Pero es Misión que no discrimina

En la foto, jefes supremos de la etnia Tlahuica, Mex, grupo indigena a punto de desaparecer, principalmente, por la discriminación. Foto propia En la foto, jefes supremos de la etnia Tlahuica, Mex, grupo indigena a punto de desaparecer, principalmente, por la discriminación. Foto propia

Por cuestiones de mi trabajo, esta semana tuve la oportunidad de estar en varias comunidades originarias de la región donde vivo, comunidades indígenas con usos y costumbres ancestrales, y pude ser testigo de cómo celebran sus festividades religiosas, en específico, del agradecimiento por un ciclo agrícola nuevo. Entre otras cosas, debemos decir que son pueblos en resistencia, que, después de la conquista hace más de 500 años, siguen sobreviviendo conservando -al borde de la desaparición- sus traiciones, tanto como su lengua, aunque algunas están a punto de extinguirse. Y al extinguirse, se irá con ello toda la riqueza cultural contenida en ella.

Esto hace pensar en cómo fue la conquista: no solo un acto violento armado, con miras al exterminio del otro, el diferente (el que ocupaba las tierras reclamadas por el Rey de España), sino la imposición de una identidad donde la religión jugó un papel importante. La cruz y la espada iban juntas. Cuando la espada falló, la cruz, una cruz inventada por el poder dominador, hizo lo suyo imponiendo una identidad extraña en “el indio”. Como resultado, tenemos un sincretismo donde el sentido de pertenencia está en la mezcla entre lo ancestral y lo religioso.

En estos días escuchamos varias cosas: que de niños las maestras les pegaban si los sorprendían hablando su lengua. Que no son un “asunto” indígena, que es preciso cuidar la tierra, que muchos jóvenes ya no quieren pertenecer a la comunidad por vergüenza, por discriminación, en realidad. En pleno siglo XXI, los estragos de una conquista “cristiana”, siguen presentes en heridas profundas. En este siglo, es un tema recurrente el “blanqueamiento” de las identidades, poniendo “lo feo”, en el rostro oscuro. Lo originario no vende.

¿Qué tiene que ver esto con la iglesia? Me pongo a pensar en cómo concebimos la misión en los contextos diferentes en donde desenvolvemos nuestras eclesiologías. Es fácil criticar una conquista religiosa desde nuestro concebirnos no-católico. Sin embargo, la conquista católica tuvo que asimilar al otro en el mestizaje, mientras que la conquista protestante (Inglaterra), eliminó casi por completo al otro. Aunque hubo sus honrosas excepciones, al final se quiso imponer una identidad ajena al “indio”, en lugar de procurar su conversión, la transformación mediante el evangelio de Jesús de la realidad. Al no comprender su cosmovisión, se negó de un plumazo su identidad, y se le quiso imponer otra. Como dije, hubo honrosas excepciones, como algunos experimentos franciscanos y jesuitas, mismos que fracasaron porque, entre otras cosas, ponían al “indio” a la altura del europeo.

Es triste como aún ahora, en esta identidad inventada en la que vivimos, no hemos roto con un “blanqueamiento” de lo que es bueno. Incluso en las iglesias, los modos anglosajones siguen marcando el paso. ¿A qué me refiero? He sido testigo de algunas denominaciones donde se busca más la imagen -comercial, a la moda occidental- que el sentido de comunidad. El pobre, la viuda y el huérfano simplemente no existen, no son más importantes que “la paz mental” y el “éxito en los negocios”, no se ven indígenas entre los congregantes, por supuesto. No caben. Afortunadamente nuestras eclesiologías anabautistas no son así de extremas, pero de pronto tambaleamos. Algunas comunidades dejan de ser comunidades y buscan parecerse más al estilo anglosajón, con música bien producida, bonitos templos, cultocentrismos y negación de la crudeza circundante, en lugar de nutrirse de la cultura donde se hace misión. Cuidado, las iglesias de la ciudad no deben olvidar que el cristianismo es fundamentalmente periférico, o fracasará en su misión transformadora.

Tampoco se está diciendo que uno se transforme completamente al entorno, porque Pablo enseña que no nos conformemos con el siglo presente (Rom. 12:2), sino que más bien, analicemos todo y retengamos lo bueno (Tes. 5:21). Es decir: debemos saber leer el entorno para poder discernir nuestra misión desde lo que Dios ya puso en las personas, antes que llegara el conquistador. Por ejemplo. Estos pueblos son comunitarios, no piensan en el “yo”, sino en el “nosotros”. Como dice Hechos 4, algunos incluso tienen todo en común. Respetan la naturaleza como algo sagrado, como dice el Génesis, porque la creación es algo bueno en sí misma, los ancianos son valorados y su organización ante el crimen organizado es loable, como quien le cuida la espalda al hermano todo el tiempo. La gratitud por el fruto de la tierra es algo fundamental, y la dependencia de lo que para ellos es Dios, es innegable: de él dependen la lluvia y el buen temporal. Son muchas las similitudes de las que podríamos partir para entablar un diálogo con nuestro prójimo que devenga en su conversión. En donde también el que predica es transformado: ha mirado al otro tal como es, ha aprendido de él. Dios usa ambas partes en el proceso de conversión. El pobre y el afligido también tienen mucho que enseñarnos sobre la vida, como Pedro, que tuvo que aprender que el otro, Cornelio, era también un ser humano hecho a la imagen de Dios.

Ahora bien, no todo es miel sobre hojuelas, porque hay mucho alcohol, idolatría y muchas veces, se fomenta la desigualdad entre hombres y mujeres, aunque en muchas comunidades la mujer ha logrado un papel diferente. Pero esto no amerita una “conquista del otro”, sino un caminar discipular con él, ¿qué podemos aprender juntos? A todos nos ha llamado Dios a buscar el Reino y su justicia (Lucas 12:31). Esto supone un caminar restaurador donde no se fomenta una identidad impuesta, sino una donde se reconozca la comunión como objeto del amor inmerecido de Dios, un amor que no discrimina, que entiende la lengua, la cultura y sana las historias, que busca la restauración de la naturaleza, etc. Y esto funciona no solo con los pueblos segregados, sino con cada contexto discriminado. Jesús lo mostró varias veces: el que es tratado con dignidad es restaurado, y está listo para irse y no pecar más (Juan 8:11).

¿Cómo entonces hace misión la iglesia en los contextos tan diversos? El anabautismo, o parte de él, entendió que “nosotros no podemos matar a aquellos por los que Cristo ya murió”. En este sentido, debemos hacer misión con el otro para que viva, y no matarlo antes de que se pueda convertir. Matarlo no es solo el acto fáctico de asesinar, sino se puede matar a alguien simplemente con discriminarlo. Por eso Jesús tocó, dialogó, abrazó, comió con el segregado. No importa la situación de este otro: pobre, enfermo, violento, desesperado, divorciado, gay, punk, drogadicto, reguetonero, macho, hembrista, ladrón, mentiroso. Si es de una etnia, si no cree lo que nosotros creemos. Jesús anduvo con pura gente que al principio no creía nada de lo que él le decía, pero aún así, los amó hasta el extremo (Juan 13:1), y ese es el punto. No es la cruz y la espada. El cristiano verdadero no “conquista la tierra”, sino que, como muestra el ejemplo del cuidado y respeto del indígena, sale a sembrar y espera que la semilla crezca en buena tierra. Solo así podremos entender el contexto y hacer el evangelio entendible: “el Reino de Dios, se parece a una parcela de habas, que el campesino sembró y cuidó, aun resistiendo el invierno, y cuando llegó el tiempo, recogió con alegría una gran cosecha”, “el Reino de Dios se parece a la milpa, donde se siembra maíz, frijol y calabaza que crecen juntos. Aunque son diferentes, se ayudan a dar buenos frutos”.

Jesús conocía su contexto perfectamente y he ahí la calidad de su enseñanza. Pablo sabía griego, hebreo, había leído a algunos filósofos, entre otras cosas. Decíamos incluso que Pedro tuvo que aprender de un romano que Dios lo había hecho todo bueno. La comunidad de Antioquía pudo aceptar un ex asesino. Ninguno de ellos quiso conquistar al otro, sino aprender un estilo de amor que transforma la realidad de forma entendible y asimilable para los diferentes. Es imperante que aprendamos a caminar con el otro, el diferente, para poder expresar correctamente aquellas parábolas de vida, o traducir a términos entendibles las que ya conocemos. Pero no sólo eso. Dejarnos transformar también, porque en la misión, Cristo habla a través del discípulo y no solo por el maestro.

La conquista hizo mucho daño tanto a pueblos originarios como a nosotros, los mestizos. Nos quiso convencer de que el europeo o el anglosajón son lo bueno y lo demás lo malo. Sin embargo, el amor de Cristo alcanza para hacer de ambos pueblos uno solo (Ef. 2:14). Para que no existan diferencias entre judíos o griegos (Gal 3:20), es decir, entre los diferentes. Nuestra misión jamás ha sido un acto violento discriminador, blanqueador de identidades, u oscurecedor de rostros, sino un trabajo que entiende el lenguaje del diferente, y junto con una comunidad que se encarna en su contexto, encuentra formas de hacer misión que fomentan la paz, la justicia y el amor.

Que Dios nos permita resistir al pecado de la discriminación.

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