Jesús dijo: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos» Mateo 19:14
Desde que mi hija Brisa fue diagnosticada con Autismo como familia hemos emprendido un viaje de aprendizaje que nos ha llevado a cuestionar nuestras expectativas sobre nuestra hija y mucho de nuestros estilos de crianza. Es un viaje también de reconocer que muchos espacios en nuestra sociedad no están listos para hablar de inclusión social: sobre todo para personas con capacidades distintas. Las comunidades de fe, por supuesto, no están ajenas a estos problemas. Desde el adulto centrismo que nos embarca, hasta el desconocimiento cómo podemos tratar a personas neurodivergentes. Esta generalidad también apunta a las comunidades anabautistas. En mi propia comunidad de fe he sido testigo de como estos mandatos se siguen al pie de la letra.
“Debemos enseñar a los niños el respeto a la casa de Dios.” (Traducción: los niños deben permanecer en silencio)
“Hay que instruir a los niños en el temor a Dios.” (Traducción: castigue a su hijo, y enséñele que no puede hacer berrinches en la casa de Dios)
Estas frases dichas audiblemente en prédicas, comentarios del director de alabanza o personal de la escuela dominical siempre van dirigidos a mi dirección, mientras yo tratando que Brisa no anduviera correteando en la iglesia, o llorando desconsolada cuando las cosas no se hacen como ella quiere, o porque simplemente su comprensión del espacio es muy distinta a lo que un adulto o niño neurotípico entiende. La frustración entonces me embarca, ¿por qué es tan difícil tener empatía? ¿Qué de la frase de Jesús: “Dejad que todos los niños vengan a mi”? ¿Qué tipo de mensaje hoy estamos comunicando a las familias, muchas por cierto, que hoy nos encontramos con estos desafíos? ¿Qué redes de apoyo estamos construyendo para apoyar a las familias en los procesos de duelo?
“Y no se lo impidáis”
En una de las tantas conversaciones que he tenido del tema, una amiga me decía: “es interesante que hoy vemos más familias con niños autistas que antes.” Nos quedamos pensando en esa frase y más bien reconocíamos que eso no es verdad. Lo que ha pasado es que muchas familias “han escondido” a sus hijos en un intento de que esto no cause vergüenza a las familias. A partir de ahí entonces tenemos que reconocer que hemos fallado. Hemos fallado en entender que todas las personas somos portadoras de la imagen de Dios. Y le hemos fallado a Dios en reconocer su imagen en las personas que se salen de la norma que hemos construido como aceptable.
Sé que este escrito corre el riesgo de ser interpretado como una critica cruel a mi comunidad de fe, pero el sentido que me empuja escribir este articulo es más bien traer la conversación a la mesa. La iglesia no puede ser ajena a las realidades que se enfrentan las familias.
¿Qué podemos hacer como Comunidad de Fe?
- Hay que reconocer que somos una sociedad adulto-céntrica. Necesitamos empezar a dejar que los niños sean niños.
- Crear redes de apoyo con las familias. ¿Cómo podemos acompañarlos en los procesos que se están viviendo? ¿Qué tiene la palabra de Dios que hablarnos del tema?
- Empezar a crear espacios inclusivos en nuestra comunidad de fe, ¿necesitamos recursos financieros para eso? Quizás no tanto, quizás es simplemente abrir nuestra mente y corazón.
- ¿Cómo las personas con discapacidad, neurodivergentes también son escuchados y son participes en nuestros espacios? Ellos tienen mucho que enseñarnos acerca de la resiliencia y esperanza y créanme, con bastante sentido de humor.
Una persona neurodivergente, persona con discapacidad, siempre te hará ver las cosas de una manera distinta y también muy creativa.
¿Estamos listos para que todos los niños, y niñas sin importar su condición puedan venir a Jesús?
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