Este artículo es un eco de un episodio especial del pódcast Un Momento de Anabautismo, publicado en mayo, donde se conversa con el hermano Gilberto Flores. Más que una entrevista, es un viaje entrañable por la memoria, la fe y la esperanza. Gilberto no es solo pastor, teólogo práctico y educador. Es también hijo de uno de los primeros pastores evangélicos de El Salvador, nacido en 1945, testigo de un siglo turbulento, sembrador de vida comunitaria y luz para tantas generaciones. Su caminar de más de cinco décadas en el servicio de la iglesia es un testimonio vivo de una fe encarnada, tejida con manos latinoamericanas.
Una historia tejida desde el Sur Global
El corazón de Gilberto fue tocado desde joven por un pequeño libro que hablaba de Los revolucionarios de la Reforma radical. No era solo historia: era un espejo. En aquellas páginas encontró resonancias con el testimonio de su padre, y con ello, una conexión profunda con aquellos “rebeldes” espirituales del siglo XVI que soñaban con una iglesia distinta, centrada en Jesús. Así comenzó un viaje que no ha terminado, una búsqueda que ha dado fruto en comunidades vivas, en pueblos sencillos, en historias marcadas por dolor y dignidad.
Hoy, a medio milenio del surgimiento del anabautismo, Gilberto nos anima a no ver ese legado como reliquia, sino como semilla: una semilla que, si se cuida con amor y se planta en tierra buena, sigue brotando esperanza. Su visión de una espiritualidad “jesusiana” —como él mismo la llama— nos recuerda que ser radical no es gritar más fuerte, sino ir más hondo. Volver a Jesús. Volver al centro. Volver a la comunidad.
¿Qué nos ha legado el anabautismo?
En esa conversación, serena y apasionada a la vez, Gilberto desgranó cinco pilares que la Reforma radical dejó sembrados en América Latina, y que siguen floreciendo en nuestras tierras:
- Una espiritualidad centrada en Jesús, donde el Cristo encarnado es el latido del corazón cristiano.
- Una fe que se vive en la calle, en el campo, en la casa… sin depender de estructuras, templos ni ornamentos.
- Una iglesia que es comunidad, no empresa. Capaz de ser pobre sin dejar de ser rica en fraternidad.
- Una pastoral que acompaña, que escucha, que se sienta a la par, sin aires de superioridad.
- Una vocación permanente de anunciar un evangelio que toca la carne de la vida y la transforma desde lo más profundo.
Muchas iglesias, aunque no lleven el nombre “anabautista”, respiran este espíritu. Desde el rechazo al bautismo infantil hasta la centralidad del discipulado y la vida comunitaria, el legado sigue latiendo, aunque a veces no se nombre.
Aprendizajes desde la comunidad
Uno de los pasajes más conmovedores del episodio es cuando Gilberto recuerda su llegada, con su esposa y su hijita recién nacida, a una comunidad indígena. No podían pagarle, le dijeron. Algunos ni siquiera sabían leer. Su fe estaba trenzada con creencias locales, con intuiciones profundas y también con confusión.
Allí, donde otros habrían visto escasez, él encontró dos lecciones eternas:
Primero, que la teología sin conexión con la vida es solo eco vacío.
Y segundo, que para transformar de verdad, hay que atreverse a desaprender.
Ese momento despertó en él una pasión por la teología práctica y la eclesiología contextual. Aprendió que la iglesia no necesita adornos culturales ni muros protectores. Basta con volver a lo esencial. Como lo dice The Naked Anabaptist, la iglesia es más hermosa cuando está desnuda de poder y vestida de amor.
Ser radical hoy: volver a la raíz
Hubo otro día inolvidable. Un domingo, soldados armados bloqueaban la entrada del templo porque el presidente asistiría al culto. Gilberto se negó a predicar mientras hubiera armas en la casa de Dios. El presidente cedió, pero lo citó días después para una conversación tensa.
Años más tarde, ya fuera del poder, ese mismo presidente fue invitado a cenar a su casa. Allí, en la mesa sencilla, se arrodilló y pidió perdón. Gilberto también se arrodilló. Y dijo: “Eso es ser radical: ir a la raíz, incluso cuando uno tiene razón”.
Radicalidad no es violencia. No es grito ni dogma. Es humildad. Es coherencia. Es caminar con Jesús hasta donde duela, sin atajos.
Aportes desde América Latina al anabautismo global
América Latina ha regalado al anabautismo global al menos dos tesoros profundos:
- La resiliencia frente a la globalización, la pobreza y la violencia, sin soltar la esperanza.
- La capacidad de reinterpretar el anabautismo desde nuestras culturas vivas, con sus sabores, sus heridas y su belleza.
Aquí, la fe ha sobrevivido sin grandes estructuras ni presupuestos. Ha sobrevivido por la fuerza del encuentro, por la calidez del diálogo, por la claridad de una convicción que no necesita imponerse para ser verdadera. Como dice Gilberto, “para dialogar verdaderamente con otras confesiones, hay que ser un anabautista convencido”. Solo quien conoce bien sus raíces puede abrirse al otro sin perderse.
Hoy, hay metodistas anabautistas, pentecostales anabautistas… hasta “menocostales”, como bromea un amigo suyo. No se trata de uniformar, sino de encarnar. De ser iglesia con radicalidad, humildad y comunidad.
A los 500 años, el llamado sigue
Cinco siglos después, el anabautismo sigue llamándonos. No a repetir fórmulas, sino a volver al Nuevo Testamento. A esa comunidad sencilla que discernía su fe entre pan compartido, diálogo y compromiso concreto. En palabras de Gilberto: “el evangelio anabautista florece más fácilmente en comunidades orgánicas, donde hay cohesión social. En contextos individualistas, cuesta más… pero no es imposible”.
Ese legado está vivo. En cada comunidad que ama, que sirve, que sigue a Jesús con pasos firmes y corazón abierto. Ese legado es, todavía, nuestra mayor esperanza.
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