En esta nueva serie sobre arte y fe invito a los y las lectoras a ver, sentir y vivir el arte como un medio encarnacional “que puede revelar verdades acerca de nuestro mundo, desentrañando nuestra experiencia de una forma que es inaccesible a las proposiciones y a los libros de texto” (Smith 2022, 35). No quiero participar de la lógica mercantilista que ve en el arte una forma de obtener alguna “utilidad”. No busco “enganchar” al lector para luego rematar en una “moraleja cristiana”. En muchas de nuestras Iglesias se ha tratado al arte como una herramienta más para lograr el “verdadero fin” que sería evangelizar, reduciendo así el poder transformador y transgresor que tiene el arte para entrenar nuestra mirada, nuestros deseos y reconectar con la belleza. En palabras de John Milbank: “Los fideísmos o fundamentalismos siempre degradan notablemente la imaginación, o se entusiasman con lo kitsch, porque reducen los revelata a suposiciones fácticas y la teología a unas pocas deducciones racionales simples y rígidas de esas suposiciones” (Milbank 2011,174). Dejemos que el arte opere con toda su fuerza en nuestros cuerpos e imaginemos y toquemos esos otros mundos posibles. Sumerjámonos en las dimensiones creativas de la poética (poiesis, proceso creativo), que como dice Mayra Rivera “concierne no solo a las obras de arte, sino también a nuevas formas de ser” (Rivera 2017, 757). En pocas palabras esta es una invitación a entendernos como seres deseantes que somos formados fundamentalmente por lo que amamos.
Para esta primera entrada presentamos a Alex Maldonado Lizardi:
Alex es de Toa Baja, Puerto Rico. Miembro de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Puerto Rico y cooperante en misión de Ministerios Globales en EEUU. Actualmente está trabajando como profesional en el área de Memoria histórica, derechos humanos e incidencia política en Justapaz (Colombia). Es esposo de Xiomara y papá de K (su gatita).
Sobre perros y piedras
En la playa hay perros con hambre
que mastican las piedras en la orilla.
El agua llega, desaparece;
las rocas se quedan quietas,
incrustadas en la arena del Pacífico.
Pasan avionetas,
barcazas precisas con cien vagones
y cargamentos;
pequeños pesqueros de la madrugada
entre los mangles, los pájaros y los peces.
A veces alzan la vista
a lo que habita el cielo.
El perro atiende a la piedra;
la piedra alimenta al perro.
Ya no buscan las manos de sus amos
cuando tiran cosas al mar
y el agua está brava.
La gracia es saber hastiarse
del menosprecio de los soberbios
en trajes de baño.
Guardar la pena en los ojos
y alzar la vista a lo que habita el suelo.
Las manos de Dios
no son las manos de los señores
las manos de Dios son solo para la arena
los perros y las piedras.
Un boceto para el salmo 125
Eran sobre 7-10 mecánicos
sobre la hierba,
bocarriba,
con los brazos sobre los ojos
bajo los eucaliptos
de los talleres del aeropuerto.
Se veían
al cruzar la autopista El Dorado.
Empleados tranquilos
con las bolsas del almuerzo
ahora sin hambre.
Ya no tienen arroz
ni papas
ni pollo
ni guisos de ayer
en los envases plásticos.
Hoy están todos tirados
entre las hojas secas
y orines de insectos.
Nuestras acciones
duran menos
que nuestros objetos.
Ni el oficio pertenece al mercado
ni la labor estima
la actividad humana.
¿Cuándo cambia algo
nuestra pereza?
La vida puede ser grande
sin grandes gestos[1].
Detrás de todos los esfuerzos
lo útil para la vida es breve,
como un arándano,
o como los jugos del almuerzo;
como los pájaros
como los lirios,
calmados
y cercados por montañas.
Es justo comer
y justo dormir
cansados de todo,
y por nada.
Somos monedas perdidas en una casa
o los cabros que encontramos,
finalmente,
abrevando
por el río del monte,
cruzando los robles.
Son filósofos nutridos
por sopa de convento[2]
para que no prevalezcan
cetros impíos
sobre el rumor del sueño;
para que nunca los justos
extiendan sus manos
hacia la maldad.
Confían,
inconmovibles.
Son montañas proverbiales
para las hormigas
aún cuando la flor del limonero
no sale
y los plátanos caen
con el ventarrón.
No extienden sus manos
a la maldad de los cetros
y ahí están
sobre la grama
y los eucaliptos.
[1] Tomado de un cuento de Alice Munro.
[2] Versos de Antonio Machado, «A orillas del Duero», en Campos de Castilla.
* Poemas publicados con el permiso del autor bajo la iniciativa Living Psalms de la United Church of Christ de los EEUU
Bibliografía:
Bingemer, M., Lefebvre, S., Borgman, E., & Babić, M. (2017). CONCILIUM. Revista internacional de Teología.
Milbank, J. (2011). El pensamiento de John Milbank. Editorial Nuevo Inicio.
Smith, J. A. (2022). ¿Quién le teme al posmodernismo? Llevarse a Derrida, Lyotard y a Foucault a la Iglesia. Editorial Nuevo Inicio.
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