La crisis del cristianismo institucional y la propuesta de Jesús.

En la foto, Pastores de la Iglesia Cristiana Anabautista Centro Cristiano de Desarrollo para la Comunidad, siendo bendecidos con el aseo de la cocina, después de un ágape. En la foto, Pastores de la Iglesia Cristiana Anabautista Centro Cristiano de Desarrollo para la Comunidad, siendo bendecidos con el aseo de la cocina, después de un ágape.

Ser “cristiano” puede significar muchas cosas. No todas ellas coincidentes, valga la aclaración. Aunque parezca obvio que “cristiano” signifique algo que tenga que ver con Cristo, en la práctica, el entendimiento de esto varía según la cristología, según la forma de entender a Cristo. A veces se toma como un fenómeno, algo que se explica racionalmente. Y otras veces es una cuestión existencial. Es decir, el sentido de ser cristiano es vivencial, antes que una lógica sistemática cerrada, digamos, institucional. En la institucionalidad el ser de las cosas queda encerrado en una verdad ya definida, inapelable, irrefutable, en un dogma. Esto no funciona así en la vía existencial, pues lo que se define como fe se experimenta desde el sentido relacional con el resucitado; con una persona, con un hablante, con el absolutamente-otro, además, encarnado en la historia aún presente a través de su propio ser (el Espíritu) en las vidas de quienes lo experimentan. Dicho de otra forma, es la teología del Camino de Emaús.

Desde este punto de vista, podemos entrar en materia.

Recientemente el Papa Francisco murió. Muchos lo tomaban como un progresista, casi un reformador, un santo. Quizás solo fue un hombre con mucha responsabilidad, líder de un Estado basado en la religión, pero finalmente un Estado. La muerte de un hombre de poder como él siempre plantea una crisis a la institución, porque comienza una discusión, una pugna por saber “quién de ellos será el mayor” (Lucas 22:24), contradiciendo de hecho dos enseñanzas fundamentales del Nuevo Testamento: no ostentar el poder, y la separación de la iglesia y el Estado (Mar. 22:21). Pero el lector podría pensar “qué bueno que no somos católicos”. Sin embargo, es lo mismo dentro del mundo institucional no católico. Se va el líder, dimita, ya no puede más o muere (pastor, secretario, presbítero, intendente…), de todos modos, la institución entra en crisis. ¿Quién nos dirigirá ahora? ¿Quién será el santo Papa ahora? Estas preguntas son humanas, en realidad, sobre cuál es el centro de nuestra autoridad, de nuestra fe.

Recuerde el lector cómo fue la experiencia de los primeros cristianos narrada en el Nuevo Testamento. Al morir Jesús los discípulos también entran en crisis. Sin embargo, no se debaten sobre los dogmas de la institución (que aún no existen). No van a las leyes, ni a los manuales. Se trata enteramente de una experiencia existencial, ya que es el resucitado mismo quien los amalgama: está vivo, es real, ha vencido al mundo. Él es el único externo en el que se puede confiar, con plena autoridad. Y les recuerda una cosa de gran valor: lo que importa es el Espíritu y su presencia en la Comunidad de Discípulos, no los líderes, (de cualquier denominación), ni las instituciones, ni siquiera las denominaciones organizadas bien “democráticamente”; peor sería seguir personas sólo porque son carismáticas, o porque marcan tendencias de moda. Ellos, los discípulos, están llenos todos del Espíritu Santo y, por lo tanto, nadie es el mayor, porque la autoridad está en todos, y más bien, esto significa servicio y amor. “No será así entre ustedes. El que quiera ser el mayor, sea esclavo de sus hermanos…” (Lc. 22:26). “Un mandamiento nuevo les doy, que se amen, cómo yo los he amado” (Juan 13:34).

Sin embargo, escucho en la radio que la pugna sobre el nuevo Papa estará en “si toma un camino más conservador, o sigue lo que Francisco dejó”. Si la institución fuera congruente con el Nuevo Testamento y no con sus dogmas teológicos, entonces esa pregunta sería absurda. Pero la institución es la que tiene que guardar sus propios estatutos, tiene que hacer que sus paredes no se desmoronen. He ahí los conflictos en toda la historia de la iglesia, sigue habiendo cismas por ese tipo de discusión institucional.

Cualquier institución termina por traicionar el fervor revolucionario. Al tratar de conservar “lo verdadero”, se cierra en sí misma. Pero recordemos que 1) Jesús es el viviente en cuya sustancia descansa la Verdad, y como camino, para alcanzarla, hay que transitar por él, esto es, experimentarlo a diario y, 2) este viviente es el creador de todo. Es dinámico, su permanencia en la historia es al mismo tiempo su revolución en justicia y paz, la ética de su reino se practica, se vivencia, se piensa practicando o no se entiende.

No solamente la Iglesia católica, sino todas las instituciones cristianas han pasado exactamente por lo mismo, planteándose si la cuestión de ser un poco más “progresista” o “liberales”. Usted dirá, “no, en mi iglesia no pasa”, pero ¿y los temas de la participación de las mujeres, el divorcio, el uso del dinero, el “éxito empresarial”, la participación en el mundo en esquemas políticos, capitalistas, el maltrato a la naturaleza y semejantes?

Sin embargo, frente a la verdad y práxis del Nuevo Testamento, ¿cómo hacerse la pregunta de si ser liberales o conservadores? ¡Jesús jamás se hizo esa pregunta! Él era, en sustancia, el más radical de todos. La cuestión aquí está en si estamos dispuestos, a romper con los paradigmas institucionales para vivir la radicalidad del Evangelio, o hacernos de la vista gorda y basar nuestra fe en cristologías religiosas, que carecen del Resucitado.

¿Qué significa este sentido existencial de la fe? Servir a los demás, perdonar a los demás, amar a los demás, restaurar a los demás, estar dispuestos a dar la vida por los demás. El pobre, la viuda, el huérfano, los niños, no son tema de debate misional-teológico, un “asunto en la agenda de la iglesia”, son la sustancia de la misión. La vida de Jesús y mejor aún, su realidad en la comunidad de discípulos, no nos deja quedarnos en la duda de si seremos conservadores o si somos si somos más progresistas, liberales. No, al contrario, no debemos tener esas categorías políticas que no superan su dialéctica. Nuestras categorías son la liberación, la justicia, el amor, la paz, la renovación de la mente, la regeneración, la vida, la alegría y la esperanza. Nuestra meta no es una institución con un catecismo acabado, de una teología sistemáticamente cerrada, ni con un esquema de rituales ya hechos, elaborados y comprobados por un sínodo.

Es la teología del camino, es la teología de Emaús, la teología existencial-práctica del Maestro, una ética basada en el amor de Dios, que se hace a diario. En este sentido, aunque existen libros, manuales, textos que nos explican lo que creemos en conjunto, importantes sí, pero no infalibles, en realidad es más importante hacer todos los días el Evangelio de Cristo en la comunidad de los Santos, es decir, nuestras hermenéuticas, nuestras prácticas, nuestras decisiones se dan a la Luz del Espíritu Santo revelado en la comunidad.

Por eso es que la comunidad es el centro de nuestra vida y eso, es de las cosas más radicales que podemos ofrecer al mundo…

La moda en algunos ambientes cristianos, es preguntar, “¿bajo qué cobertura está tu iglesia?” Lo que esa persona quiere que responda es que yo le diga el nombre de mi líder, mi pastor, mi apóstol en turno. Pero esto es ridículo. Las iglesias, las verdaderas iglesias de creyentes que vivencian al Maestro, que lo viven, que lo saborean, que lo palpan en la comunidad, que están en pro de amarse los unos a los otros con la misma calidad de amor del Mesías, estas iglesias están bajo la cobertura del mismísimo Señor, como Cristo también dijo en Juan, están bajo la cobertura del Paracleto y no hay más. Cualquier otra cosa que se sale de esto, es a todas luces idolatría. (Sí, a veces enfermamos al pastor, y a la iglesia con esa idolatría sutil de amar más a la persona carismática que al Jesús Resucitado).

Entonces, no lamentamos más la pérdida de un líder religioso que el que las instituciones religiosas tengan secuestrado el evangelio de Cristo. Y lo que, sobre todo debemos lamentarnos, es que también de pronto nosotros, humanos que somos, buscamos más liderazgos humanos que el señorío de Cristo. Buscamos refugiarnos más en una persona que nos diga que hacer, que trabajar y vivir el evangelio en carne propia, en la comunidad de los santos, en la comunidad de los imperfectos, pero los imperfectos que están en vías de la regeneración.

Por supuesto que por nuestra humana terquedad necesitamos maestros, pastores, etc. Pero estos hermanos como bien dice Santiago, serán juzgados con mayor severidad, severidad que viene a colación porque juntos debemos exhortarnos a amarnos como Cristo nos amó, y desde ese punto de vista, hacer la misión de misericordia que Jesús describe en Mateo 25: “porque tuve hambre, y me diste de comer…”

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