¡Comparte, comparte y comparte!

En la foto: Hermanos de la comunidad de San Bartolomé Tlaltelulco, en Metepec EDO. MEX, MEX, hacen un trueque solidario, para combatir la desigualdad, el consumismo y para compartir con todos. Se trata de traer cosas limpias y en buen estado, y quien las necesite, las puede tomar para su uso. Una forma de buscar la justicia, la misericordia y fomentar la ecología En la foto: Hermanos de la comunidad de San Bartolomé Tlaltelulco, en Metepec EDO. MEX, MEX, hacen un trueque solidario, para combatir la desigualdad, el consumismo y para compartir con todos. Se trata de traer cosas limpias y en buen estado, y quien las necesite, las puede tomar para su uso. Una forma de buscar la justicia, la misericordia y fomentar la ecología

Violencia, robos, secuestros, pandillas, mercancía robada o de muy mala calidad; un día te despiertas y ya no tiene llantas tu auto; gobiernos de derecha, futbol, cocacola al por mayor pero eso sí: refrigerador vacío, si es que tienes uno; cárceles llenas, sistemas penales inhumanos; narcotráfico, robo de gasolina y hasta secuestro de mascotas; muertos por todos lados como el pan de cada día; tarjetas de crédito vencidas, cuentas sin pagar a Copel o Elektra, fuga de connacionales cada vez más al norte, arriesgando la vida en búsqueda de un sueño que termina cayendo de La Bestia incontables veces. Todo esto síntoma de una pobreza creciente a medida que las exigencias del capitalismo inundan nuestros países latinoamericanos.

Además, acrecentado por la pandemia se nos vino una ola de desempleo, que nos forzó al autoempleo, o a trabajos mal pagados o eventuales. Y qué decir de la creciente influencia de la economía globalizada en países ya de por sí empobrecidos, cuyo mayor efecto es una inflación que no termina. El efecto del precio del dólar, la devaluación de las monedas, los precios ridículos de los medicamentos y todo lo relacionado con el COVID, y por si fuera poco, una guerra que hace que suba el petróleo y todo va de mal en peor. Cada vez somos más pobres, como si viviéramos en medio de una gran peste.

Esto último me hace recordar las enseñanzas del hermano Juan Stam: los jinetes del Apocalipsis (Cap. 6) han de interpretarse como esa peste económica que produce muerte. 1) El corazón del hombre en constante rebeldía ante Dios, inclinado a la perversa acción de dominar a su prójimo, recorre el mundo como imperialismo, expansionismo, hegemonía política, etc. (V.2); 2) La consecuencia lógica del imperialismo es la guerra, la violencia, el conflicto armado (V.4); 3) Sigue por supuesto, la injusticia económica y el hambre. “Aumenta el precio de la canasta básica, pero no se tocan los artículos lujosos”: la lógica del dominio descansa en el empobrecimiento de muchos y el enriquecimiento de pocos (V.6) y, finalmente; 4) la muerte, que mata con toda clase de pestes (v.8), una sindemia. 

No parecería locura decir que nos tocó vivir una especie de peste económica que viene acompañada de enfermedad. Enfermedad física y social. Enfermedad psicológica y enfermedad social. Y todo porque, en efecto, no hay qué comer.

¿Qué hace la iglesia de Cristo en medio de la peste? En su mayoría, las iglesias anabautistas en México y Centroamérica están compuestas por gente pobre, de escasos recursos, humilde; de obreros o de comerciantes informales, madres solteras, ancianos, ancianas y jóvenes sin familia. Claro, el evangelio del Reino es para los pobres. ¡Gloria a Dios! Sin embargo, la pregunta sigue en el aire: ¿cómo responde la comunidad ante tanta pobreza?

¿Cómo hacer que nuestros hombres no se nos vayan al norte, y que las mujeres no se queden solas con toda la carga de cuidar de la familia? ¿Cómo responder ante las enfermedades, el hambre, la pobreza, y la peste materialista?

Respondiendo a esa pregunta, he escuchado al menos dos posibilidades: 1) Hay que trabajar, para generar dinero, porque si no, ¿cómo vamos a ayudar?, y; 2) No se necesita dinero para ayudar. Sólo se necesita el Espíritu Santo.

Pero lo cierto es que quizás necesitamos una pizca de un lado y mucho del otro. Gracias a Dios que nuestro Maestro nos mostró cuál es la alternativa y de distintas formas nos fue conduciendo a una enseñanza que es en suma radical. En este artículo sólo presentaremos una pequeña parte, algo que quizás al menos nos hará recordar lo que debemos hacer, puesto que es un pasaje que hemos leído y releído.

En Marcos 6:30-44, Jesús nos muestra de forma tan sencilla y radical qué hacer cuando estamos viviendo en medio de esa dialéctica apocalíptica de peste tras peste. Dice la Escritura que muchos iban y venían, pues tal era la multitud que quería un algo de Jesús. Él representaba una esperanza hasta ahora lejos de una realidad sumida en la pobreza material, ¡Dios los había visitado y se hacían milagros entre los desposeídos de la tierra! Incluso dice que “se le revolvieron sus entrañas al verlos, porque eran como ovejas que no tiene pastor” (V. 34 BTX). Y sucede que, como muchos hacemos, los discípulos le dicen que despache a la gente, porque no alcanza, no hay suficiente dinero para alimentar a todo mundo. Nuestros recursos son escasos, ¡sí!, ¿cómo habremos de solventar tanta necesidad? Las ofrendas de la iglesia apenas alcanzan para solventar tan poco, y al parecer nos rebasan las necesidades de los hermanos. Pero la compasión del Señor, se muestra también en su enseñanza, tan simple y a la vez tan rica:

  1. ¿Con qué cuenta la comunidad? Ojo, no con qué cuenta para compartir en petit comité, sino con qué cuenta la comunidad para hacer milagros (V.38). ¿Con poco? ¡Es suficiente!
  2. Aprendan a organizarse en grupos pequeños, en comunidades o familias grandes, donde será más fácil aprender y gozar del privilegio de ser servidos (V.39). Lo masivo es para otro momento. Las pequeñas células siempre han fomentado la comunidad, el compañerismo; y no, no se trata de cerrarse, sino al contrario, de reproducir lo que a continuación pasará.
  3. Jesús toma el pan y el pescado y alzando los ojos, lo parte y lo reparte (V. 41). Ambas cosas representan el fruto del trabajo, el fruto del esfuerzo, el fruto del sudor del día a día: el pan, como las tortillas o las pupusas, necesario, básico, no puede fallar; el pescado más al alcance de ese esfuerzo, como el arroz o los frijoles. Estamos acostumbrados a generar para los nuestros, a ver primero por lo propio. Pero Jesús bendice estos pequeños recursos: este fruto del trabajo representa la vida que Dios da, la bendición de lo material para el cuerpo que depende de Él y a Él son ofrendados en el acto milagroso de la misericordia, del servicio y del mayor acto revolucionario para un mundo egoísta: el compartir sin esperar nada a cambio.
  4. ¿Cuál es el resultado? No niego que, en efecto, todo se multiplicó de forma tan milagrosa, como cuando a nuestros convivios entran de todos lados y no sabemos ni cómo alcanzó la comida, ¡sí! Pero también sucede algo que muchos han llamado “milagro económico”: la gente, que de seguro trae su “guardadito”, al mirar el acto de desprendimiento del Señor, de compartir aún lo poco que tiene, vacío por completo de egoísmo, sin una pizca de “se me acaba si comparto esto único que tengo”, también comparte. El pecado del egoísmo queda destrozado, porque al final se recoge un número simbólico: el Reino de Dios hace justicia a todos, y si creíamos que la realidad nos rebasa, juntando fuerzas bajo la bendición de un Dios misericordioso, el milagro acontece. Porque nuestra economía tampoco es de este mundo. ¡Una economía del Reino SIEMPRE alcanza para todos!

Al respecto diremos: se comienza repartiendo lo que se posee, sea mucho o poco; porque siempre hay algo que compartir, incluso si se está completamente desposeído, porque nos queda la vida y la esperanza. Por eso podemos decir que Dios bendice a todo el mundo, nunca se parte de cero. Por tanto, no se necesita tener dinero para comenzar la misión, pero si tienes recursos, ¡qué maravilla, podrás compartir más, sin esperar recibir nada a cambio (Lc. 6:35)!

Lo que sí es necesario es el Espíritu Santo, actuando en nuestras vidas de tal forma que podamos reconocer el milagro de poseerlo todo en Él, a medida que Su amor nos convenza de despojarnos de lo que tenemos, y así, amarnos como él nos amó (Jn. 13:34-36).

Por eso en un mundo injusto, para nosotros “justicia” deja de ser ganar-ganar, de dar para luego recibir, o de dar a cada cual lo que le corresponda. No, “justicia” en el Reino de Dios es dar sin esperar nada a cambio. Aquí se destruye la lógica de los jinetes del apocalipsis, porque el arma para combatirla es la misericordia. Qué justicia tan revolucionaria, tan verdadera, tan extraordinaria.

La misericordia nos arroja como resultado la realización de la utopía (en el sentido de Esperanza que ya casi es, pero aún no), la puesta en marcha inalienable de practicar el amor, de servir al otro, de valorar y dignificar la vida; de hallar contentamiento, de saber qué hacer en la abundancia y en la escasez, de saber valorar la Vida y no lo material, porque la vida es el fin y lo material un medio que se destruye con la polilla y el hollín.

En resumen, con algo tan simple como compartir y con algo tan complejo como amar, podemos hacerle frente a cosas terribles, como la pobreza y la peste… ¡qué el Señor nos ayude a hacer las cosas a su modo, y no al nuestro!

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