Necesitamos ser “hombres buenos”

En el marco del día internacional del hombre.

19 de noviembre, día internacional del hombre. Convivo con varias mujeres y en diferentes contextos escucho y leo constantemente emociones encontradas al dedicar un día para el hombre, porque, en una sociedad cimentada bajo estructuras patriarcales, “todos los días son días del hombre”. Claro, por costumbre o cultura, se reconoce al hombre, es decir, a la persona del género masculino, más que a su contraparte femenina en casi todos los espacios. Y aunque eso está cambiando poco a poco, dadas las constantes luchas de las mujeres por acceder o recuperar espacios, de todos modos persiste dicha actitud.

Incluso en las iglesias, se reconoce más al hombre que a la mujer. Quizás por nuestras lecturas sesgadas de algunos pasajes paulinos con poco análisis exegético o con lecturas literalistas, o por que no nos dejamos transformar por el Espíritu de Cristo, la cosa es que aún en la iglesia se da el tema.

Pero en medio de todo este trabajo por construir una iglesia radicalmente distinta a los prototipos sociales (más apegada al Reino de Dios), nos debemos preguntar, ¿qué significa ser hombre? Será acaso que, en efecto, como ser hombres “es bien fácil”, ¿está de más dedicar un día a los hombres? Pero es menester preguntarnos sobre la realidad de la masculinidad, y todos los mitos que hay en torno a la construcción de ser hombres y cómo los aplicamos a nuestra vida comunitaria.

Por ejemplo, las estadísticas del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, México, nos muestran una alarmante realidad. Más del 50% de suicidios en México son de hombres entre los 15 y 29 años de edad. Soledad, depresión con riesgo suicida, personas con otra orientación sexual, entre otras, son los síntomas de una pandemia silenciosa. Las estadísticas han mostrado que en los últimos años esto ha ido en aumento.

¿Qué enfrentan los hombres? Por supuesto que, lectoras, no estamos disculpando estructuras machistas, ni mucho menos. Sin embargo, vale preguntarse, ¿qué cargas la sociedad ha impuesto en los hombres? Los suicidios no ocurren porque sí. Las enfermedades emocionales o psiquiátricas no vienen, como todas las enfermedades, porque sí. Existe un deterioro de algo, una causa, una explicación. Ya sea del escenario social, o del ecosistema donde se vive[1], pero siempre hay una razón. Si bien últimamente el dedo en el renglón se ha puesto en los derechos de la mujer (que sí es justificada crítica deconstructiva de sistemas patriarcales), hay que luchar por clarificar aquellos impuesto modelos opresivos e identidades ficticias que distan de una sana masculinidad al estilo del hombre que todos los hombres cristianos debemos seguir: Jesús de Nazaret, el máximo –y único- modelo de Hombre Bueno.

Por ejemplo. Los hombres son fuertes, no muestran su dolor. Los verdaderos “hombres machos alfa lomos plateados (sic)” no se echan para atrás, se emborrachan hasta morir, no van al médico, ¿para qué?; oprimen a la esposa, no se meten en cosas de los hijos, pueden tener todas las mujeres que quieran, la ternura no es parte de su vida, y un largo etc., donde la vulnerabilidad queda de lado, y por consiguiente las luchas y tentaciones no confesadas y no trabajadas generan enfermedades, pecado y muerte.

Además de todo, el esquema capitalista en donde nos movemos, donde la fuerza productiva de los hombres queda reducida al valor del producto, no a su tiempo vida, influye en el autoestima del que sólo sirve en tanto el patrón paga, que es proveedor de un hogar, al que no importa si descansa o no. ¿A qué hora disfruta la vida un hombre que vive para el trabajo? ¡Disfrutar la vida, qué lejos estamos de eso! Aunado a eso, la falta de modelos de ternura paternales extendidísimos en las familias latinas, el excesivo “machismo femenino[2]”, el bombardeo de productos, diría Freud, dirigidos a las pulsiones masculinas, le quitan el sentido a la vida.  ¿Es “bien fácil ser hombre”? Lo masculino está subsumido a una estructura en el que el pecado ha permeado de muchas formas, algunas sutiles, otras cínicas, y la masculinidad real, es decir, liberada, queda oprimida. El ser del hombre es un producto de una sociedad indolente, creadora de patriarcados, opresiones y hasta de actitudes criminales, normalizando todo lo anterior.

Pero los discípulos del Mesías reconocemos que la cosa es distinta. Sabemos, si es que verdaderamente seguimos al Señor, que ser hombres, hombres buenos como Él lo es, está lejos de ser exclusivamente lo socialmente aceptado (o normalizado). Algunos vivimos luchando constantemente con las realidades que oprimen una vida emocionalmente saludable, buscando la liberación de esquemas que no permiten desarrollar nuestro ser de forma integral. Pero necesitamos explicitar las estructuras opresivas de pecado con las que, como dice Pablo, estamos luchando por hacer morir en nosotros, a modo que quede el hombre nuevo, que es regenerado a la forma del Mesías.

Es decir, un hombre bueno, liberado, tendrá que ver con el rompimiento de modelos generacionales tan arraigados a nuestras costumbres. La tan ansiada heroicidad de un hombre, su virilidad, tendría que estar del lado de buscar transformarse en un hombre santificado, y el resultado de esto es un hombre saludable, que produce la dinámica salud-salvación de los que le rodean. No en seguir justificando aquellas cuestiones de las pulsiones, aquellas actitudes naturales propias de la testosterona. Ser hombres saludables tendría que ver con reconstruirnos completamente, -social, emocional, sexualmente, etc.- a la medida del Varón Perfecto, el cual también, como Verdadero Hombre, sufrió nuestras tentaciones, ¡sólo que Él jamás pecó!

Usted piense: ¿qué le puede llevar a jóvenes entre 15 y 29 años perder el sentido de la vida? ¡Si esa es la edad más increíble de todas! Es el sinsentido de la vida. Pero, ¿cómo responder positivamente, si entre los mismos hombres carecemos de modelos de esperanza? Es decir, no de coaches emocionales, charlatanes de la felicidad, discursos absurdos en predicaciones donde somos “guerreros de luz”, pero no cambianos nuestras estructuras de pecado, sino de hombres que saben vivir la alegría de la vida. Alegría como esperanza de vida, como modelo para sobreponerse al sinsentido de una forma creativa. “Alegría” tomada en el sentido que, a pesar de las frustraciones de la vida, algo nos mantiene a flote.

Es decir, a nuestra masculinidad tendríamos que añadirle el ingrediente del gozo del Señor, lo que significaría parecernos a Él, justamente rompiendo con los modelos que generacionalmente traemos. Es decir, nosotros también tenemos que deconstruir la masculinidad, cosa harto difícil en la sociedad que impide que expresemos nuestras emociones, porque conlleva a exponer nuestra vulnerabilidad… Caray, ¡qué lejos estamos de eso! Sin embargo, no es imposible. Jesús es El Modelo por definición, y su autoridad como ningún otro maestro, la obtuvo porque a su ministerio añadió ternura con los niños, amor para con sus discípulos y discípulas, límites claros y justos con su familia, la sociedad, la autoridad política y religiosa. No temió expresar sus emociones, su Espíritu libre mostró algo que tanto nos hace falta: amor. Real. Encarnado. Concreto.

Todo esto implica que, como discípulo de género masculino, puedes ser modelo para tus hijos varones cuando les enseñas que el respeto y el amor son la base de una comunidad justa, cuando les enseñas que está bien llorar, y expresar enojos y emociones de forma correcta y asertiva; cuando amás de tal forma, que ni entras en esos términos postmodernos de “masculinidades frágiles” (tu virilidad sabe amar, llorar, enternecer, no temes al miedo, porque sabes que dependes de Él, estás a gusto con ser hombre, hombre bueno); cuando les enseñas a tus hijas lo importante que son, que serán, y trabajas en su autoestima como si en ello se te fuera la vida; cuando eres justo con tus empleados y practicas la empatía con los prójimos; cuando eres solidario con tus compañeros y no un lobo rapaz; cuando rechazas los patriarcados y estás de acuerdo en construir el Reino, donde ya no hay varón y hembra, porque todos somos uno en CristoCuando te dejas transformar, en suma, de gloria en gloria a la imagen del Hombre Verdadero. Entonces comenzamos a formular otros modelos que deconstruyen patriarcalismos indolentes, exclusivistas, injustos, violentos; comienzas, a hacer consciencia de tu propia situación de injusticia, para de ahí plantear tu liberación[3]. Esto, nos dice Dussell[4], planteará esquema de liberación en un modelo que acarreará la justicia fraternal (amor al próximo); erótica en cuanto a relaciones justas con tu esposa; pedagógica en tanto enseñamos a nuestros hijos que son proyecto futuro: son ellos el semillero de una situación nueva, de modelos nuevos, de hombres nuevos.

Suena lindo, pero, a modo de acercar un poquito más la utopía, digamos que ser hombre bueno es saber amar con ternura y bien, sin el exceso o la pusilanimidad, como el Mesías lo hizo, porque, definitivamente, estamos mandados a amar como Él amó, enfrentándonos con valentía a los esquemas impuestos y ficticios de la economía, la cultura y el poder. Es llorar y reír a carcajadas (sin necesidad de desinhibirse con alcohol); es esforzarse por no ser un padre ausente, es amar a la esposa  con el justo esfuerzo del trabajo tanto con escoba y trapeador, alentando proyectos y esfuerzos juntos; es acompañar solidariamente a los otros…

Es ser un hombre bueno, a la usanza del único que lo ha logrado: Jesús el Mesías.

 

 


[1] Es decir, geografías con niveles altos de contaminación química, auditiva, visual, de radiofrecuencias, etc; social, cultural… Estructuras de pecado, etc.

[2] Es decir: las propias mujeres fomentan a los niños desde pequeños las estructuras patriarcales en la cultura latinoamericana.

[3] Freire, Pedagogía del Oprimido, S. XXI Editores.

[4] Dussel, E. Filosofía de la liberación, S. XXI Editores.

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