This article was originally published by The Mennonite

Reflexionemos… Los ricos también lloran

David Araujo

Lucas 16:19-31

De niño recuerdo una famosa novela mexicana titulada, “Los ricos también lloran”. La famosa novela televisada en muchos países de Latinoamérica se estrenó en el año de 1979, protagonizada por la actriz Verónica Castro y el actor Rogelio Guerra. La novela hizo un excelente trabajo en mostrar la cara completa de los ricos, incluyendo sus vidas opulentas así como sus sufrimientos como seres humanos. Tan buen trabajo hizo esta novela en humanizar a los ricos y poderosos, que los pobres frente a la televisión llegaron a derramar lágrimas por estos pobres ricos que también sufrían por sus muchos problemas… ¡pobrecitos!

Al volver a la realidad, después de esas sesiones noveleras de catarsis, la lástima hacia los ricos rápido se perdía y la gente decía con envidia o admiración, “prefiero tener los problemas de los ricos y no los míos”.

Algo que he notado de estas novelas es que siempre ponen a actores mexicanos de trasfondo europeo – caras blancas sin ningún vestigio de nuestras raíces indígenas. De modo que los Latinoamericanos que han internalizado la opresión española, se identifican con sus raíces indígenas cuando les conviene, y cuando no, él/ella es español por parte de un abuelo o abuela.

El mexicano que logra hacerse rico, de repente ya no es mexicano, es español porque el dinero emblanquece. ¡Qué tristeza tan grande cuando no podemos aceptarnos tal como somos y sentir orgullo de pertenecer tanto a la raza española así como la indígena! – sea esta Azteca, Inca, Maya, Taino o cualquier otra.

Esta realidad de opresión internalizada, es el resultado de más de quinientos años de injusticias por parte de los conquistadores españoles y después por parte de sus descendientes, los ricos y poderosos terratenientes, los hacendados y caciques, que hasta el día de hoy dictan la hegemonía de un México devastado, por lo que la activista social mexicana, Denise Dresser, ha llamado, un capitalismo de cuates, en el cual solo los ricos y bien conectados tienen acceso a las oportunidades de superación y deciden las leyes y reglas que solo a esa clase social benefician.

Un capitalismo en el cual al compadre y buen amigo se le da el puesto solo por tener las conexiones correctas aunque no tenga la experiencia, el conocimiento ni las destrezas para desempeñar el trabajo con que se le ha premiado sin merecerlo.

En Lucas capítulo 16, versículos 19-31, tenemos una parábola en la cual los protagonistas son un hombre rico y un pobre llamado Lázaro. Noten que al rico no se le da nombre, mientras que al pobre sí. Lucas, de los labios de Jesús, nos da detalles sobre la opulencia del rico derrochador. La versión de la Biblia Reina Valera nos dice que este hombre rico se vestía de purpura y de lino fino. Esta es la descripción de la vestimenta de un sumo sacerdote. La túnica de estos costaba entre 30 a 40 dracmas en los tiempos cuando el salario por día de un obrero era 4 dracmas.

Todos los días hacía banquetes con esplendidez. La palabra griega utilizada aquí para banquete, denota platillos y comidas exóticas de los restaurantes más caros. La parábola dice que él hacía estos banquetes todos los días. William Barclay comenta que al hacer eso, este rico Sumo Sacerdote, estaba quebrantando el cuarto mandamiento, el que prohibía el trabajar los sábados.

Además de esto, sabemos que pan caía de la mesa del rico al piso. En esos tiempos y en esa cultura, no existían ni se acostumbraban los cubiertos ni las servilletas. Los ricos se lavaban las manos y las secaban con pedazos de pan que tiraban al piso. Lázaro deseaba poder comer de los desperdicios de la mesa del rico. Lázaro, nombre latín del hebreo, Eleazar, que significa Dios es mi ayuda, era un limosnero cuya condición de salud se había deteriorado al punto que ni siquiera podía ahuyentar a los perros que se le acercaban para lamer las llagas de su cuerpo.

Tal es el escenario actual de ambos hombres hasta que de repente, se voltea la tortilla y el que sufría ahora es consolado y disfruta mientras el que disfrutaba en opulencia ahora es el que se encuentra atormentado. El gran pecado del rico no fue el de haber tenido mucho dinero y posesiones materiales – su pecado fue el de ni siquiera darse cuenta del pobre Lázaro tan necesitado de su ayuda y compasión. El rico había aceptado a Lázaro, no como un ser humano, sino como un algo, parte del escenario a la entrada de su casa.

Los ricos acostumbran ver a los pobres y a los que les sirven como objetos – no personas – con los cuales no se debe cruzar la mirada ni entablar una simple conversación. El pecado del rico fue su inhabilidad de ver el sufrimiento del mundo con compasión y simpatía. Su fría indiferencia hizo que mirara a un hombre enfermo y hambriento y no hiciera nada por ayudarle, teniendo tantas posibilidades de hacerlo. El rico, en ese lugar de tormento, ahora tenía conciencia y por primera vez se preocupa por alguien más que sí mismo. Él le pide al padre Abraham que envié a un mensajero para alertar a sus 5 hermanos de este lugar horrendo para que no sufran el mismo destino. Sin duda, la preocupación del rico es porque sus hermanos también llevaban el mismo estilo de vida que a él le condujo al Seol (infierno).

La petición para sus hermanos es negada rotundamente, porque si ellos tienen la palabra de Dios y ven necesidad, sufrimiento y angustia en otros seres humanos, pero permanecen indiferentes al sufrimiento ajeno, nada los hará cambiar. Ni los muertos vueltos a la vida, ni profetas, ni ángeles podrán despertar en sus hermanos la compasión que produce acción a favor de los necesitados. Es una aterradora alerta, que el pecado del rico no fue el haber hecho algo mal, sino su pecado fue el no haber hecho nada – esto fue lo que lo llevó al tormento del infierno.

Es un grave pecado ante Dios cuando sus hijos practican una pobre mayordomía de lo mucho o poco que Dios haya encomendado en sus manos; sea esto material, intelectual o espiritual. De manera tal parece ser que, de nuestra buena mayordomía depende nuestra salvación. La famosa escritora estadounidense sorda y ciega, Helen Keller, a mediados del siglo 20 dijo lo siguiente sobre la indiferencia que existe en los corazones de mucha gente. “La ciencia ha logrado encontrar curas para muchos males; pero no ha encontrado un remedio para el peor de todos los males – la apatía de los seres humanos”.

¿Dónde estamos nosotros en este respecto, como individuos y como iglesia? No necesitamos ser ricos para ser apáticos, solo necesitamos preocuparnos por nosotros mismos y nada más. ¿Nos importa lo que le sucede a nuestros vecinos y hermanos lo suficiente como para compartir el Cristo que vive en mí y que ha sido respuesta a nuestras necesidades? Definitivamente, Lázaro no vendrá a recordárnoslo…

David Araujo es pastor de la Iglesia Menonita del Buen Pastor en Goshen, Indiana. 

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