Emaús, parte 2: Interpretación y discernimiento, Lucas 24
En el capítulo veinticuatro del evangelio de Lucas, vemos como los dos discípulos malentienden a Dios una y otra vez. Es un relato de identidades confundidas, de no reconocer, de cómo los discípulos fallan en reconocer a Jesús, un relato de su incapacidad de reconocer como Dios se esta moviendo a su alrededor.
Los errores comienzan cuando un grupo de mujeres visita la tumba de Jesús, la encuentran vacía y escuchan las buenas nuevas de los ángeles de que al tercer día Jesús resucitará. Ellas regresan a compartir con los apóstoles — los otros discípulos, incluyendo a Cleofas — las buenas nuevas de resurrección. Las mujeres predican el evangelio, pero los hombres — incluyendo los dos discípulos que están por salir a Emaús — ellos no creen a las mujeres, no aceptan el testimonio de las mujeres. En vez de creer, estos hombres responden con una seguridad arrogante. Como dice Lucas en el versículo once: “Mas a ellos les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían.”
Estos discípulos fallaron al no reconocer a estas mujeres como mensajeras del evangelio, al no confiar en su testimonio. El sexismo siempre ha sido un problema para la iglesia y para nosotros. En este caso, los discípulos son incapaces de ver más allá de sus estereotipos, más allá de sus marcos culturales.
En ese tiempo, el testimonio de mujeres no se permitía en los tribunales; a ellas no se les confiaba con decir la verdad. A los discípulos, las palabras de estas mujeres “parecían locura,” cuentos lleno de exageraciones. No creían que la mujeres pudieran hablar del evangelio, de compartir las buenas nuevas sobre la resurrección de Jesús — no le confiaban la predicación a las mujeres.
Este fue su primer fracaso — no pudieron ver, escuchar las buenas nuevas, recibir el don de gracias, el mensaje de resurrección.
Cleofas y su amigo están caminando y hablando cuando un forastero interrumpe su conversación — y aquí está su segundo fracaso, la segunda vez que no reconocen las buenas nuevas, no reconocen a Jesús, porque Jesús parece y suena como forastero, un inmigrante, un no-ciudadano, alguien que es “otro”, que es diferente.
El etnocentrismo siempre ha sido un reto para la iglesia y para nosotros. Sus raíces se encuentran en su, y nuestra, incapacidad de dar la bienvenida a los de afuera, y no sólo darles la bienvenida, sino aprender de ellos, sentarnos a sus pies, recibir los dones que otros quieren dar, aprender los idiomas de otros. Este fue su segundo fracaso, de no reconocer, fue el fracaso del etnocentrismo.
Ahora, el tercer fracaso. El Señor resucitado y todavía desconocido le dice a Cleofas y su amigo que son “insensatos” y “tardos de corazón” en entender lo que los profetas habían dicho. Los discípulos conocen las escrituras, pero las malentienden. Pueden citar los pasajes correctos, pero no los entienden. Por eso, en el versículo veintisiete vemos que, “comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, [Jesús] les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.”
Este tercer fracaso tiene que ver con la interpretación bíblica, con la manera que leen la Biblia. Este toma el centro de nuestra fe, el núcleo de lo que creemos, como vivimos como cristianos, como discernimos la voluntad de Dios.
Estos dos discípulos en el camino a Emaús conocían las Escrituras y estaban dedicados a ellas. Habían leído la ley y los profetas. Habían orado los salmos. Podían recitar de memoria sus pasajes favoritos. Pero no pueden ver lo que debiera ser obvio: que la Biblia es un lente que les debe ayudar a ver a Jesús, el Jesús que camina con ellos, que les está hablando.
Para eso es la Biblia — para ayudarnos a ver a Jesús. Y los dos discípulos de la historia no pueden ver a Jesús, aun con todo su conocimiento de la Biblia. Nuestras Escrituras son una invitación a ver a Jesús, a conocer a Jesús. Nuestra Biblia nos invita a una relación con Jesús. Pero los dos discípulos han malentendido las Escrituras. A pesar de su interpretación piadosa, su cuidadosa interpretación, le han fallado. La Biblia no les ayudó a ver a Jesús, a reconocerlo. Ni con las Escrituras pueden ver quien está parado delante de ellos.
Este fue su tercer fracaso de reconocimiento, el fracaso de interpretación bíblica, el fracaso que viene cuando rehusamos luchar de nuevo con las Escrituras, pensar y repensar, cambiar de perspectiva, descubrir nuevos significados — este fracaso viene de sentirnos confortables y confiados en nuestra interpretación, con la interpretación que heredamos, con las voces más fuertes en la iglesia y en la sociedad, con lo que han escrito la gente más influyente del pasado.
Veamos un ejemplo en que la Biblia es clara. La enseñanza es clara, pero tenemos que repensar lo que significan estos pasajes. Quiero que consideren los pasajes bíblicos, escritos por el apóstol Pablo, que aprueban la opresión y el racismo.
En Efesios seis, versículo cinco, leemos: “Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de corazón, como a Cristo.” Pablo repite la frase en Colosenses tres, versículo veintidós: “Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios.”
El apóstol Pablo no es el único que escribe de este asunto. En la primera carta de Pedro, capítulo dos, versículo dieciocho, leemos: “Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar.”
Estos mandatos son directos y su intención es clara. Pero nosotros hemos aprendido a repensar el significado obvio de estos pasajes bíblicos. Hemos llegado a creer lo opuesto — ahora creemos que esclavos no deben obedecer as sus amos. La abolición de la esclavitud en los Estados Unidos en el siglo diecinueve nos recuerda que algo que parece claro en las Escrituras nos puede hacer creer que la opresión y el racismo son aceptables.
Hay maneras de leer la Biblia que nos llevan por mal camino y nos alejan del llamado de Dios. No es suficiente conocer las palabras de la Biblia. No basta memorizar los versículos que justifican nuestra posición sobre una cuestión u otra. Eso es lo que hicieron los amos de esclavos en este país y lo que hicieron pastores afirmando desde el púlpito que la Palabra de Dios justificaba la esclavitud. Nuestro conocimiento e interpretación de la Biblia nos puede fallar, especialmente cuando se trata de reconocer y seguir a Jesús. Los dos discípulos de camino a Emaús conocían las Escrituras, pero todavía no reconocieron a Jesús. Pueden citar las Escrituras, pero sin entender.
Necesitan más que las Escrituras. Es fácil malinterpretar la Biblia y usar versículos específicos para lastimarnos los unos a los otros. Es fácil usar la Biblia para justificar nuestros prejuicios, para hablar en contra de nuestros hermanos y hermanas en Cristo, para hablar contra el cuerpo de Cristo. Pero somos todos parte de un mismo cuerpo. Yo soy parte de ustedes, y ustedes son parte de mi, y todos juntos, como menonitas, somos miembros del cuerpo de Cristo y formamos parte de la vida de Dios.
Cuando interpretamos la Biblia, necesitamos ser humildes y buscar la sabiduría de nuestros hermanos y hermanas, porque somos parte unos de los otros, somos parte de la misma vida de Jesús, encontramos la vida de Cristo en nuestras hermanas y hermanos. Necesitamos leer la Biblia juntos, como iglesia, como pueblo de Dios, incluso con hermanos y hermanas con quién estamos en desacuerdo — ellos también son parte de nuestra familia, parte de la iglesia. No nos toca decidir, Dios lo hace. Es su iglesia, no nuestra. Es de Dios, la iglesia del Espíritu Santo, quien nos llama a la comunión unos con otros, quien nos trae al cuerpo de Cristo.
Cuando Hans Denck, un líder anabautista del siglo dieciséis, escribió acerca de la importancia de leer la Biblia juntos y escucharnos los unos a los otros, dijo lo siguiente: “Cuando oyes a tu hermano decir algo que te parece extraño, no discutas con él inmediatamente. Escúchalo para ver si él tiene razón y puedes aceptar su interpretación. Si no lo puedes entender, no lo debes juzgar, y si piensas que él ha hecho un error, considera primero que tú podrás haber hecho un peor error.”
Esto es lo que significa ser anabautista, ser menonita. Nosotros creemos que juntos discernimos la voluntad de Dios. Nos necesitamos los unos a los otros para poder entender la Biblia porque el Espíritu Santo nos habla a través de nuestros hermanos y hermanas. Nos necesitamos los unos a los otros para poder usar la Biblia correctamente — para ayudarnos a ver a Jesús, a reconocerlo, a darle la bienvenida, y a conocerlo.
Isaac Villegas es pastor de Chapel Hill Mennonite Fellowship (N.C.) y es miembro de la Junta Ejecutiva de la Iglesia Menonita de EE. UU. Esta es una adaptación (parte 2 de 4) de sus sermones en la asamblea del la Iglesia Menonita Hispana, verano 2014.
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