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Tratando de entender las primeras comunidades cristianas aludidas en el Nuevo Testamento, observamos que Dios ha puesto líderes en la iglesia; personas a cargo de la dirección y guía del pueblo, basados en la obediencia a las instrucciones que Jesucristo dejara para estas comunidades. A la vez, me llama poderosamente la atención de cuan vulnerable es el ser humano ante los ataques de los enemigos de Dios, sean estos abierta o encubiertamente.
El enemigo se infiltró en la iglesia muchos años atrás, y comenzó a cuestionar la validez y la autoridad de la Escritura; comenzó a sembrar la duda. A la vez, ese espíritu de engaño comenzó a seleccionar ciertos pecados como peores que otros, estableciendo que el pecado es algo relativo y que Dios no está interesado en eso. Para la iglesia engañada de nuestros días, el pecado es una definición anticuada de la realidad humana; ahora—según creen—Dios nos recibe y nos incorpora a la iglesia sin necesidad de reconocer nuestros pecados, ni arrepentirnos, ni buscar perdón; mucho menos buscar un cambio de vida. Hay iglesias con líderes confundidos que se han transformado en agencias de lucha social, con un dios que no confronta el pecado y la maldad del ser humano, sino que le justifica sin cuestionamientos.
La mejor manera de satanás para destruir la iglesia es hacerlo desde adentro. Desde afuera nos pueden atacar, perseguir, acosar, pero si tenemos una comunidad de fe fuerte y unida, nada puede hacer el enemigo de nuestras vidas. La situación es peligrosa cuando el enemigo se mete adentro y desde allí hace su devastador trabajo. Para lograrlo, el espíritu destructor hace un trabajo muy sutil, lo mismo que hizo satanás cuando tentó a Adán y Eva en el Edén… -“no te preocupes, solo tendrás conocimiento de algunas cosiiitas maaaaasssss”, les dijo. El trabajo engañador del padre de mentira continúa hoy sembrando la duda, invalidando la Escritura, poniéndola a un lado y combatiendo con ideas y argumentos filosóficos y humanistas que cauterizan la conciencia.
Vivimos en medio de esta sociedad permisiva que proclama libertades, tanto que la gente puede hacer lo que se le antoje, y si a su parecer no es malo, Dios no se mete en el asunto… lo terrible de este engaño es que la persona se torna esclava de su propio pecado, y ya todo es normal, porque toda la gente hace lo mismo.
La sociedad occidental desde muchas décadas atrás ha aceptado las desviaciones sexuales y la perversión como algo normal, al igual que los desastres matrimoniales, el abuso del poder, la usura y el engaño, entre muchos más; todo es normal de esta sociedad. Sin embargo, la Iglesia fue colocada en medio del ambiente de perversión y el pecado humano para proclamar las buenas nuevas de salvación. Jesús estableció su Iglesia para proclamar la fe en Cristo y para que vivamos como ciudadanos del Reino de los cielos aquí y ahora. Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. (Heb. 13:8) El pecado continua siendo pecado ante Dios, y Dios no cambia de parecer ni modifica su Palabra para favorecer a aquellos que le han despreciado, mas bien Dios nos sigue buscando con amor eterno para que nos arrepintamos del pecado y busquemos su perdón y una nueva vida en él.
Hay ciertas congregaciones en las cuales estos temas divisivos no se tocan por diferentes razones, lo que levanta las preguntas, ¿Dónde están esos líderes que Dios llamó a predicar su Palabra pura e incontaminada, aquellos que denuncian el pecado y llaman al arrepentimiento? ¿Dónde están esas iglesias que apoyan a aquellos líderes que arriesgan sus cabezas por la pureza de la Palabra? Santiago 1:21-22 nos exhorta a desechar toda inmundicia y abundancia de malicia, a recibir con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas… sed hacedores de la palabra… O en las palabras de Jesús “el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí (Mat. 10:38).
¿Dónde quedamos nosotros? ¡Que Dios nos ayude a permanecer fieles y testificando!
Hasta la próxima edición…
RB por el equipo de HPLE
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Rogamos sus oraciones por el trabajo que Dios ha puesto en nuestras manos, ¡Gracias!
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