Porque no luchamos contra carne y hueso, sino contra potestades que dominan el aire. (Cfr. Ef. 6-2 VRV).
Sucedió el 26 de septiembre de 2014, en el Estado de Guerrero, México: la suma, la síntesis de toda la corrupción de más de 70 años de un poder dictatorial, de ultraderecha, gerontocrático. 43 estudiantes que esperaban participar en protestas en la Ciudad de México son privados de su libertad, secuestrados, desaparecidos, y muy probablemente, asesinados de forma vil y perversa por el mismo Estado que horas después se lavó cínicamente las manos.
Supongamos que esto está ocurriendo ahora.
¿Cómo reacciona, qué piensa su iglesia al respecto de los problemas sociales? Muchos restaron importancia al hecho, arguyendo, “que se lo habían buscado por revoltosos”. ¡Cuánto dolor hay en el corazón cuando, en el contexto eclesial, se dice también semejante cosa! Situaciones sociales como esta son reflejo de la ausencia del Reino de Dios en el mundo. Las desapariciones forzadas, la tortura y el asesinato no son, por definición, voluntarias. No se puede generalizar, pero es común que las iglesias de corte “espiritual(oide)” reaccionen de forma negativa ante los acontecimientos sociales. Lo digo entre comillas, porque, siendo sinceros, entendemos este término más desde Agustín (y este de Platón) que desde el Nuevo Testamento. Lo cual nos permitiría pensar desde la cosmovisión de un ser completo, integral, no dualizado en cuerpo-alma. Los problemas sociales son altamente espirituales, así como Jesús mostró en todo su ministerio.
En el mundo anabautista, amplio y diverso, encontramos resistencias a lo social. Pero también está el otro lado, donde se conciben los problemas sociales como parte importante de la misión en el mundo. Si bien es necesario un sano equilibro, no podemos borrar de nuestra eclesiología que los problemas que hay fuera de la iglesia son el campo de nuestra misión, si no, ¿qué significa “ministerio de la reconciliación”? Así funciona la teología de los dos reinos: el Reino de Dios opuesto al reino del mundo, en donde la iglesia hace misión trastocando las estructuras diabólicas, llevando el Evangelio del Mesías hasta el extremo, y de esta manera “contamina”, enferma, avanza transformando al mundo, y no al revés. Al menos en teoría. Porque como dijo un hermano: el problema es que a veces el mundo impacta la iglesia, y la iglesia se ajusta, se de-forma al mundo olvidando que es al revés: la iglesia debe transformar este siglo, y el venidero también. Hasta que lleguemos a ese estado escatológico que prepara la venida del Rey.
La iglesia no debe cerrarse ante las terribles noticias que se viven a diario. Cada país tiene sus bemoles. En México hay desapariciones. En Centroamérica, en toda Latinoamérica hay desapariciones. Mujeres, jóvenes, niños. ¿Cómo puede brindar la iglesia esperanza ante realidades tan crudas? (Maras, la mano de U.S.A. en los gobiernos de izquierda, bloqueos económicos, gobiernos de ultraderecha asociados con el narco y un largo etc.).
Pero siempre hay esperanza. Esperanza y resistencia. Sí, porque la vida que Dios creo se resiste a fundirse con la desesperanza, y busca sembrar en paz, para cosechar la justicia. He tenido la dicha de conocer a personas, que, literalmente, andan en la zanja buscando restos, y con ello justicia y paz.
Una de ellas resulta que, junto a su esposo, somos amigos y compañeros del camino. Les comparto una parte pequeñita de su trabajo. Su nombre es Sandra Márquez Olvera, de la comunidad Anabautista del Camino, en Morelos, México, quien se ha interesado en el tema y lleva 4 años trabajando en él, en su tesis de doctorado, cuyo eje central es el acompañamiento psicosocial a víctimas de desaparición.
Una de las estudiantes de la universidad desapareció en 2012. Y a partir de ahí, en el área de psicología de la Universidad de Morelos, se comenzó un programa de acompañamiento a las víctimas y luego (2017) a los colectivos, creado el primero por la mamá de la chica desaparecida, junto con otras mamás buscadoras. La cruda realidad de años de silencio comenzó a tener nombre y apellido.
El acompañamiento contempla el estar con las mamás buscadoras, confortarles, pero también aprender de ellas. “Ciencia y fe se juntan en esta labor”, dice Sandra. En este año se llevó a cabo la Sexta Brigada nacional de búsqueda de personas desaparecidas. En esta brigada hay un eje de iglesias. Iglesias de todos las confesiones, protestantes y no protestantes. No importa el apellido, si lo queremos decir de algún modo.
“Es un redescubrir la fe”, porque todo el que quiere acompañar el colectivo es bienvenido. “Es una señal muy bonita del Reino de Dios, que, en medio de nuestras diferencias, podemos unirnos por cosas que importan más: buscar la justicia y la verdad”.
¿Hacer algo así, “entrarle al ruedo”, es congruente con la fe? Algo que Sandra ha encontrado es que en todas las denominaciones hay personas que ven el evangelio más allá que el espacio eclesial. “Somos iglesia y somos cuerpo, sin importar donde estamos”. Católicos, anglicanos, con la iglesia del pacto, del séptimo día… “¡ha sido una aventura”, dice, “entender el Evangelio y a Dios en la cruda realidad!”, porque estas situaciones rebasan nuestra percepción de justicia y paz, “es decir, nos reta a comprenderlas desde nuevas dimensiones. Y nuestra fe es lo que da sentido”.
Algo que es notorio es que se trata en su mayoría de mujeres buscadoras con una fe muy grande. La fe es la que las sostiene en el horror cotidiano de no saber dónde están sus familiares. “Y aunque muchos no van a una iglesia, es importante que la Iglesia vaya a ellos”. El Evangelio se muestra en el camino, no es en los templos. “Al Señor es al que más le importa que encontremos a los desaparecidos, Él también los está buscando”, me comparte mi amiga.
¿Cómo toma esto la comunidad de fe? Parte de aterrizar nuestra hermenéutica comunitaria, “es poder aterrizar el evangelio en el contexto social. Mi comunidad está sumada. Hemos invitado a otros hermanos que se han sumado. La comunidad se contagia: donando, llevando cena, colaborando con recursos. Dimos fuerza, y no sólo alimentamos, sino dimos abrazos”. Cabe mencionar que en esta brigada se encontraron 10 lugares donde había restos humanos e indicios para encontrar a 5 personas vivas. “Se rasca la tierra para encontrar vida. Encontrar los restos humanos, para las buscadoras, es encontrar vida. No son un expediente más. Ellas ven la historia”, en la memoria del que ya no está. Es un reto. Es esperanza. Es un dolor profundo donde hay un sentido mayor. “Un campo de exterminio, que ellas convierten en un lugar sagrado, de vida”.
Sin duda se trata de una cuestión altamente espiritual. Ante la gran impunidad que hay en el país, es luchar, creo yo, contra las potestades que dominan el aire. “No alcanza al Estado para resolver el asunto, pero hay una esperanza en la fuerza de las personas, civil, iglesias y gente disidente. Aquí encuentran una forma de servir y abrir camino”. No es sólo una cuestión social, esto tiene un sentido profundamente espiritual, “porque cuando buscas a una persona te enfrentas a la muerte, a la trata de personas, a la esclavitud y explotación humana, es decir, a una de las peores manifestaciones de la deshumanización”, del pecado, pues. Por eso, “debemos responder con lo contrario: vida, humanidad, fraternidad. Ahí es donde se vuelve espiritual, porque nos ayuda a conectarnos con Dios y nos reta como iglesia. La iglesia necesita atender y enfrenar el dolor”. La violencia es un tema que debe abrirse. Porque incluso en las iglesias hay gente desaparecida. La iglesia está para sanidad de las naciones, no para hacerse con “ojos de hormiga”.
Afortunadamente la iglesia anabautista del centro de México ha respondido con recursos y voluntariado… ¡pero hay tanto camino por recorrer! Nadie sobra, “faltan manos y corazones”. “Aunque podemos acercarnos y ser interpelados por quienes buscan, es muy difícil comprender la experiencia” de a quien le han arrebatado a alguien, “es un duelo constante, no hay algo que pueda cerrarlo. Es un estrés constante”. ¿Qué se puede hacer o decir ante un dolor tan grande? “A veces, sólo estar ahí, ante un dolor que no cesará hasta encontrar la verdad”. Dolor y esperanza se mezclan. ¡Venga, Señor, tu sanidad!
La iglesia anabautista fue una iglesia perseguida y torturada, y también desaparecida. Y ahora en este sentido, al enfrentarnos a estos temas, nosotros debemos estar con los que están siendo perseguidos, torturados, desaparecidos. Maldad, muerte y opresión son contarios a “justicia, paz y gozo” del Reino, y mucho menos tendrán que ver con amor y reconciliación. Sin embargo, es en la llaga donde la iglesia debe poner su aceite y rogar, junto a Jesús, que venga el Reino. Que hagamos el Reino, aquí y ahora.
¿Cuántas más mujeres hay a la espera del milagro de la viuda de Naín? Quizá su esperanza sólo está en saber la verdad, y en el consuelo que un abrazo, que encarna el amor de Cristo, les puede dar. Un abrazo, en el seno fraterno de la comunidad de fe.
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