La paz es como una manzana que quita el hambre

¿Qué es la paz? No es, sin duda, sólo hablar de (auto)confort, de tener todas las necesidades cubiertas, de paz mental y espiritual, de ese misticismo moderno de yoga, olores bonitos y ondas binaurales. O como dicen algunos “mantras modernos”, cuando el sujeto en cuestión tiene crisis existencial, de sólo repetir “estoy bien, me siento bien, y así me voy a quedar”.

¿Qué es la paz? En estas épocas de distintas guerras fácticas, mediáticas o económicas, la paz incluye el cese de los conflictos, pero es más que acuerdos (amenazas) internacionales.

La paz es mucho más que palabras en este artículo. La paz es práxis del amor, constante, cotidiana; la esencia del cristiano.

Como anabautistas, a veces sentimos orgullo cuando decimos que nuestra iglesia ha luchado por la paz. Y es verdad. Pero a veces pienso que la iglesia, la iglesia anabautista, ha perdido el sentido original de la paz, influenciada por esas corrientes espiritualistas postmodernas, que hablan sólo de la paz psicologista del yo, un egocentrismo hedonista, sin tomar en cuenta el evangelio: la paz llega cuando se ama al otro, pero no en el sentido religioso de los mandamientos mosáicos, porque desde Jesús, el sentido es más radical: amar como Jesús amó (Juan 13:34).

Entonces, ¿qué es la paz como Dios la plantea? Hay ciertos amantes del Antiguo Testamento que les encanta tener una lectura sesgada para justificar la ideología, entre otras, de la defensa justa (el uso justificado de la violencia contra el malo[1]). Pero, sin duda, desde los inicios del loco proyecto de Dios de formarse un pueblo alternativo, podemos ver cómo la idea siempre tuvo como base la justicia. Así podemos ver varios pasajes donde Dios revela la importancia de construir situaciones históricas que lentamente conducen a la paz. Esto es, al Shalom de Dios. Por ejemplo: Lev. 25 (el año de la Gracia, donde se reinicia el sistema socio-económico evitando la acumulación injusta, la esclavitud, el abuso de la producción de la tierra), Oseas 6:6 (donde el Señor recuerda que se trata de practicar la misericordia-justicia, y no de actos litúrgico-religiosos), Isaías 9 (donde se declara uno de los nombres más extraordinarios del Mesías, porque ese nombre explicita lo crucial de su papel: Príncipe de la Paz, quien establecerá la justicia), Salmo 85 (especialmente el versículo 10, que conjunta justicia y paz en una hermosa comunión del Shalom), el maravilloso Isaías 65:17-24 (donde Dios expone una verdad escatológica: la consecuencia final de la restauración de todo),  entre otros. Vaya, parece que la paz no era la espada o “ir a conquistar la tierra”. No tiene nada que ver con declarar, con arrebatar, y lenguajes semejantes. Tiene que ver con el culto que le saca sonrisas a YHWH: ¡misericordia!

Entonces, ¿qué es la paz como Jesús la desglosa? Porque al parecer entre la historia de la formación de un, hasta cierto punto, necesario nacionalismo judío, se perdió el sentido de la idea original del Shalom. Pero Jesús retoma esta esencia del ministerio mesiánico en el Sermón del Monte (Mateo 5), donde los bienaventurados, es decir, los que gozan de la alegría de la gracia de Dios, aún sin merecerlo, son los que procuran la paz. Y Paz, sin duda, es el proyecto total del Reino de Dios.

En el libro Seguir a Jesús[2], de Paul Lederach, (que no debe faltar en nuestra bibliotecas personales), el hermano nos hace un breve, pero excelente recorrido sobre lo que el Shalom significa: una totalidad renovada, restaurada, acciones que conllevan justicia, reconciliación, liberación, renovación. La paz es el resultado de Seguir a Cristo en la vida. Pero esta paz, dice el hermano en su libro, implica todas y cada una de las esferas de la vida. No es el ego moderno, no es olorcitos y musiquitas; lo es todo. Es la transformación divina para un mundo caído, es decir, es la respuesta de Dios ante un sistema de pecado y muerte.

Sigue siendo, y será un tema pertinente para momentos en donde las injusticias sociales y políticas, las opresiones, pandemias, etc., dejan a la luz un sistema que destruye todo lo que toca.

Pero así como Jesús enseñó con parábolas, creo que resulta más sencillo entenderlo si nosotros hacemos eco a este modelo de enseñanza. Para ayudarnos a pensar desde nuestras realidades lo que nos hace falta para alcanzar el Shalom de Dios.

Comparto con ustedes dos anécdotas, contadas por dos pastores de comunidades marginales en México, urbana y semiurbana, respectivamente:

En la Escuelita Bíblica de Vacaciones, a la hora del refrigerio, los niños (muy pobres) le dan una mordida a su pedazo de pastel y lo demás lo reservan: “Se lo llevo a mi abuelita, es para mi mamá, para mi hermanita”. Eso significa hacer doble pastel para dar doble porción y hacer más extensiva la alegría.

Entonces se nos ocurre una parábola: “El Reino de los cielos se parece a los cocineros, que hicieron un pastel más grande de lo normal para aumentar la alegría. Y todos alcanzaron y hasta sobraron doce pedazos. El que tenga lengua para saborear que saboree”.

Al otro día, la maestra pregunta: “¿Que es la paz? ¿A qué se parece?”  Y Santi, un chiquito de ocho años que llegó con su disfraz de cebra responde: “Es como una manzana, porque quita el hambre”. Quien tenga oídos para oír, que oiga.

En efecto: no hay Shalom si hay hambre. ¿Cómo habrá paz sin justicia? ¿Cómo llegar a la tan anhelada paz espiritual con la panza vacía? Es una burla querer tener una sociedad pacífica si hacen falta manzanas para quitar el hambre. Santi sabe que sin justicia social no habrá paz (Shalom).

Un día, un muchacho dijo, compartiendo a la hora de la hermenéutica comunitaria, que uno de los retos que enfrentaba su iglesia era el capitalismo, a lo que el pastor dijo, “sí, el capitalismo como sistema económico de pecado, de injustica, ha permeado incluso en su iglesia”. Otros hermanos complementaron: “también el comunismo y el socialismo”. El pastor, un hombre de más de 60 años, amorosamente dijo: “en nuestro país no ha habido otro sistema que el capitalismo. El socialismo ya no existe y el comunismo real nunca lo ha sido…”. Antes de esperar más reacciones, comentó: pero el sistema económico del Reino de Dios ahí está. Siempre ha estado ahí, desde Levítico, tan radical y tan difícil que nosotros hemos preferido no hacerle caso y sumarnos -por comodidad- al capitalismo. Porque a ninguno de nosotros nos va a gustar dejar nuestras casas, lo que con tanto trabajo hemos hecho, para compartirlo con el prójimo, ¿verdad? Hermanos: el sistema económico del Reino de Dios está ahí, otra cosa es que no queramos hacerle caso, y es sin duda más radical que cualquier otro.”.

No se necesita teorizar mucho: sin justicia, no hay Shalom. O el Shalom es justicia, como bien lo dice Santiago 3:18. ¡Bienaventurados los que procuran la paz, porque serán llamados Hijos de Dios! Es decir, bienaventurados los que luchan, construyen, cuidan y procuran la paz, porque sus frutos serán la justicia, el amor, la paz y el gozo. Enfrentarán los embates diabólicos del siglo presente, y saldrán alegremente vencedores sin usar si siquiera el lenguaje de la guerra. Los símbolos de estos locos serán una paloma, un burrito, un cordero (¡cuánto poder hay en lo que estos símbolos significan para un sistema injusto, violento, opresivo!). Su victoria será una humana comunión en justicia, una revolución de la historia, lenta, pero efectiva.

Claro, no es miel sobre hojuelas. ¡Estamos todavía tan lejos! Pero ya lo vemos. Lo tenemos que ver. Debemos obligarnos al Shalom.

Desde levítico hasta Jesús: La idea era mucho más radical. Pero en efecto, nosotros lo hemos disfrazado de piadoso trabajo evangelístico. ¡Pero servir las mesas (Hechos 6) no es una cosa sencilla! ¡Es la invitación evangelística a la justa y alegre mesa del Shalom! Sin embargo, las injusticias económicas permean la iglesia hoy. No hay Shalom completo si uno de nosotros tiene hambre.

Por eso el Shalom de Dios, esa paz que sobrepasa todo entendimiento es un proyecto completo, que incluye cada campo y esfera de la vida. El Reino de Dios, Su shalom, se puede saborear, sí, en la sencillez de una mesa que comparte con amor todo lo que tiene. Sin importar si recibe algo a cambio.

Rodrigo Pedroza.

 

Foto: Pixabay

[1] Al respecto, y para comprender un poco más porqué esa lectura es errónea, recomendamos “Los Genocidios en la Biblia”, de nuestro hermano Dionisio Byler.

[2] Si no lo tienes, lo puedes conseguir aquí https://www.amazon.com/-/es/Juan-Pablo-Lederach/dp/B00FKR4D7Y

Sign up to our newsletter for important updates and news!