de vida y a un entrenamiento en ciertas prácticas donde los profesores juegan un papel muy importante. Uno de los desafíos del profesor o profesora cristiana es lograr que los estudiantes entrenen su mirada. Recitar una serie de versículos bíblicos o doctrinas cristianas no va a llevar a los y las jóvenes a comprometerse con el llamado cristiano. Hay que hacer que esas doctrinas funcionen en las diferentes disciplinas. Para lograr esto necesitamos que los y las estudiantes adquieran un conjunto de prácticas que los capacite para confrontar y leer la cultura, con sus fortalezas y peligros, y no evadir las controversias. Esto nos lleva al tercer punto, James K.A. Smith llama la atención sobre el hecho de que los colegios y universidades cristianas no están solo llamados a proporcionar información y conocimiento de una manera meramente instrumental y aislada de otras disciplinas, sino a formar a los y las estudiantes por medio de “liturgias culturales” para que ubiquen esas disciplinas académicas dentro de una narrativa mucho más grande e integradora. Dejar a los estudiantes que simplemente “piensen por sí mismos” sin ofrecerles ninguna guía o entrenamiento que los prepare para enfrentar los desafíos del mundo es irresponsable. “La tarea de una educación en artes liberales distintivamente cristiana es crear una comunidad de personas formada para resistir y desafiar el reduccionismo de una cultura impulsada por el mercado.” (Smith 2009, 45). Ser educados es todo lo contrario a pensar que podemos manejarnos “por nosotros mismos”. Sería ingenuo pensar que los estudiantes pueden por sí mismos generar un pensamiento responsable y riguroso que pueda enfrentar las seducciones materiales y las manipulaciones emocionales y los deseos que nos quiere imponer esta sociedad capitalista. Esta idea se refuerza aún más si consideramos que como seres “creados” somos dependientes no solo de Dios sino de las personas que están cerca nuestro. (Génesis 1:27-28)
En cuarto lugar, para desarrollar un verdadero discipulado en la educación hay que lograr hacer esto por medio de una conversación amable y respetuosa, respetando diferentes perspectivas y puntos de vista. Por eso es fundamental crear un ambiente donde las personas tengan la libertad de hablar, pero al mismo tiempo la responsabilidad y el deber de escuchar a la otra persona.
Es importante resaltar que en medio de un mundo que tiene diferentes creencias y prácticas la iglesia no puede limitarse a hacer un llamado a la tolerancia sino al diálogo, pero desde su lugar como cristianos. El cristianismo no hace de la tolerancia la virtud más importante en nuestra época, porque eso implicaría relacionarnos solo desde el poder que hace posible poder tolerar a esa otra persona que piensa diferente y que está bajo mi dominio. Más bien, el cristianismo enfatiza el diálogo y la hospitalidad, acogiendo a ese otro que a pesar de hablar un “lenguaje” diferente podemos escuchar, respetar y a la vez enriquecernos. La diversidad es un don, más que un problema a superar.
Los estudiantes y maestros necesitan entender que lo contrario de la fe no es la razón sino el orgullo, orgullo de pensar que tenemos todas las respuestas y que podemos controlar el mundo. Parte del trabajo del educador cristiano es mostrar a los estudiantes que la fe nos da el marco necesario para lograr hacer una contribución verdaderamente significativa en un mundo cada vez más fragmentado, donde cada grupo tira hacia su lado.
Como cristianos se nos ha enseñado que no podemos separar la práctica de la teoría, Como afirma William T. Cavanaugh (2017), no existe una “teoría desencarnada ni una práctica pre teórica”. Nuestras prácticas, hábitos, virtudes y nuestra formación importan a la hora de analizar un texto, por ejemplo: Cada estudiante viene de un lugar de enunciación diferente y por tanto cada estudiante puede tener algo diferente que decir. La diversidad de cultura, género, idioma, país, etc., no es entonces un obstáculo sino un desafío que nos enriquece como personas que estamos siendo formadas para hacer un aporte en nuestro contexto multicultural. Esta es la razón por la cual es urgente evitar las clases meramente magistrales. En su lugar se debería escuchar las dudas y los aportes de los y las alumnas y desde ahí lograr que generen un pensamiento sobre la materia para que la sitúen en una narrativa más amplia.
Por último, podemos recordar las reflexiones de Rita Segato sobre las “contra-pedagogías de la crueldad” cuando afirma que si queremos educar sin crueldad debemos ir en contra de ciertos postulados que se han ido gestando en mucha de la educación tradicional occidental. “La contra-pedagogía de la crueldad tendrá que ser una contra-pedagogía del poder: […] mandato de masculinidad, corporativismo masculino, baja empatía, crueldad, insensibilidad, burocratismo, distanciamiento, tecnocracia, formalidad, universalidad, desarraigo, desensibilización, limitada vincularidad” (Segato 2018, 15). Una educación que se sitúa en la amplia y diversa tradición cristiana debería incluir tanto a mujeres como hombres por igual, debería ser lo más empático posible, amable, sensible, cercano a los chicos y chicas, alejarse de las formalidades innecesarias, dar cabida a las particularidades que hacen tambalear esas “verdades universales” y fomentar el vínculo con los y las estudiantes. En este sentido el amor deja de ser una idea pasada de moda y sensiblera y se convierte en una práctica política central en la educación y en la práctica cristiana. Una educación efectiva, empática y verdaderamente cristiana tiene que incluir no solo un ambiente de respeto y tolerancia sino de amor. Y vale la pena recordar que amar verdaderamente es, según la primera carta a los Corintios capítulo 13, buscar la justicia y la verdad sin orgullo.
Todo lo dicho hasta ahora conlleva un gran peligro: la intolerancia del fundamentalismo colonialista evangélico. Es muy evidente que no solo en Estados Unidos sino en toda Latinoamérica, en nombre de una “educación cristiana” se ha adoctrinado a jóvenes en una visión muy estrecha, intolerante y violenta de cristianismo. Como nos recuerda Leonardo Boff, el fundamentalismo “no es una doctrina, sino una forma de interpretar y vivir la doctrina. Es asumir la letra de las doctrinas y las normas sin atender a su espíritu y a su inserción en el proceso siempre cambiante de la historia, que obliga a efectuar continuas interpretaciones y actualizaciones precisamente para mantener su verdad esencial. El fundamentalismo representa la actitud de quien confiere un carácter absoluto a su personal punto de vista” (Boff 2002, 25). Espero haber delineado algunas ideas que hagan un correctivo a esta forma de interpretar la narrativa cristiana. Sin embargo, todavía queda mucho que decir. Pero podemos terminar con una palabra de esperanza: cualquiera que sean los peligros de relacionar la educación con la religión, no es únicamente un peligro del cristianismo sino de toda ideología que se sienta portadora de la “verdad absoluta”. El cristiano no debería preguntarse “cómo sabe que la religión cristiana es exclusiva y universalmente verdadera; simplemente trabaja sobre la visión crística para el bien humano, comprometiéndose con creyentes de otras tradiciones sin inquietud ni proselitismo, ni una actitud defensiva, sin reclamar una perspectiva exclusivista que invalide a otras, ni una absorción inclusivista de otras perspectivas en la suya propia” (Williams, 2000, 39). La pregunta para anabautistas, católicos, judios, budistas, agnósticos, ateos, etc., es: ¿Cómo luce una educación que, sin dejar de lado sus particularidades culturales, políticas y religiosas, dialoga y acoge la diferencia con transparencia, sinceridad y amor?
Bibliografía:
Boff, Leonardo. Fundamentalismo. Rio de Janeiro: Editora Sextante. 2002.
Bunge, Marcia, edit. Los niños en el pensamiento evangélico. Buenos Aires: ……..Ediciones Kairos, 2008.
Cavanaugh, William. Tortura y eucaristia. Granada: Editorial Nuevo Inicio, 2017.
D´Costa, Gavin, edit. La unicidad cristiana reconsiderada. Bilbao: Desclée De ……..Brouwer, 2000.
Segato, Rita. Contrapedagojias de la crueldad. Buenos Aires. Prometeo Libros, ……..2018.
Smith, James KA. The Devil Reads Derrida, and other Essays on the University, the ……..Church, Politics, and the Arts. Grand Rapids, Michigan: Wm. B. Eerdmans ……..Publishing,
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