La paz siempre es representada como una palomita llevando una rama de olivo. Según mis no tan arduas investigaciones, este símbolo es bíblico. Aparece en la historia del diluvio y es el símbolo que un arrepentido Dios envía a un casi ya demente Noé y su desesperada familia para anunciarles que las aguas ya han bajado y pueden salir del Arca. Hay diferentes símbolos para la paz que abarcan la grulla de origami, la pipa y la bandera blanca. La paz puede venir en diferentes figuras, pero no cabe duda de que es la que menos “figura” en el panorama actual y sobre todo en nuestros países de América Latina.
¿Pero qué es la paz? ¿Es la paz la ausencia de conflicto? ¿Es la paz, un estado Zen de meditación profunda, dónde nada pasa y todo fluye? ¿O un estado de Mindfulness que nos hace, al estilo de San Francisco de Asís, atraer a todo tipo de animal rastrero, rata de dos patas y todos los despreciados por Paquita la del Barrio, a posarse en nuestros hombros?
Según nuestra tradición anabautista, la Paz está relacionada con el llamado a la no violencia y el pacifismo. Tengo, sin embargo, conflictos con el concepto simplista de esta interpretación. Asumimos que una persona cristiana es pasiva por naturaleza y por lo tanto es “pacifica”. Es decir, no se enoja, no levanta la voz y siempre será la persona más amigable del universo. Hay una pasividad intrínseca en este concepto ante la vida, y situaciones de injusticia a nuestro alrededor. Simplemente, una persona pacífica “no se mete en problemas”. Siempre que escucho estos conceptos, me doy cuenta de que hemos de muchas maneras tergiversado el modelo de Paz de Jesús.
Jesús nunca fue una persona pasiva o un líder carismático. Jesús modela, y habla de la paz, como una cultura y estilo de vida. Una paz que confronta e incómoda, sobre todo cuando hay una injusticia.
Hay dos historias que reflejan esto. La primera es cuando Jesús entra en un templo y confronta a las personas que están ahí solo para vender productos y la siguiente es la del sermón del monte. Jesús, dice que son bienaventurados (y bienaventuradas en mi versión inclusiva) los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos e hijas de Dios (otra vez mi versión). La pregunta más evidente es: ¿por qué tenemos en nuestra mente la imagen de un Jesús (además de muy anglosajón: blanco, ojos azules y rubio) pasivo y muy hippie? Habrá siempre que revisar este concepto en nuestras iglesias, liturgias…y quizás principalmente, en nosotros mismos.
¿Huir de los problemas debería ser considerado una actitud pacifista o una tremenda cobardía? ¿Callar frente a las injusticias es una actitud de sabiduría o una doble moral? ¿Callar cuando pisotean nuestra dignidad o valores para estar bien con todo mundo es una actitud patética o una muestra ferviente de estoicismo? No tengo las repuestas, porque todos los días la paz sigue siendo para mí un ejercicio consciente. Una elección aún en contra de mi propia comodidad. Porque es que la paz no es fácil. Estar en paz consigo mismo no lo es, mucho menos con el otro. Y mucho menos en los contextos en que vivimos.
Actualmente estoy cursando una diplomado sobre Biblia y Derechos Humanos y analizamos un texto de Juan José Tamayo que hablaba acerca de la Paz y Violencia en el cristianismo. Para Tamayo, debemos apelar no al “Dios de los ejércitos”, sino al Dios de la reconciliación, de la compasión y de la vida.
La Paz interesantemente en español se le asigna el género femenino. María Camila Sepúlveda, colombiana, escribió en nuestro curso los siguientes versos cuando nos pidieron describir la paz y a mí me parecieron hermosos. Aquí comparto algunos:
La paz tiene ojos de las madres que no volvieron a ver a sus hijos con vida sino asesinados…
La paz tiene labios de mujer porque por mucho tiempo han sido acallados, pero ahora de ellos brotan la verdad y el clamor de justicia.
La paz tiene voz de mujer negra que canta arrullos de las remembranzas de sus padres, esposos e hijos que fueron desmembrados y lanzados al Atrato.
La paz tiene manos de mujer campesina que teje historias de masacres y desplazamientos, en ciudades que les son ajenas a su vocación agrícola.
La paz tiene pies de mujeres indígenas que se paran firmes en defensa de la vida no humana en los territorios.
La paz debería ser incluida en cada espacio de nuestras vidas, quizás así deje de ser una especie en extinción…
Me encantan estos versos, porque la Paz en su dimensión real es plena e intensa como nuestras mujeres.
En estos momentos de mucha inestabilidad en nuestros países, ¿Me acompañas a hacer una oración por la paz, sobre todo por mi país Nicaragua?:
“Oh Dios, más grande que el cielo, y más intenso que el azul de éste.
A ti elevo mi plegaria: Señor, sálvanos, protégenos de la furia del odio, que ha traído tanto dolor a Nicaragua. Guíanos, señor al camino del encuentro con nuestros hermanos, y hermanas, pero desde el sendero de la justicia. Ayúdame a ser fuerte en medio de tanto dolor, pero también a no dar por sentado la belleza de la simpleza con la que llenas mis días: La sonrisa de mi hija, el compartir de mi vecino, el verde de mi tierra que también pide Paz, que también pide justicia.
“Dale una luz a este pueblo que ama vivir tanto en Nicaragua”
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