“Ellas hablan”: perdón, justicia y resistencia comunitaria

Ilustración de una imagen de la película Ellas hablan. Por Lazuli Ilustración de una imagen de la película Ellas hablan. Por Lazuli

Si el abuso sexual y/o religioso es un tema doloroso y difícil de tratar en nuestras comunidades eclesiásticas, imagínese lo indignante que es ver a los victimarios utilizando justificaciones teológicas para protegerse. Uno de los teólogos más reconocidos del siglo XX, John Howard Yoder se apoyaba en sus propios escritos teológicos para evadir un proceso de disciplina cuando fue acusado de acoso y abuso sexual. Usó, por ejemplo, algunos escritos como “Binding and Loosing” (Atando y Desatando), para exigir enfrentarse personalmente con sus víctimas. Lamentablemente muchas veces cuando hablamos sobre problemas de violencia, algunos temas tan importantes como el perdón y la reconciliación pueden ser manipulados para evadir la justicia y revictimizar a los más vulnerables. 

En este artículo analizaremos ciertas partes del libro de Miriam Toews y la película dirigida por Sarah Polley, Ellas hablan, enfocándonos en el tema del perdón. El libro salió en el 2018 en su edición en inglés y en español en el 2020. Tuvo gran difusión en los medios y las redes sociales porque se realizó una adaptación cinematográfica que ganó el Oscar a Mejor Guión en el año 2023. 

La historia narra la vida de unas mujeres de una colonia menonita de Bolivia llamada Manitoba. Muchas de las mujeres, niñas, adolescentes y adultas, habían sido violadas durante las noches por algunos hombres, luego de dejarlas inconscientes utilizando anestésico para animales.

Prácticamente todas las mujeres y niñas han sido violadas desde 2005, y en su momento muchos de la colonia creyeron que era obra de fantasmas o de Satán, en teoría como castigo por sus pecados. […] A la mañana siguiente despertaban doloridas y aletargadas, a menudo sangrando, sin entender a qué podía deberse. No hace mucho que se ha sabido que los ocho demonios responsables de las agresiones han resultado ser hombres de carne y hueso de Molotschna, la mayoría de ellos parientes cercanos -hermanos, primos, tíos, sobrinos- de las mujeres en cuestión (Toews 2020, 18).

La historia muestra cómo estas mujeres enfrentan esta dolorosa situación juntas, realizando sesiones de discusión en un granero sobre qué hacer con los abusadores y con el sistema que los resguarda. Se reúnen para hacer memoria y para ejercer su poder de decisión con el fin de buscar justicia, protegerse y proteger a sus hijas. “La propia Miep no puede saber por qué le duelen algunas partes de su cuerpecito, ni que tiene una enfermedad de transmisión sexual” (Toews 2020, 52). 

Las opciones para votar eran:

1 No hacer nada. 

2 Quedarse y luchar. 

3 Irse. 

La historia muestra pequeños actos de resistencia que las mujeres hacen para reivindicar su dignidad, para expresar su incomodidad y rebeldía al sistema religioso que ahora protegía y justificaba a sus victimarios y obligaba a que las mujeres perdonen y convivan con sus abusadores bajo la excusa de la piedad religiosa. 

La historia nos muestra un claro ejemplo de abuso religioso que consiste en “formas de maltrato o agresión hacia una persona o grupo de personas en el marco de una relación intencionalmente diseñada para compartir y/o crecer en la espiritualidad u otras dimensiones religiosas” (2022, 120). Al mismo tiempo, como ya lo señalamos anteriormente, las mujeres son víctimas de abuso sexual. Ambos tipos de abuso tienen en común que “ocurre[n] en espacios que consideramos seguros y con personas en las que confiamos, […] y con las que elegimos ser vulnerables. El factor común en esa relación es la convicción de que esta persona procura nuestro bien, nos aprecia, sabe más que nosotras y nosotros o, en categorías religiosas, ha sido elegido por Dios para ser nuestro maestro en el camino espiritual, por lo que indefectiblemente cuidará de nosotres como un ‘buen pastor’” (2022, 105-106). Esto hace que pedir ayuda sea mucho más complicado si no se cuestiona todo el sistema en el que están inmersas. ¿Quiénes tienen el poder para cambiar las cosas en la comunidad? Al parecer la única ayuda efectiva solo puede venir de los mismos perpetradores o de las personas cercanas a ellos:

A nosotras no nos tiene que perdonar ningún hombre de Dios, grita, por proteger a nuestros hijos de las acciones depravadas de unos hombres viciosos que en más de un caso son los mismos a los que se supone que tenemos que pedir perdón (Toews 2020, 91).

Sin embargo, pese a las grandes dificultades a las que se enfrentan las mujeres para poder salir de ese círculo violento, Toews nos muestra cómo las mujeres de la colonia hacen uso de una herramienta históricamente efectiva: la resistencia no violenta. En un espacio donde las mujeres no tenían derecho a aprender a leer y escribir ni a expresar su opinión frente a los hombres ni a que, en caso de suceder, esta fuera considerada, encontraron que tomar decisiones en conjunto, verbalizar sus pensamientos y escucharse podía salvarlas de la violencia que vivían y también podría salvar a las mujeres que venían tras ellas. 

Resistir en comunidad es un acto de valentía donde la invitación es a mostrarnos vulnerables con quienes acompañan el proceso y dar espacio a cuestionar y re-pensar incluso cuando se habita el miedo a la condenación. En contextos donde ha existido violencia espiritual se debería cuestionar la palabra de quien se ha autoimpuesto como escogido de Dios. Una palabra que se toma como absoluta porque tiene el poder de interpretar la “Palabra de Dios” a su antojo. Como ya lo han señalado en el libro Violencia Espiritual y fenómenos religiosos que abusan de la fe, la Bíblia es una herramienta clave a la hora de cometer abuso religioso:

Es característico del abuso religioso el uso de interpretaciones arbitrarias o descontextualizadas de los textos. Los líderes priorizan enseñanzas sobre la auto-negación, el dar generosamente y sin cuestionamiento, la paz a cualquier precio entendida como ausencia de conflictos, la unidad de la iglesia, la disciplina y la obediencia que no cuestiona (2022, 84).

Por esto se hace urgente liberar el significado que ha sido impuesto por ciertas autoridades religiosas y encontrar otros sentidos a las Escrituras judeocristianas. Una manera de hacerlo es retomar esa práctica cristiana anabautista que la vemos muy claramente en estas mujeres menonitas: la interpretación comunitaria. 

 

¿Qué es el perdón? 

Hay ciertos tipos de perdón que han abierto las puertas a más abusos y crímenes, sin contar el hecho de que muchos de ellos re victimizan y avergüenzan a las víctimas. 

Traemos a la discusión una aproximación al perdón de la mano del teólogo Daniel M. Bell. 

El perdón es el juicio que Dios hace sobre el pecado. Es un movimiento positivo que no solo perdona o absuelve sino que libera y transforma (Bell 2009, 329). 

El perdón implica la lucha contra el pecado mediante la destrucción de las estructuras de opresión y violencia, la conversión de la realidad de la injusticia a la justicia, de la opresión a la libertad, de la muerte a la vida (Bell 2009, 333). 

El perdón no riñe con la justicia, por el contrario, el perdón es una forma de hacer justicia, de traer verdadera vida porque busca el cambio, la liberación y la transformación de una realidad injusta y violenta. Entender el perdón de esta forma nos libra de aceptar una especie de amnistía para que los victimarios hagan lo que quieran sin miedo a las consecuencias. No podemos seguir entendiendo el perdón como un instrumento espiritualizado bajo un pseudo sacramentalismo que otorga impunidad a unos cuantos poderosos bajo la excusa que “Dios es el que juzga”. Tal como dice Daniel. M. Bell: 

No hay reconciliación con Dios que no pase a través de este mundo, un mundo al que ensucian las cruces de los crucificados. La reconciliación con Dios no se da al margen de la reconciliación con la humanidad. En otras palabras Dios no se pone del lado de las víctimas para pronunciar una absolución formal y vacía sobre los opresores. Al contrario, precisamente el pueblo crucificado congregado en la iglesia de los pobres, es el que extiende el perdón gratuito de Dios a los opresores. Cristo no sustituye a las víctimas como sugiere esta objeción ni es reemplazado por ellas, como esta objeción parece temer. Más bien, Cristo está con las víctimas. Por tanto, los opresores pueden volverse a sus víctimas a través de la penitencias y buscar la reconciliación con la esperanza de que en ese encuentro Cristo esté realmente presente, realizando su juicio de gracia, liberando al deseo de su cautividad al pecado y haciendo posible la reconciliación (Bell 2009, 357-358).

Esta reconciliación solo se puede llevar a cabo si hay justicia. No se puede exigir una reconciliación sin verdad bajo la excusa del pacifismo o del amor. Tal como nos recuerda el escritor de 1 a los Corintios cuando hablando sobre el amor dice, “no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad” (1 Corintios 13:6). 

Un problema a la hora de hablar sobre el perdón y la justicia es que así como hemos entendido mal el perdón, desde la tradición judeo cristiana también hemos trabajado con una idea de justicia ajena a la tradición de Jesús. Desde Aristóteles y el derecho romano, se ha entendido la justicia como “dar a cada uno lo que corresponda”. Sin embargo, “la idea bíblica de la justicia no puede reducirse al problema de dar a cada uno lo que le corresponde ni consiste primordialmente en proteger los derechos contra la usurpación de la comunidad y de los otros. La justicia tiene que ver, más bien, con la recreación y la reconciliación, con la vida en la comunión y en el amor” (Bell 2009, 362). Pero para que exista verdadero perdón que pueda siquiera pensar en acercarse a la reconciliación debe haber tres tecnologías del deseo del perdón: “la confesión, el arrepentimiento y la penitencia o reparación” (Bell 2009, 328). Los personajes parecen estar luchando con un perdón de este tipo pero que les cuesta expresarlo desde el marco religioso heredado. Este tipo de cultura menonita parece exigirles una práctica de pacifismo que es indispensable para acceder al cielo pero las deja desprotegidas ante las violencias de quienes piensan que tienen las llaves del reino.  

…la pregunta más importante que hay que hacerse no es si las mujeres son animales sino más bien, ¿deberían las mujeres vengarse del daño que se les ha infligido? ¿O deberían en cambio perdonar a los hombres y, en consecuencia, tener garantizado el paso por las puertas del Cielo? Si no perdonamos a los hombres o aceptamos sus disculpas, nos obligarán a abandonar la colonia, dice, y mediante esta excomunión, perderemos el derecho a entrar en el Cielo (Toews 2020, 33). 

Hablo de lo de quedarnos para luchar, dice Mariche, porque perderíamos la lucha contra los hombres, y entonces seríamos culpables del pecado de rebeldía y de traicionar nuestro voto de pacifismo, y al final lo único que haríamos sería hundirnos aún más en la sumisión y la vulnerabilidad. Es más, nos obligarían a perdonar a toda costa a los hombres para que Dios nos perdonara a nosotras y nos permitiera entrar en su Reino. 
Pero ¿acaso es perdón verdadero el perdón que se consigue por coacción?, pregunta Ona Friesen. ¿Y no es la mentira de fingir perdonar con palabras pero no de corazón un pecado mayor que simplemente no perdonar? ¿No podría existir una categoría de perdón qué sólo correspondiera a Dios conceder, una categoría que contemple la violencia contra los hijos propios, un acto tan imposible de perdonar para un padre o una madre que Dios, en Su sabiduría, asumiría en exclusiva la responsabilidad de tal perdón?
¿Quieres decir que Dios permitiría al padre o madre de la criatura violentada albergar aunque fuera una pizca de odio en su corazón?, pregunta Salome. ¿Como una simple medida de supervivencia? (Toews 2020, 35). 

Está claro que la narradora no se acerca a estos temas desde una perspectiva teológica anabautista-pacifista-”romantizada” sino que pone en escena la vacuidad del perdón sin justicia y verdad. La historia de estas mujeres nos muestra un cristianismo donde “…la duda, la incertidumbre, el cuestionarse a uno mismo están estrechamente ligados con la fe” (Toews 2020, 24). Aquí vemos a personajes que, pese a lo que les exige su tradición religiosa, están dispuestas a defenderse encontrando puntos de fuga en el sistema que las oprime; decididas a cambiar su destino, juntas.

Aunque su lucha está clara, la narradora no pone a los victimarios de un lado y a las víctimas por el otro sin ninguna mediación emocional. Por el contrario, constantemente hace mención de la dificultad de elegir la opción de irse porque eso significaba dejar a sus hijos mayores de 15 años y, además, los personajes son conscientes de que “algunas de las personas a las que queremos también son personas a las que tememos” (Toews 2020, 58). Sin embargo, las mujeres a pesar de sus tejidos afectivos, no dejan que se siga pisoteando su dignidad; se organizan para detener la violencia de la cual son víctimas y resuelven conversar, presentar posturas hasta tomar una decisión que las pusiera a salvo y las representara. Esto significa encontrar caminos diferentes a los impuestos, incursionar en procesos individuales, cambios del lenguaje, cuestionar la familia, entorno, amistades, fe, Biblia, espiritualidad, etc. 

La religión puede ser una fuente de liberación y esperanza, aunque son muy conscientes que también puede ser utilizada para oprimir. Las mujeres están conscientes que “sin una patria a la que volver, regresamos a nuestra fe. La fe es nuestra patria. Grande es Tu lealtad, la canción en mi cabeza, mi mente, mis pensamientos, mi intelecto, mi hogar, mi funeral…, que no mi muerte” (Toews 2020, 67). La historia nos acerca a dos tipos de religión, una que conecta con nuestro propio ser, con otros seres y con la divinidad y que nos libera de la culpa y la opresión y otra que nos entrena en la culpa y se encarga de mantenernos sumisos y desprotegidos ante la violencia. 

Este es un artículo escrito por dos personas pero nos atraviesan muchas más. Algunas están luchando contra esta religión que manipula y castiga y otras han sufrido en sus propios cuerpos la violencia sexual y espiritual. Algunes siguen resistiendo. A todes elles, les extendemos nuestro abrazo. Queremos terminar con unas palabras de esperanza de la mano de Karina Vargas, Alba Onofrío y Judith Bautista Fajardo:  

Sabemos que la invitación no es sencilla. Sanar duele. Sanar da miedo. Sanar, en muchos casos nos ha llevado a ser juzgadas, quizá atacadas, o incluso dejadas de lado. A la vez, reconocemos que sanar es vivir. Sanar es liberarse poco a poco de los miedos y celebrar la posibilidad de cambiar paso a paso la propia historia. Sanar es atreverse a encontrar una nueva familia, una nueva forma de ser en comunidad; es vernos a los ojos, abrazarnos, reconocer nuestras fortalezas y fluir desde el poder transformador de nuestras cicatrices; para comprobar, una y otra vez, que el mal que se infringió sobre nuestras vidas, la divinidad en su bondad magnificente puede transformarlo en una fuerza imparable para la libertad de muchas y muchos, por generaciones (2022, 111-112).


 

Co-autora: 

Francisca Pacheco Alvarado, de Valparaíso, Chile, trabaja para el Comité Central Menonita. 

 

Bibliografía: 

Bell, Daniel M. 2009. Teología de la liberación tras el fin de la historia. La renuncia a dejar de sufrir. Granada: Publicaciones del Instituto de Teología «Lumen Gentium», Editorial Nuevo Inicio [Colección «Areópagos»].

Toews, Miriam. 2020. Ellas hablan. Madrid: Editorial Sexto Piso.

Vargas, Karina., Onofrio, Alba., Bautista Fajardo, Judith. 2022. Violencia espiritual y fenómenos religiosos que abusan de la fe. Abilene:Soulforce, Inc.

Yoder, J. H. 2001. Body politics: five practices of the Christian community before the watching world. MennoMedia, Inc.

 

Jonathan Minchala Flores

Jonathan Minchala Flores estudió grado y posgrado en comunicación, literatura y estudios de la cultura. Actualmente está haciendo un Doctorado Read More

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