Jesús hace nuevas todas las cosas.

Rodrigo Pedroza Rodrigo Pedroza

Parece ser que el relativismo, de un tiempo para acá, se ha apoderado del pensamiento de forma aplastante. Todo se permite, todo se acepta, no hay verdades absolutas. Todo está en función de la conveniencia de la persona (individualismo) o de grupos cuyos propósitos se determinan de acuerdo a fines propios (egoístas), que puede variar desde el beneficio propio, hasta justificar las razones suficientes para hacer guerra o deportar en masa extranjeros, así la narrativa usada sea ridícula. En resumen, cada quien tiene su forma de entender la realidad en la que vive. Esta es la máxima del individualismo, del egoísmo, de la propiedad privada, etc. Es una dialéctica del autoplacer, que se agota pronto, llevando al aburrimiento y este a la perversión, que no es sino el autoerotismo, el fetichismo, la incapacidad de crear cosas nuevas.

Con el cristianismo moderno pasa lo mismo. Si alguien afirmara “cada quien tiene su forma de ser cristiano”, estaríamos curiosamente de acuerdo. Pero ¿esto es correcto? En la práctica, y entendiendo que la religión es una cuestión humana, no estaría mal. Tú eliges tu religión con todo y sus prácticas sagradas. Sin embargo, nuestra fe es activa y rebasa los límites de la religión (es analéctica, atraviesa la dialéctica, la supera). Curiosamente, para esta superación es necesario decir que no es relativista. Hay máximas, ética, principios y un Dios soberano que es Señor y Padre, que tiene una voluntad para todos sus hijos.

Entonces, ¿por qué hay tantos cristianismos? Quizá lo más correcto sería decir que, en la realidad “cada quien tiene su forma de entender y practicar el evangelio”, o “cada quien tiene su forma de entender y no practicar el evangelio”. Pero, al enfrentarnos a un entendimiento global y lo más cercano posible al Jesús descrito en dichos y obras en los evangelios, ¿qué diríamos al respecto? El conocimiento, la praxis del Mesías nos lleva pronto a descubrir la superación de la dialéctica del individualismo. Jesús es novedad en todos los aspectos, en todos los momentos de la historia, en lo individual y en lo colectivo. Y este es quizás el misterio más grande de vivir bajo el señorío del Dios que creó el universo: la maravilla de sorprendernos nunca acaba. Sus mandamientos, no son una carga: son la posibilidad de romper como la terrible levedad del ser.

Jesús hace nuevas todas las cosas. Y es en serio, a partir de su venida hace nueva la concepción de Dios, el entendimiento global de las escrituras, la concepción de la misión, de la religión, del pecado, de la salvación, del futuro, del proyecto de Dios. Ap. 21:5 es maravilloso, pues afirma una verdad única: No hay nadie que pueda tomar la historia, el tiempo y la realidad, y formar cosas nuevas de lo que estaba roto, sin sentido, destinado a la entropía. Él hace nuevo todo. “Todo” es un universal, no es relativista, es, en otras palabras, todo el cosmos, es decir, la totalidad de cosas que percibimos.

Hay algo de mucha importancia cuando vamos al Nuevo Testamento, y es que, por más que queramos acomodar el asunto, algunos viendo literalmente lo que dice el texto, otros no queriendo ver (y por eso hay expertos en Antiguo Testamento, pero desconocedores de Jesús), otros con ojos teológicos y no falta el que, con ojos religiosos; … De todos modos, Jesús hace nuevas todas las cosas. Es decir. Él es el centro de todo el texto. Sin él, estamos perdidos, sólo tendríamos un texto sagrado más. Pero él, desde que fue anunciado en Génesis 3 hasta Apocalipsis, ha dado un total, dinámico y completo sentido nuevo a toda la Biblia.

Si aún quisiéramos hacer una teología, o afirmar que nuestras doctrinas son más adecuadas o correctas, que, así como aprendimos en nuestros primeros discipulados, así como nos enseñaron en nuestro primer amor, así debe ser eternamente y para siempre, Jesús hace nuevas todas las cosas. Quedarse en lo mismo sería religión, vivir en novedad de vida, es la praxis del evangelio, por eso nos esforzamos en llegar su estatura. Él es, el resucitado, que en el camino dialéctico de lo humano y lo efímero hace que nos arda el corazón en el pecho como asegura el relato de Emaús (Lucas 24:13-35).

Jesús mismo dejó claro a fariseos, escribas, religiosos y demás, que traía una forma nueva de entender, acercarse, concebir a Yahvé; ya no como ese ser inalcanzable, sino un Padre amoroso y justo, pero que espera con brazos abiertos, y no solo eso, sino que sé que podía llegar al Padre, al santísimo y divino Dios de Israel, por medio de Él (Juan 14:6). Él mostró que incluso la concepción de pecado estaba errónea. El pecado ya no estaba en relación a las maldiciones generacionales, sino que era personal y, por tanto, se podía romper con él de forma definitiva. Incluso, ante la falsa concepción de enfermedad-maldiciones de aquél entonces, afirmó que la fragilidad de la vida está para mostrar la gloria de Dios y no para discriminar personas (Juan 9:2-3).

Jesús hizo nuevas las relaciones humanas, trajo lo verdaderamente humano y lo amó, lo regeneró, nos enseñó que podemos llegar a ser como él es, tener su misma naturaleza. Pero no por egoísmo esforzado en santidades místicas, como se enseña ahora, santidades de pura oración y alabanza, como se cree ahora, donde el esfuerzo del ego puede más que todo, sino por la acción del Espíritu Santo, que redarguye, anima, activa y hace nuevo todo. En este sentido. Jesús hizo nueva también la forma en cómo se creía la divinidad habitaba en su pueblo. Porque antes era cuestión de templos y rituales, de elevar oraciones a los cielos, pero ahora, el Verbo se hizo carne, puso su tienda entre nosotros, Dios descendió a nosotros (Juan 1), y vive en nosotros; antes era cuestión de sacerdotes y educados, ahora el pueblo todo es sacerdote, embajador, siervo y hermano (1ª Pedro 2:9). No necesitamos mayores intermediaros con Dios más que uno: Jesús, y por eso incluso, tenemos acceso ante el trono de gracia (Hebreos 4:14-16).

Jesús vino a hacer nueva nuestra concepción del sufrimiento. Nunca enseñó que nos esforzáramos por no sufrir, antes bien, que, frente a esa condición ineludible del humano, no temiéramos (que tuviéramos esperanza:), porque Él había vencido al mundo y sus estructuras en las cuales no hay esperanza. Él está por encima del sufrimiento. Por eso, Jesús hizo nueva la concepción de paz, hay una paz que sobre pasa todo lo conocido (Juan 16:33). Una paz que transforma las estructuras de la vida, y que promueve el bienestar integral. Jesús hizo nuevo el papel de los niños, las mujeres, los jóvenes, los ancianos, etc., y la forma cómo concebimos la fe: es una fe real, activa, encarnada, que alcanza para todas las esferas de la realidad humana, aún las más mundanas, como el dinero, la política, la cultura. No que se acomoda, sino que tiene una respuesta, una guía y una novedad transformadora: se depende de él y se comparte para hallar abundancia, se tiene un solo Rey Justo y bueno, y se practica el Shalom de Dios. Jesús fue claro en el tema de la violencia, y rechazó toda clase de esta (Lucas 6:27-32). Jesús rechazó entonces la guerra, los exterminios, los “pueblos elegidos”, porque para ser suyo, hay que ser discípulo del Príncipe de Paz.

Jesús incluso hizo nueva la concepción de “verdad”. Dejó claro y tajante que no existe eso de que hay “muchas verdades” o, como dice la gente, “yo tengo mí verdad” … Claro, todos vemos el mismo fenómeno con los lentes de la interpretación propia. Pero la verdad está ahí. E incluso, para conocer la verdad, Jesús ha hecho nuevas todas las cosas: Él es la Verdad. Su persona, sus enseñanzas, su ministerio, sus palabras son la Verdad. Y no hay más. Por eso, para conocer la verdad que nos hace libres, tenemos que conocerlo a Él, tener una relación con Él, dejarse confrontar por él… No tener una “creencia” nada más, sino un acercamiento a su persona: la Verdad, su misterio, es que es existencial, no puramente racional.

En estos días, también nos preguntamos acerca de nuestra misión en este mundo sufriente y al borde del colapso. Si debemos de hacerla así, o asá, si vamos acá, o no vamos… Pero recordemos que Jesús hace nuevas todas las cosas. Jesús hace nueva constantemente nuestra concepción de misión, de santidad, de espiritualidad, no precisamente sumándonos a las corrientes actuales, ni a las modas religiosas, sino invitándonos a vivir bajo su señorío, todos los días, a pesar de todo, sin desviarnos, sin deformarnos, sin pensar otras formas “más fáciles”, “más adecuadas a lo que creo”, más “pegaditas lo que me conviene.” No en valde, el mismo Señor que dijo amarnos, también dijo: “Quien no toma su cruz, se niega todos los días, y me sigue, no puede ser mí discípulo” (Marcos 8:34).

Jesús hace nuevas todas las cosas. Los verbos son importantes. “Hace”, porque lo está haciendo, es decir, continúa haciendo en el presente, no es un cuento pasado, y por lo tanto, el futuro lo pinta lleno de esperanza. Y eso es lo que precisamente significa este texto: el futuro está trazado por lo que Él hará y seguirá haciendo sin detenerse.

Y en ese proyecto, estamos bien metidos los que creemos que Su futuro es posible.

 

 

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