Creo que debemos hablar de pecado en épocas postmodernas… Estás, donde todo se puede, todo se vale, nada se reflexiona, todo se asume como verdad. Tan solo con abrir cualquier red social, se da uno cuenta que el mundo es cada vez más absurdo, embrutecido por un pecado que se promueve como algo normal, cotidiano, sin mayores consecuencias. Violencias, abusos, intolerancias, indignantes formas de violentar el cuerpo, hipocresías geopolíticas, religiosas, morales; cristianos que se suman al mundo, transformándose a él para no parecer intolerantes, para que el mundo los reconozca, contrario a lo que el apóstol nos enseña (1ª Juan 4:5-6), cuando se supone que el mundo debería transformarse a nosotros, no al revés.
Pero, ¿cómo, en efecto, no hablar de pecado sin ser intolerante, mocho o religioso? Decía un amigo, “¡oh, pastor! ¡Todo es malo!”, cuando me contaba de sus borracheras y yo expresaba mi desaprobación, sin, como es común, hacerlo ver cómo un héroe que por azar del destino llegó a su casa. Y ahora se dice que, como fuimos una sociedad intolerante, ya nada es malo, todo se puede, todo se permite, todo aquello que una religión patriarcal de ultraderecha condenó, ahora es bueno, justo y hasta necesario. Necesario librarse de ese malestar en la cultura que es la religión, lo mocho, lo moralino. Vive la vida sin consecuencias, al fin, tu existencia es solo tuya.
Pero no nos confundamos. No todo es malo, pero lo bueno, ¡ah qué difícil! Diría Kant, lo bueno, tendría que ser válido para todo mundo (pensando en la regla de oro): un acto racional con pretensión de universalidad. No a todos les gusta, porque no puedes obligar a nadie a ser como tú, pero sí demostrar con tus acciones lo que es bueno, agradable y perfecto (Rom 8:1), lo cual sin duda se trata de ética pura. Entonces, ¿cómo identificar el pecado? ¿Aquello que no es ético? Sin duda, porque de lo contrario sería una praxis a seguir, el bien universal. ¿Algo moral? Sí, lo es, o puede serlo, pues lo moral se basa en reglas o sistemas de creencias, no necesariamente universales.
Tendríamos que decir que, si algo es ético, tiene pretensión de universalidad y, hablando estrictamente de conducta, solo tiene sentido si es relacional. Es decir, es intersubjetivo, o como diría Rawls, es la búsqueda necesaria de una razonabilidad (el descubrimiento de principios éticos universales en cualquier creencia, como “no matarás”. Para nosotros sería, como dice Pablo la ley natural que Dios puso en nosotros. Rom. 2:15).
En este sentido, el pecado es antiético, pero puede ser moral, al estar de acuerdo con un sistema de creencias no necesariamente universales. Se cierra en sí mismo. Es el yo supremo. Es decir, es anti-relacional, pero reclama que otros lo acepten, no porque sea válido, sino porque busca imponerse a como dé lugar. En otras palabras, promueve la tan temida intolerancia. El pecado destruye las relaciones Dios-yo, Dios-tú, tú-yo, yo-nosotros, nosotros-mundo, naturaleza, etc. O más fácil: si no estás de acuerdo con lo que todo mundo cree (falacia add populum), entonces, eres un intolerante. Por ejemplo, ¿debo reconocer, necesariamente por mor del add populum, el lenguaje inclusivo? ¿Tiene esto pretensión de universalidad? Si caes en la trampa, es decir, si te aferras a tu creencia y luchas violentamente, entonces te conviertes en intolerante (todo girará en torno a otra falacia, add homimen, pero nunca irá en búsqueda de la universalidad de algún principio ético liberador). Sin embargo, si aplicas la ética, amar a tu prójimo como a ti mismo, no ocurrirá esto, aunque no por eso sufrirás violencia (add hominem). Pero si esto pasa, habrás de demostrar con tus actos otro principio ético: “bienaventurados los pacificadores, los que sufren por mi causa…” (Mt. 5). Las acciones éticas te hacen demostrar de forma no violenta la violencia ajena y los esquemas lógicos, aparentemente tolerantes, que están de fondo. Es, como dice Dussel, un principio analéctico[1], que cruza toda lógica y la transforma con vías a la (verdadera) liberación humana, metanoia.
Si sabemos y practicamos esto, ¿dónde está realmente el problema con la religión? Quizá que en su propio centro es una moral. Es decir, hay una cosa que se nos heredó del catolicismo y luego el protestantismo clásico: el sistema pecado-culpa-perdón. Pecas, te sientes culpable, pides perdón (haces promesas, lloras en los cultos de ministración, etc.) pero tu vida no cambia, o lo hace lentísimo (desgraciado de mi… Rom 7:24-25). Luego, pecas peor, te culpas peor, pides perdón de todas formas, y así, una triada maldita. Mea culpa. Es el sistema sacramental donde no hay una praxis de liberación y, por tanto, una ética del cambio, de la transformación, sino un eterno ir y venir de expiaciones y rituales que no transforman la vida[2].
Pero para el anabautismo esto no es así. Desde sus inicios (re)descubrió el concepto de regeneración, incluido en el Nuevo Testamento como una de las enseñanzas más importantes, radicales y centrales de Jesús. “Arrepentíos, porque el Reino ha llegado (Marcos 1:15)”. Incluía la metanoía: la completa transformación, el completo cambio, la completa renuncia a un sistema moral inservible[3]. Concepto que posteriormente fue entendido como regeneración (Mt. 19:28, Tito 3:5). Es decir: pecas, eres redargüido por el Espíritu, te arrepientes, renuncias, mueres al pecado, caminas en la regeneración, siempre adelante, (2 Cor. 2:7, 2 Cor. 2:18). ¿Es verdaderamente posible? En la misma carta de Juan queda claro que sí, por el Espíritu que se nos ha dado (1 Juan 4:13). Esto rompe con la triada maldita para siempre. “Hijitos, os escribo esto para que no pequéis….”.
Ahora bien. Decíamos que el pecado es anti-relacional. En su lógica, al reducir el yo-en-relación-a-Otro al yo-en-relación-a-mi fomenta el desarrollo de una antiética, es decir, el desplazamiento de principios universales por la creación de morales a modo. El yo es el objeto de adoración, el ídolo por antonomasia, lo que define el mundo. Nunca antes la subjetividad estuvo tan divinizada. Al menos con Descartes la situación era: “pienso, luego existo”. Ahora es: “creo, o quiero, luego no importa si existe, para mi sí”. En otras palabras, somos la sociedad del fetichismo, y sí, suena feo, pero somos la sociedad del autoerotismo.
Sé que no es fácil decirlo en un mundo donde batallamos constantemente con la multiformidad que toma el pecado. Sin embargo, en el fondo es lo mismo: se promueve la maldad, se es perverso, se está de acuerdo con lo propio, mientras el yo sea exaltado, mientras exista el autoerotismo, sentirse la razón de ser, continuará la sutil batalla (batalla que ahora tiene algoritmos bien complejos de su lado); pero a los cristianos se nos pide no quebrarnos, ni deformarnos, ni transformarnos al mundo. Justamente para eso se nos ha dado su Espíritu, para andar en Luz, como Él está en Luz, y tener comunión unos con otros, y la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado (1 Jn. 1:7); o sea: revelar lo que está mal, ser alternativa, construir la paz y romper con el endiosamiento del yo al ser comunidad alternativa, distinta, del Reino, purificada con la muerte del resucitado.
Por eso debemos hablar de pecado. Porque si decimos que no pecamos, le hacemos mentiroso. Sin embargo, no se trata de vivir con la culpa, sino de buscar la regeneración siendo alternativa de arrepentimiento para salvación integral de la realidad humana. Sin duda esto nos lleva a pensar que, como seguimos en el mundo, aunque no somos del mundo, tendremos que enfrentar el sufrimiento que le produce el pecado al mundo, por un lado, pero por el otro, librarnos, guardarnos de los ídolos del yo (1 Juan 5:21) …
Hoy el enorme ídolo del Yo se autoconfigura como desea sin consecuencias éticas. No se puede generalizar, claro, pero -problematizando el asunto y a modo de ejemplo-, gran parte de la razón de existencia postmoderna de tantos géneros, tendrá que ver más con el fetichismo (el culto al yo), el autoerotismo, la relación única-conceptual con el sí mismo que con la liberación, y la libertad. Es decir: no es que se transforme ontológicamente el yo mediante el lenguaje, sino que desde la subjetividad se crea un micro mundo puramente conceptual. ¿Cómo destruye esto las relaciones con los otros? He ahí el problema: si no estás dentro de mi moral (totalidad), eres pasto de la intolerancia.
Pero nosotros, los que andamos en luz, la mayor defensa que tenemos contra la intolerancia es la mansedumbre de Cristo y una fe activa que con acciones, demuestra su fe (Sant. 2:18), y convence con el amor como su mayor argumento.
Hay quienes se sientan como bichos raros al no dejarse influenciar por los ídolos modernos. Sufren, batallan, buscan la regeneración, insisten en que otros descubran la libertad -el bien universal, la ética- de Cristo, no imponiendo nada, sino amando de verdad y bien. Siendo justos, no ingenuos, sin deformarse por el pecado.
A estos, Juan les escribe: “Hijitos (…) os estoy escribiendo porque sois fuertes, y la Palabra de Dios permanece en vosotros y, habéis vencido al maligno…” (1 Juan 2:11-17).
[1] O sea, dialéctico es el diálogo entre tesis y antítesis, hasta encontrar una síntesis (que posiblemente no llegue). La ana-léctica, atraviesa ese proceso hasta volverse metafísica. Es decir, nos conduce hacia lo Otro, fuera del sistema: a la vida, al amor al prójimo, al Encarnado que es nuestro modelo a seguir. Crf. Dussel, E., Filosofía de la liberación, S XXI.
[2] Por eso quedó claro en Hebreos que el sacrificio expiatorio debía ser cambiado de una vez para siempre, en un único, diferente y verdadero sacrificio vicario. Heb. 10:12.
[3] Los sistemas morales se presentan siempre novedosos, pero pronto, o se traicionan o queda claro que es otra formulación más de una dialéctica que no se supera. Están desgastados en sí mismos. La tradición judía era precisamente eso.
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